Antonio Soler
Apóstoles y asesinos. Vida, fulgor y
muerte del Noi del Sucre
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016
440 páginas, 21.90€
POR MANUEL ALBERCA

La nefasta «Semana Trágica» de Barcelona sobrevino después de un periodo de tensiones sociales y de luchas obreras, clausuradas en una espiral de represión, que habrían de tener continuación en el fracaso de la huelga general de 1917. Sin embargo, a partir de entonces nada sería igual. En los años que siguieron, con el jalón importante de la huelga de la Canadiense en 1919, el sindicato anarquista de la CNT desplegaría su potencial reivindicativo, haciendo temblar a la patronal y a las fuerzas políticas que la representaban. Comenzarían así unos «años de plomo», en los que el pistolerismo de la patronal y del Sindicato Libre de inspiración carlista, auspiciado por el gobierno de Eduardo Dato, intercambiaron sus muertos con los radicales del anarquismo. Como escribe Antonio Soler en esta novela sin ficción: «A partir de entonces, los asesinatos tuvieron otro cálculo y otra dimensión. El precio del hombre bajó en este triste mercado que siempre ha sido la historia del ser humano».

Este tiempo coincide con el fulgor y muerte del que fuese uno de los líderes más carismáticos del anarquismo en Cataluña, Salvador Seguí, el Noi del Sucre, en el que este relato pone el foco y al que convierte en el faro y guía del sindicalismo obrero de izquierdas. Más aún, como se destaca en el libro, la figura de Seguí podría haber sido una alternativa razonable a la dialéctica de las pistolas, en medio de aquella locura generalizada en la que Barcelona se convirtió en una seria competidora del Chicago de la ley seca.

Es esta la primera novela sin ficción que ha escrito Antonio Soler, pero no es la primera historia que sitúa en Barcelona y sus bajos fondos, pues, en la que tal vez sea su obra más celebrada, Las bailarinas muertas, tenía ya un protagonismo central y se constituía en espacio soñado y lugar de promisión idealizado por el narrador infantil que en Málaga leía las cartas que le enviaba su hermano desde aquella ciudad. Tampoco, como saben los lectores de Soler, le son ajenos el mundo marginal y los bajos fondos, pues los protagonistas de la mayoría de sus novelas y cuentos entrecruzan sus vidas o se confunden con perdedores y delincuentes de todo tipo.

La Barcelona de Salvador Seguí fue una ciudad cercada por el pistolerismo, un hervidero de intrigas, traiciones, espionaje y asesinatos de tal calibre y crudeza que ha imantado muchas veces la imaginación de los escritores. Tal vez el primer texto literario memorable sea la escena sexta de Luces de bohemia (1924), de Valle-Inclán, en que la conversación del obrero catalán con Max Estrella sirve para ejemplificar magistralmente la famosa ley de fugas que Martínez Anido aplicó con crueldad a los sindicalistas y activistas anarquistas. La estela podría seguirse en la novela realista de posguerra (Ignacio Agustí por ejemplo), hasta llegar a otros más recientes e igualmente memorables, como La verdad sobre el caso Savolta (o Los soldados de Cataluña). No faltan, pues, ejemplos literarios ficticios que hayan aprovechado tan potente material en clave ficticia, pero carecíamos de un libro que aunase el rigor histórico y la documentación contrastada sin perder un ápice del atractivo narrativo de una novela. Este es, y lo adelanto ya, el gran mérito literario de Apóstoles y asesinos. Vida, fulgor y muerte del Noi del Sucre, de Antonio Soler.

Creo que lo que ha de llamar más la atención del lector de la acertada versión de los hechos históricos que este libro cuenta es esa suerte de contradicción, inscrita ya en el título del libro, Apóstoles y asesinos, en el que se sintetizan los principios políticos de los anarquistas radicales, que habían abrazado el terrorismo para difundir su credo: estaban persuadidos de poder llegar al paraíso libertario a punta de pistola. Su carácter visionario y su capacidad para convertir el crimen y la extorsión en cómodos plazos de la revolución es lo que a cualquier persona en su sano juicio tiene que hacer pensar. Al paraíso por el terror. Época de profetas e iluminados con la pistola en el bolsillo. Un tiempo en el que, como escribe Soler, «héroes, mártires, ladrones, traidores, facinerosos y visionarios comparten el tablero. El mundo ha desquiciado sus ejes, millones de personas caminan por allí como si fueran en un barco que se escorase». O como años después señalase Ángel Pestaña, el que fuera destacado anarquista, amigo y colaborador de Seguí: «La organización perdió el control de sí misma y después perdió su crédito moral ante la opinión. La CNT llegó a caer tan bajo en el crédito publico que decirse sindicalista era sinónimo, desgraciadamente, de pistolero y malhechor, de forajido y de delincuente ya habitual».

En este peligroso filo de la navaja se movió Seguí, sin resbalar nunca hacia los extremos, y por ello recibiría la descalificación de sus correligionarios radicales, activistas del terrorismo. Para hablar de aquella Cataluña, Soler ha seguido el itinerario biográfico del Noi del Sucre desde sus orígenes hasta su asesinato (magistral el capítulo de la persecución y muerte). Sin buscar la exhaustividad, el autor muestra sus primeros pasos en las luchas obreras como pintor de brocha gorda, su insaciable curiosidad e interés por la cultura, su labor educadora a través de los ateneos, sus amistades y cruces con personajes igualmente importantes e influyentes, como Francisco Layret, Lluís Companys o el ya citado Ángel Pestaña. En este valioso y documentado retablo de la Barcelona de la época, para el que se ha rastreado en la abundante bibliografía histórica y en la prensa, la figura de Seguí no aparece de manera continua ni acapara todo el relato, pero su ausencia gravita en todo el libro, convirtiéndose en el referente y en la medida del resto de personajes.

Ha renunciado Soler con buen criterio al brillante despliegue de imágenes poéticas a que nos tiene acostumbrados. Aquí prevalece el rigor documental, nada se ha inventado. Si tenemos que creer al autor, incluso los gestos y las frases que enuncian los personajes están extraídos de la abundante documentación consultada. Es como si Soler hubiera aceptado y hecho suyo el ruego que Teresita, la viuda de Seguí, le hizo a Huertas Clavería, mientras preparaba una biografía sobre su marido: «Para que digas las cosas como son, como fueron, y no como quisieron inventar después, como todavía inventan». La imaginación sólo ha propiciado la manera amena y eficaz de contar unos hechos y de mostrarnos a sus actores, de dar orden y sentido a esta historia que se abre en múltiples meandros narrativos. Para que las figuras históricas no sean meras caricaturas de biopic con pensamientos o gestos adocenados, Soler les da consistencia haciéndolos creíbles, incluso cuando actúan sin aspavientos.

Lo que encontraremos aquí es una prosa cuidada, seca y sintética, que permite dar claridad a los numerosos detalles informativos del texto. Prosa descarnada, eficaz e iluminadora como un relámpago. No se permite apenas licencias narrativas ni en el orden ni en la estructura narrativa. Sólo en un capítulo arriesga una construcción en la que predomina la mezcla y simultaneidad de discursos diferentes. Allí se mezclan y simultanean la conferencia sobre la misión del anarcosindicalismo en España que el Noi pronuncia en el penal de La Mola de Menorca, la celebración de Navidad de Companys, recién salido del mismo penal, y el relato de los preparativos de un atentado que proyecta un grupo radical anarquista. Pero casi siempre predomina el rigor y la eficacia, pues el estilo aquí está al servicio de la historia, sin incurrir en la prosa notarial y sin renunciar a la literatura, que aquí discurre por el camino de la veracidad. Ni siquiera se permite una gracieta o un guiño al lector cuando en el curso de la historia aparece un personaje histórico homónimo del autor: «Antonio Soler, un peligroso delincuente sin escrúpulos conocido también como el Mallorquín».

Durante la Transición democrática los acontecimientos arriba anotados despertaban solamente el interés de historiadores y escritores. También del catalanismo conspicuo, minoritario y hasta cierto punto testimonial. Respondían muchas veces a un revival histórico prescindible, que mientras la Transición avanzaba por caminos razonables no permitía hacer pensar a nadie cuerdo que aquello fuese a tener actualidad nunca. Pero la postal de colores ha cobrado movimiento, y aunque la historia nunca se repite sino como tragedia o farsa (Marx dixit), los acontecimientos de hoy mismo, la deriva independentista y la preocupante situación política actual de Cataluña convierten aquellos acontecimientos en algo más que un simple espejismo histórico.

La lectura de Apóstoles y asesinos permite que nos paseemos entre los espejos cóncavo-convexos del callejón del Gato de nuestra actualidad y –como a los personajes de Valle-Inclán– se nos congelan la risa y los gestos cuando el azogue nos devuelve muecas mortales. Este es otro valor añadido de la novela de Antonio Soler: su calidad de fresco histórico en el que poder reflexionar sobre la deriva catalana de este tiempo nuestro. Ha pasado ya casi un siglo desde aquellos años locos, pero la actitud del Noi del Sucre y de los que le acompañaron en el noble desafío de poner racionalidad al extremismo nos sigue pareciendo suficientemente ejemplificadora: no deberíamos echarla en saco roto. En algunos delirios y miserias actuales, en su mercadeo delirante de la Historia, podemos reconocer algunos personajes y hechos que nos afectan hoy. Hay que leer este magistral relato de Antonio Soler para recordar que el apostolado de algunos iluminados podría ser muy peligroso.