César Domínguez, Haun Saussy
y Darío Villanueva
Lo que Borges le enseñó a Cervantes.
Introducción a la literatura comparada
Taurus, Madrid, 2016
283 páginas, 22.90€ (e-book 11.99€)
POR ISABEL DE ARMAS

Los autores de este libro son tres militantes convencidos; tres comparatistas empeñados en que la Literatura Comparada resurja y recobre toda la vida y auge que, a su parecer, merece. César Domínguez es profesor titular de Literatura Comparada en la Universidad de Santiago de Compostela; Haun Saussy es catedrático en el departamento de Literatura Comparada de la Universidad de Chicago; y Darío Villanueva, en la actualidad director de la Real Academia de la Lengua, es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Santiago de Compostela. Los tres nos ofrecen, con su bien coordinado trabajo, una completa guía para entender una disciplina tan apasionante como exigente. Lo que Borges le enseñó a Cervantes facilita una importante visión de conjunto, que incluye las nuevas tendencias y aplicaciones de la Literatura Comparada, profundizando en los debates teóricos más recientes; también analiza esta literatura en el contexto de la globalización, sin olvidar, por tanto, la literatura en soporte digital, ni otras artes y medios visuales como el cine.

Desde sus inicios, en el siglo xix, una definición estándar dice que la Literatura Comparada consiste en comparar obras en diferentes idiomas. Sin embargo, esta definición también puede incluir comparaciones entre obras en un único idioma. Se pueden comparar, por ejemplo, dos autores que escriben en inglés –Shakespeare y Eliot–. Asimismo, se pueden comparar dos obras escritas en español, una del siglo XVII y su réplica del siglo XX. En 1931, unos cincuenta años después de sus inicios, Paul Van Tieghem definió la Literatura Comparada –en el manual que los autores de este libro consideran que es el más influyente de la disciplina– como «el estudio de las obras literarias de diferentes literaturas a través de sus mutuas relaciones»; una definición en la que el concepto de influencia se entendía como rapport de fait (relación factual), lo que significa no sólo que las influencias se dan entre dos obras (comparación binaria), sino también que una influencia adecuada exige que el escritor de la «obra B» haya leído la «obra A» (en otro idioma) y la haya integrado en su propia obra. Esta integración –afirmaba Van Tieghem– la hace visible el comparatista mediante su análisis. A finales de los años cincuenta, destacados comparatistas, como René Wellek –académico checo exiliado– o el profesor francés René Étiemble, comenzaron a hablar en sus trabajos científicos de «la crisis de la Literatura Comparada», hasta que otro exiliado europeo, el judío alemán Henry H. H. Remak, profesor en la Universidad de Indiana, afrontó la crisis de la disciplina ofreciendo una «nueva» definición, en la que dice que la Literatura Comparada es «la comparación de una literatura con otra u otras, y la comparación de la literatura con otras esferas de la expresión humana». Pero esta larga y dubitativa historia no concluye aquí, y los autores del trabajo que comentamos nos dicen que, «aunque esta definición fue por lo general aceptada, se demostró incapaz de resolver la crisis», hasta el punto de que en los últimos veinte años muchos comparatistas conocidos han llegado a afirmar que esta disciplina ha muerto.

Los profesores Domínguez, Saussy y Villanueva, consecuentes y sin perder el sentido del humor, escriben: «Ahora que han pasado diez o veinte años desde que se expidieron estos certificados de defunción, el lector puede pensar que los autores de esta obra son perversos necrófilos» con intención de contagiar a sus lectores la atracción hacia un cadáver. No dicen que no sea del todo cierto, pero, a pesar de los pesares, quieren transmitir al lector su auténtico entusiasmo por la Literatura Comparada, que, en un sentido amplio, consideran que es una disciplina que puede estar en crisis pero que no se encuentra moribunda y, mucho menos, muerta, y cuyo espíritu inicial, de hace dos siglos, sigue vivo.

Lo que promovió el surgimiento de la Literatura Comparada como campo de investigación independiente a comienzos del siglo xix fue una conciencia clara sobre la influencia que tenían unas literaturas sobre otras. La visión actual de estos tres autores es que la comparación debería estar enfocada desde tres perspectivas diferentes: predisciplinaria, disciplinaria y transdisciplinaria. Insisten en que el acto de comparar es fundamental para la investigación literaria internacional. «La comparación», afirman, «no como fin, sino como medio de descubrimiento, nos permite revelar relaciones, diferencias, causas ocultas, cuestiones antes no planteadas. Y cuanto más amplio sea el campo de elementos vinculados por la comparación, más ricos serán los resultados». El espíritu que alentó el nacimiento del comparatismo y pervive en quienes lo practican está en una idea que T. S. Eliot expone en su trabajo de 1920 Tradición y talento individual: existe un orden ideal constituido por todas las obras ya producidas que se modifica parcialmente con la aparición de un nuevo texto literario, pues con él se reajusta no solo el significado de cada creación concreta, sino también el conjunto formado por todas ellas. «El pasado», concluyen estos tres comparatistas, «influye en el presente de la literatura, pero también sucede lo contrario, tal y como quiere dar a entender el título de nuestra introducción a la literatura Comparada». Esto es así en la dimensión temporal pero también lo es en la espacial. En consecuencia, piensan que es absurdo considerar que la literatura escrita en una lengua y en un país se nutre exclusivamente de sí misma, pues –desde los clásicos grecolatinos, árabes o chinos hasta los escritores contemporáneos de otras lenguas y nacionalidades– todos han estado contribuyendo a cada creación singular, que será medida y valorada fundamentalmente a través de la comparación.

La poligénesis es otro de los temas clave que ocupa a los comparatistas; el hecho de que en distintas partes del mundo haya expresiones literarias extraordinariamente similares sin que necesariamente se pueda confirmar una relación directa entre ellas. Cuando a William Faulkner –el profesor Villanueva pone este ejemplo ilustrativo– se le echaba en cara su discipulaje y dependencia en relación con James Joyce, pues su técnica narrativa parecía más que inspirada en el revolucionario Ulises del escritor irlandés, la contestación del autor de El ruido y la furia siempre apuntaba al reconocimiento de la similitud, pero protestaba porque él había empezado a escribir y a publicar su novela antes de haber leído a Joyce. La clave, según Faulkner residía en que «existe una especie de polen de ideas flotando en el aire, que fertiliza de manera similar a las mentes de diversos lugares, mentes que no tienen contacto entre sí».

Una pasión dominante de todo comparatista que se precie es el cosmopolitismo, que entienden como una postura intelectual y estética de apertura hacia experiencias culturales divergentes. Promueven, así, que una de las funciones de los departamentos de Literatura Comparada sea enseñar las convenciones de culturas diferentes, de modo que al mismo tiempo que se valoran las considerables diferencias entre la cultura china y europea –por mencionar un caso de marcado contraste–, se perciban la universalidad de aquellos elementos coincidentes entre ambas y, en definitiva, se pueda sacar a relucir lo que es verdaderamente específico de cada tradición. Los comparatistas consideran que también hay que recuperar la creencia de que la literatura es una institución social y estética de primera magnitud, y que su enseñanza no es un mero adorno que los sistemas educativos se conceden graciosamente para colorear sus cuadros, sino que puede desempeñar un papel insustituible para la formación de los ciudadanos en un sentido plural, democrático y cosmopolita.

La Literatura Comparada fue concebida como una variante de la historia de la literatura desde que empieza a consolidarse hacia las décadas de 1820 o 1830, después de las aportaciones de algunos precursores como el jesuita español Juan Andrés. Sus fundadores surgen en Francia, con figuras como Abel-François Villemain, pero muy pronto Harvard se convierte en universidad pionera de esta disciplina. La Edad de Oro del comparatismo se da en los cuatro decenios comprendidos entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la década de los ochenta. En cuanto a las definiciones que se han venido haciendo de la Literatura Comparada son múltiples, hasta que se consideró que la consagrada por Roland Mortier en 1979 era y sigue siendo la más válida, y se resume en que es la comparación de una literatura con otra y otras, y la comparación de la literatura con otras esferas de la expresión humana. Es el estudio de la literatura más allá de un país particular, y el estudio de las relaciones entre la literatura, por un lado, y otras áreas de conocimiento y creencia, tales como las artes (pintura, escultura, arquitectura, música), la filosofía, la historia, las ciencias sociales, la religión, etcétera, por otro lado.

Este libro, escrito por tres apasionados comparatistas, trata de proporcionar al lector una visión coherente de la situación actual de la disciplina y sus futuras aplicaciones. Los tres reconocen que la coherencia no es su única virtud y, en consecuencia, han introducido en las notas del final del libro sus discrepancias y matices. «Tomamos esto –dicen– como un signo de la vitalidad de la disciplina y de sus dinamismos locales, y no como un inconveniente». Aunque los tres han participado en la totalidad del trabajo, la responsabilidad principal de los capítulos 1, 8 y 9 es de Villanueva; la de los capítulos 2, 3 y 7 es de Domínguez; y la de los capítulos 4, 5 y 6 es de Saussy. El resultado es un interesante manual introductorio que tiene como objeto proporcionar un enfoque claro y conciso de la disciplina a estudiantes de grado y posgrado que no tienen conocimiento previo sobre Literatura Comparada, así como a cualquier lector interesado en el tema.

Finalmente, los autores del libro que comentamos constatan que la Literatura Comparada ha demostrado poseer suficientes recursos como para superar contradicciones, integrar nuevas perspectivas y progresar en el terreno de la interdisciplinariedad. Piensan que no sólo ha superado las tormentas finiseculares, sino que se muestra ahora cargada de legitimación, «investida –escriben– de una sutil autoridad semejante a la del primer violín en una orquesta». También se manifiestan convencidos de que su cosmopolitismo de raíz ha contribuido a superar las limitaciones de los estudios culturales y a corregir los excesos eurocéntricos.

El presente trabajo, sin duda, alcanzará su objetivo si consigue demostrar que la Literatura Comparada no está muerta. Los profesores Domínguez, Saussy y Villanueva han puesto «toda la carne en el asador» para mostrar y demostrar que, acaso más que nunca antes, profundizar en el conocimiento del fenómeno literario significa hoy por hoy estudiar textos desde una perspectiva comparatista, es decir, hacerlo con la mentalidad, la actitud y la metodología de la disciplina académica que desde hace ya dos siglos se viene denominando Literatura Comparada.