María Bastarós
No era a esto a lo que veníamos
Candaya
224 páginas
POR DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR

Tras el éxito de su primera novela (Historia de España contada a las niñas), María Bastarós publica ahora en la editorial Candaya esta colección de relatos que ha reunido bajo un revelador título: No era a esto a lo que veníamos.

Me detengo en el título porque esas ocho palabras pueden considerarse un microrrelato: hay una historia de la que se ha omitido el desarrollo para centrarse en un desenlace y una revelación final: la decepción. Y la decepción, la misma semántica de la palabra «decepción», es también un relato: hay un deseo que se cumple, pero ese cumplimiento no se parece a lo que se había proyectado. Es decir: hay un choque entre la realidad y el deseo.

Casi todos los protagonistas de estos cuentos son arrastrados por un deseo que los empuja a hacer cosas no siempre racionales o compatibles con la realidad. Esto es especialmente llamativo en aquellos protagonizados por niñas, donde se manifiesta con mayor fuerza esa asimetría entre su deseo y unas leyes de la realidad que todavía no manejan con soltura. A Bastarós le interesan especialmente estos personajes que miran desde su (salvaje y amoral) inocencia la realidad adulta. Y todas estas niñas tienen un deseo que se cumple, no obstante, de una forma inesperada y, generalmente, cruel o decepcionante.

Podríamos llamar «decepción» a eso que se abre tras la última frase de cada cuento sí, pero siempre que elimináramos ciertas connotaciones de «capricho no satisfecho» de la semántica de esa palabra. El sentimiento de decepción que ofrecen los relatos de María Bastarós es mucho más amplio, totalizador, casi abrumador. La decepción, aquí, tiene el tamaño y el horizonte infinito del desierto: ese paisaje vacío, hostil y sin respuestas que también es común a muchos de los relatos.

Junto al deseo, el miedo es la otra nota sostenida que atraviesa el libro. No se trata de relatos fantásticos o de terror, pero sí hay en ellos una presencia de lo siniestro, de algo oscuro que asoma todo el tiempo, impregnando lo cotidiano. En general, no son los personajes quienes experimentan el miedo, pues están entregados a su deseo sin advertir las amenazas que se ciernen sobre ellos. Es el lector quien, desde fuera, desde la distancia que la voz narrativa impone para que miremos a esos personajes como muñequitos empujados por fuerzas superiores a ellos, teme y sufre la tensión asfixiante que impregna los cuentos.

Esa tensión narrativa, uno de los aciertos de Bastarós, se crea desde la distancia entre el narrador y los hechos narrados, pero también gracias al uso del presente como tiempo verbal en todos los relatos, que consigue construir unas escenas densas, siempre a punto de estallar. En estos aspectos, puede recordar a Jon Bilbao, por citar un ejemplo de autor de cuentos que ha manejado con maestría esa «normalidad inquietante» en nuestra cuentística contemporánea.

El miedo viene, también, de los hombres. Hay una marcada perspectiva de género en el libro, que se manifiesta más como elemento de terror que como discurso explícitamente feminista. De trece protagonistas, doce son femeninas y, en gran parte de estos relatos, la amenaza, la opresión o la violencia vienen de lo masculino. Esto es especialmente visible en «Ritual iniciático», esa magistral actualización de una caperucita, donde nos presenta a una niña que se pierde en el desierto y se encuentra con un encantador joven por el que se siente atraída; el lector (no la niña) percibe continuamente la amenaza que hay sobre la inocencia de la niña, que se verá aún más acrecentada cuando otro hombre aparezca en escena. El hombre es un lobo para la mujer.

El hecho de que el único protagonista masculino del libro sea alguien que, como un moderno frankenstein, debe huir a Alaska para que su monstruoso deseo no haga daño a nadie, completa esa perspectiva en que el género masculino es el agente del miedo y la amenaza, ocupando el papel del monstruo.

He de reconocer mi preferencia por las colecciones de relatos como esta, en las que hay una unidad de sentido y de estilo. Pero, incluso obviando esta orientación más personal, sí puedo afirmar, rotunda y objetivamente, que No era a esto a lo que veníamos es uno de los mejores libros de relatos que he leído este año.