José Luis Villacañas
Luis Vives
Editorial Taurus
584 páginas
POR ISABEL DE ARMAS

«Si hay un español que haya actuado en la más crucial divisoria de aguas de la historia europea, si hay un español significativo para calibrar el sentido de nuestra propia evolución histórica como pueblo, ese es el valentino Juan Luis Vives –afirma rotundo el autor de este libro-». «Por eso se merece –añade- una biografía capaz de mostrar la faz del mundo europeo e hispánico refractado por la luz matizada de su mirada». Este es el objetivo al que aspira el contundente trabajo de José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense, historiador de la filosofía e historiador de las ideas políticas, de los conceptos y de las mentalidades.

Hijo de Lluís y Blanquina March, Juan Luis nació en 1493. Como otros miembros de la comunidad judía, sus ancestros se habían convertido al catolicismo en medio de las grandes desavenencias, presiones y decepciones que conocieron los reinos hispánicos entre 1391 y 1414. El biógrafo deduce que el niño Vives debió crecer en la atmósfera reservada de un hogar pacífico, que intentaba evitar los aires de desgracia que en cualquier momento podían levantarse contra ellos. Y, en efecto, cuando tenía ocho años se levantaron. Todo estalló cuando en marzo del año 1500 se descubrió la sinagoga secreta en la que la comunidad judía se entregaba al culto. Esta sinagoga estaba en casa de sus tíos y en ella, su hijo Miguel oficiaba de rabino. Los dueños de la casa fueron quemados vivos. El padre de Vives estuvo preso hasta el año 1501 y su abuelo paterno hasta 1504. Recordamos aquí que entre 1482 y 1530 más de dos mil judeoconversos valencianos fueron procesados y sus bienes confiscados. Esta dura realidad marcó profundamente la niñez y juventud de Vives.

Tras la peste de 1508, fallecida su madre y con dieciséis años cumplidos, Vives tomó el camino de París y ya nunca volvería a vivir en España. Allí estuvo durante cinco años, hasta finales de 1514. «Al parecer –cuenta su biógrafo- llevó una existencia relativamente social y lúdica en la ciudad del Sena, y desde luego asistió a cursos extracurriculares, con un claro desprecio por la enseñanza reglada». Hacia 1512, mientras estaba en París, ya comenzó a mantener contacto con la ciudad de Brujas, la que sería su ciudad de acogida. El autor apunta que, por aquel entonces, Vives ya era una persona abierta al mundo, que absorbía todo lo que le hacía vivir intelectualmente, sin prejuicio alguno. También afirma que aquel joven de veintidós años destaca por su altanería, que respira confianza en sí mismo y una superioridad aplastante. En 1514 ya se adhería al humanismo y tenía prisas por proclamarlo ante el mundo. Cicerón estaba ya muy presente en su vida y en sus reflexiones, en consecuencia, se llama a sí mismo filósofo y se concede el derecho de hablar sobre la totalidad del campo del saber. «Ciceroniano –escribe, desde luego, pero sin reverencia fetichista». Repasando el análisis que Vives hace de Cicerón, vemos lo que él desea llagar a ser: Con sus dotes llegó a compararse a Platón y a Aristóteles en filosofía, a Demóstenes en oratoria y a Lucrecio en poesía. Cicerón, pues, como modelo ideal.

Tras pasar cinco años en París, el joven Vives rompió con todo lo que representaba la Sorbona. El marcharse fue un gesto coherente. Estuvo dictado por lo intragable que le resultaba lo que oía en las aulas; todo le parecía pura palabrería. Su nuevo destino fue Brujas, lugar en el que mantenía un estrecho contacto con la familia Valldaura, valencianos establecidos en la ciudad belga para atender sus negocios y para vivir lejos de las garras de la Inquisición. En Brujas viviría de 1514 a 1517, menos los periodos que pasó en Lovaina. Posteriormente, tras su aventura inglesa regresará a Brujas, pues era el único lugar en el que disponía de una estructura familiar de cobertura. De hecho, contrajo matrimonio con la hija del matrimonio Valldaura. 

En 1516, Vives conocerá a Erasmo. «Vives –puntualiza Villacañas- ya era erasmista antes de que se conocieran». «El encuentro –añade- lo confirmó en su admiración, pero realmente no fue correspondido». No parecieron ser espíritus afines. También con Lutero, otro de los personajes clave de su época, Vives muestra importantes diferencias, a pesar de que en un principio parecían coincidir en algunos puntos básicos. El biógrafo escribe: «Aunque cercano al espíritu penitencial del Lutero más angustiado y a la tesis de la justicia de Dios, e incluso a la de la gracia, no vemos en Vives ese rigor que pueda llevar a la tesis del servo arbitrio». En 1520, Tomás Moro, también gran personaje del momento, entra en escena al conocer con asombro y entusiasmo la obra de Vives. «Me llena de satisfacción –afirma maravillado- creer que una misma inspiración, venida del cielo por una secreta y misteriosa simpatía, unió entre sí nuestras mentes».

De la obra de Vives, su biógrafo destaca el valor de los sueños: «era consciente –escribe- de la dimensión mesiánica de su pensamiento». También tiene muy en cuenta sus cartas, al considerar que «son pequeñas joyas, obras de arte, cinceladas con el dolor y la distancia, siempre con el mejor trabajo, con las mejores galas». Esencial en su obra, considera que es el escrito que dedica a Carlos, el Emperador. «No hay libro más antimperial que este de Vives –afirma- dirigido precisamente al emperador Carlos para identificar su función excepcional y providencial». En suma, Vives ha visto que el imperial es un sistema de competencia desenfrenada y en escalada. En cuanto a su vida, Villacañas apunta que fue un hombre golpeado una y otra vez por la desgracia, que no le permitió encontrar un horizonte desahogado en toda su vida. «Solo a través de un puñado de textos –puntualiza- podemos extraer la noticia de una serie de acontecimientos que inducen a pensar en algo parecido al consuelo». Desde que nace en 1493, hasta que muere el 6 de mayo de 1540, le acompañan los problemas y las desgracias.

Al contemplar la obra de Luis Vives en su conjunto, el profesor y biógrafo afirma que «la profundidad intelectual de su pensamiento no podía generar continuadores a corto plazo», tan solo fue seguido por la fidelidad de sus amigos, algunos de ellos manifestaron con claridad que su obra no podía tener fortuna, sobre todo, en España y que el proceso específicamente moderno, que él había inspirado y favorecido, no podía realizarse aquí. Tuvieron que pasar dos siglos, para que ya entrados en el XVIII, personajes como Aranda y Campomanes estuvieron de acuerdo en acoger a Vives como parte de la formación de un nuevo espíritu español. Pero donde el autor apunta que Vives tiene una recepción más integral y orgánica, es en el pensamiento del catalán Jaime Balmes, quien desplegó la obra del valentino por toda la zona central del siglo XIX. También los castellanos comienzan a interesarse por Vives. Entre ellos, destacan las figuras de Joaquín Costa y de Marcelino Menéndez y Pelayo, sin olvidar a su principal discípulo, Adolfo Bonilla, autor de la primera monografía con pretensiones de monumentalidad dedicada al valentino. Entrados ya en el siglo XX, Villacañas nos habla del chocante fervor franquista por Vives y finaliza en la década de 1980, destacando la importancia del erudito mexicano Enrique González, al que reconoce como el mejor conocedor de Luis Vives en la actualidad.

 Paso a paso, a través de su vida y de su obra, el biógrafo nos va descubriendo un personaje apasionante, pleno de inteligencia y sensibilidad, que trabajó duro para conocer a fondo la realidad cambiante y compleja que le tocó vivir con los ojos de un sefardita valenciano, pero también con la mente de un humanista europeo. Tanto el profesor Villacañas como otros estudiosos afirman que Vives es nuestro primer filósofo moderno. 

Sería osado asegurar que este completísimo libro que comentamos es el definitivo, sin embargo sí me atrevo a decir que casi, casi, lo es.