Fernando Molano
Un beso de Dick
Blatt & Ríos
208 páginas
Fernando Molano
Vista desde una acera
Blatt & Ríos
264 páginas
En el primer semestre de 2023 Seix Barral publicó, con motivo del 25º aniversario de la muerte del autor, el volumen aún inédito Lo bello y las mariposas, que venía a añadirse al resto de títulos ya aparecidos en el marco de la Biblioteca Molano Vargas que el sello editorial publicó entre 2019 y 2020. En ella figuraban, precisamente, las novelas Un beso de Dick (que en 1992 ganó el premio de la Cámara de Comercio de Medellín) y Vista desde una acera, junto al poemario Todas las cosas y ninguna.
Al mismo tiempo, la argentina Blatt & Ríos lanzaba su propia edición de la segunda de dichas novelas (escrita en 1997 pero inédita durante casi quince años, hasta su rescate en 2012), tras haber publicado previamente la primera. Además, había incorporado a su catálogo el libro de Pedro Adrián Zuluaga Todas las cosas y ninguna. En busca de Fernando Molano Vargas, y anunciaba su intención de ofrecer al público el volumen Todas mis cosas en tus bolsillos, libro de poemas ya aparecido también con anterioridad en Seix Barral y publicado por primera vez en 1998 por la Universidad de Antioquia, poco antes de que falleciera Molano, víctima de la pandemia del sida.
Todo ello da prueba del renovado interés por la obra de este escritor nacido en Bogotá en 1961, no solo en Colombia sino también en el ámbito más general de las letras hispanoamericanas. En el marco de dicha obra, estas dos novelas (Un beso de Dick y Vista desde una acera) han ocupado un lugar central, además de ser prácticamente especulares entre ellas. La primera es la historia de Leonardo y Felipe, dos compañeros de clase de instituto, dos amigos, finalmente dos amantes; la segunda, la historia de Adrián y Fernando, que se nos presentan como niños, como estudiantes de universidad, como adolescentes, en unos saltos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo y también entre las perspectivas y las vidas de los dos. Dos vidas finalmente compartidas, como pareja, pero también compañeros en el tramo final, tras el diagnóstico de la enfermedad. Aunque el lector sabe desde el principio que el final no es otro que la muerte, esta no es, en absoluto, una novela sobre la muerte. Al contrario: habla, por encima de todo sobre el empeño por vivir, y por vivir juntos.
Ambas novelas tienen un punto de unión referencial claro, compartido, que termina convirtiéndose en una imagen casi mítica: el beso que le da Oliver Twist a su amigo Dick al despedirse antes de irse a Londres, sin saber aún que esa sería la última vez que le vería, porque Dick iba a morir. Si ese gesto de cariño da título a la primera de las novelas, en Vista desde una acera Molano escribe: «Pronto olvidé la historia de Oliver, pero siempre lo recordé prometiéndole a Dick regresar y encontrarlo contento y feliz, y estar otra vez juntos. Y el beso que le dio Dick». Desde las lentes desde las que Molano nos ofrece mirar la vida, habrá, pues, que imaginar a Dick feliz.
A menudo, Fernando Molano Vargas es presentado como autor de culto sobre todo como hito de la novela gay (si es que tal categoría siguiera siendo pertinente) colombiana. Desde esa perspectiva, su producción se enmarcaría, en lo que se refiere a su poética homoerótica, en la línea que de algún modo inaugurara Miguel Ángel Osorio Benítez / Porfirio Barba Jacob (1883 – 1942) y continuara Raúl Gómez Jattin (1945-1997), y que en la narrativa iría (por simplificar) de Bernardo Arias Trujillo (Por los caminos de Sodoma, publicada en 1932, en Buenos Aires, bajo seudónimo) hasta llegar a Fernando Vallejo, pasando por el Te quiero mucho, poquito, nada de Félix Ángel (1975).
Pero lo cierto es que Molano fue también un cronista crudo y a la vez, paradójicamente, tierno, de las desigualdades y la violencia de la Colombia que le tocó vivir («mi país, este lugar inicuo, enamorado de su pobreza, conforme y sin dignidad, ignorante del sentido de lo fraterno, de la amistad, del amor verdadero, imbécil y egoísta»). De los patrones de exclusión y de marginación, y de la voluntad de seguir viviendo, a pesar de todo. La obra de Molano es un canto humilde y a la vez profundamente inteligente al deseo y al amor como motores de supervivencia y como reducto último de humanidad.
Coincido con muchos de los análisis ya realizados sobre las novelas de Molano Vargas en que su principal seña de identidad, aquello que lo convierte en una voz única en el panorama narrativo de los noventa, es precisamente el tono de su prosa: su candidez sin perder nunca la lucidez; su capacidad para pasar del comentario culto e inteligente al habla más coloquial; y la capacidad de asombro constante ante el mundo que es capaz de transmitir a sus personajes. Un tono que trasluce una visión de la vida extremadamente generosa, sin por ello arrogarse ninguna grandiosidad; una cosmovisión humanista que dirige la vista repetidamente a los periplos vitales y los aprendizajes de la infancia y la juventud, al amor y la carnalidad adolescentes, a la capacidad de lo lúdico para ser también poético, y que erige todo ello en expresión de la necesidad de retomar una mirada ante las cosas, ante los otros, que no caiga en la crueldad, que no haga del mundo un lugar aún más feo. Quizás sea esta una de las principales diferencias entre las novelas de Molano y la propuesta narrativa de Vallejo, a menudo cáustica, amarga.
Molano decía que sentía que, en el acto de escribir, conseguía de algún modo resguardar «del acecho de la realidad el resto de la confianza que aún tengo en los otros» (y, añadía, «en mí»). Podría hablarse, pues, de una cierta vocación de pureza, de intento de preservación de una fe intacta (en los demás, en sí mismo) sin por ello tener que engañarse o apartarse del mundo, del torrente de la vida, de la urgencia de la carne. También de una necesidad de combatir cierta forma de aislamiento, de silenciamiento socialmente impuesto: «Sabiéndome también una especie de indeseable, ¿comprenderán que me sintiese un tanto solo?». Molano presenta a los personajes de Vista desde una acera (y se presenta a sí mismo a través de ellos) inmersos en un flujo existencial siempre apasionado, articulado alrededor de un amor incuestionado, a pesar de los maltratos, abusos e injusticias vividas, a pesar de todos los reveses, hasta llegar al último, el definitivo, el de la enfermedad que terminó con su pareja y con él (con el escritor, con Fernando, como ya le había ocurrido al personaje, a Adrián) y su pareja antes de cumplir los cuarenta.
La obra de Molano Vargas es por tanto expresión de un amor sincero y sin pretensiones por la literatura, que parece formar parte del mismo torrente de amor por el mundo, por la vida. En ese amor por las letras está, por un lado, la lectura: «Sucede que yo adoraba leer. Es difícil creerlo, ya sé. Porque entre todos sus aspectos oscuros, la pobreza tiene uno demasiado triste: los libros te llegan tarde (si te llegan). […] Pero lo cierto es que al gustico por los libros caí definitivamente por una especie de accidente de amor puro. Al menos es creo» (Vista desde una acera, págs. 88-89). Derivado de ello es su afecto por la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, escenario frecuente de su novela, custodia de sus manuscritos. Por otro lado, está el amor por la escritura: «Creímos que la poesía era algo así como un intento por descubrir lo que somos, lo que nuestra alma es. Un intento fracasado, de todos modos, sencillamente porque somos efímeros. No porque vayamos a morir. O también. Pero somos efímeros, antes que nada, porque nunca dejamos de cambiar. Este amor que siento hoy, quizás mañana no lo sentiré; o lo sentiré de otro modo: más fuerte o más frágil; más transparente o más interesado. Esto en lo que hoy creo, mañana lo descreeré. Lo que hoy pienso, lo pensaré de otro modo y no se parecerá a lo que pensé ayer. Tal vez solo seamos lo que una vez somos. Así que en un poema intentamos fijarnos […] será un instante verdadero que de alguna manera ata ese poco de bruma que somos y que a cada momento se disipa, para mantenernos allí flotando (en la vida) sin dejar perdernos del todo. Mientras morimos. O algo así» (p. 253).
Y eso es precisamente lo que Molano le ofrece al lector. Un flotador para aferrarse al mundo sin hundirse en sus aguas turbias. O algo así.