Paulina Flores
Isla decepción
Seix Barral
360 páginas
POR VERÓNICA NIETO

Dicen que toda primera novela es una novela de aprendizaje, e Isla Decepción (Seix Barral, 2021) de Paulina Flores (Santiago de Chile, 1988) no termina de contradecir esta opinión. Aunque es cierto que no se centra en la adolescencia, aquí los personajes aprenden cosas de la vida, ese saber que da la experiencia. 

Para empezar, tenemos a Miguel, un marinero que se ha ido a vivir a la chilena Punta Arenas, o lo que es lo mismo, el fin del mundo. Obviamente ha escapado de algo, sobre todo de su familia, como muchos de los que viven allí. Un día, mientras navega junto a sus compañeros de trabajo en una barca de pesca, encuentran a un hombre flotando y lo rescatan. ¡Está vivo! Parece un chino, pero en realidad es coreano y encima es jovencísimo. Enseguida se dan cuenta de que posiblemente esté huyendo de un buque de calamares que suele pescar por allí, no se sabe si de forma legal, tal vez alegal. Es sabido que los marineros de esos buques trabajan en condiciones penosas, casi de explotación, muy próximas a la esclavitud. Evidentemente, Miguel se apiada del pobre chico y lo esconde en casa. A los pocos días se enteran por la prensa de que el buque de calamares Melilla 201 ha perdido a tres de sus hombres: dos cuerpos han sido encontrados, pero el tercero ha desaparecido. 

Miguel tiene una hija, Marcela. Ella vive en Santiago de Chile y acaba de dejar el trabajo y se la pasa bebiendo porque no solo ha perdido el empleo sino también el amor. Parte de la culpa la tiene ella, o al menos eso cree, pues aunque a Diego lo quería muchísimo ha estado acostándose con otros. No importa, ella lo va a superar. ¿A quién no le han roto el corazón? Por eso decide ir a visitar a su padre al fin del mundo, aunque la relación entre ambos no es precisamente fluida. Encima llega por sorpresa a Punta Arenas, esa ciudad fronteriza y repleta de militares, donde el viento sopla fuerte y constantemente. Lo que pasa es que llega en mal momento, porque el padre tiene escondido al coreano. Se comporta raro, ¿no la había invitado a que lo visitara infinidad de veces? ¿Acaso no está contento? Miguel le dice que vaya a un hostal, que está ocupadísimo, pero ella no tiene plata, así que la manda a que se pasee todo el día, que salga de casa. Sin duda debe ser porque su padre es de derechas, se dice Marcela, y se va a dar una vuelta. Parece que Miguel no consigue disimular por mucho tiempo porque enseguida le confiesa a su hija todo lo ocurrido: allí está Lee Jae-yong, el joven coreano, recuperándose en la cama. Apenas come, obviamente no habla castellano, de modo que no es precisamente fácil comunicarse con él. Aquello no parece importarle mucho a Marcela, porque en cuanto Lee se recupera, se lo lleva a pasear por la playa. Van acompañados de la perra Julia y se topan con muchísimos animales. En Punta Arenas la naturaleza está muy presente y los animales forman parte del paisaje, de la vida de la comunidad. Además, el imaginario mapuche sigue latiendo, aunque se encuentre con descabellados obstáculos para convivir pacíficamente. 

Ella le habla a Lee sin parar, le enseña algunas palabras en castellano. Encima es fan de las películas coreanas, porque ha estudiado cine, aunque también lo ha dejado. El cine, le dice, está lleno de gente que quiere llamar la atención. Y tiene sentido, porque «¿cómo nos habríamos atrevido a estudiar una carrera sin trabajo seguro si no nos hubiéramos creído el cuento?». Poco a poco se encariñan y le habla de su ruptura, de su concepción del amor. Según Marcela, con Diego tenían problemas sexuales, o más bien el problema es que ella necesitaba hacerlo más a menudo: «cuando eres infiel una vez, luego solo sigues haciéndolo. Es que es muy difícil detenerse. Yo creo que se parece a escapar», le dice. Claro que ella también ha escapado de su vida, o al menos se ha tomado un descanso, necesita un respiro para entrar en la treintena. Porque los treinta siempre dan una cachetada y nos sitúan en una encrucijada que, queramos o no, nos obliga a definirnos: «Cuando tienes veinte no eres nadie. Todo es expectativas y sueños. Mucho bla bla, puras proyecciones. Pero luego te haces grande. De un año a otro y sin darte cuenta. De la nada, eres una persona con una realidad palpable, y la gente a tu alrededor comienza a darse cuenta de que en verdad no eras quien decías ser o que tampoco te alejas tanto de esa que decías que no serías nunca. Solo eres tú, con tus promesas y odios de siempre, alguien que no ha conseguido mucho».

Lee Jae-yong llegó a Chile en el Melilla 201, un buque de calamares. El trabajo no es precisamente fácil, le confiesa al capitán. Allí los hombres son rudos, la comida escasea, las tareas son agotadoras y no se puede ni dormir cómodamente ni tampoco higienizarse como es debido. Además, para sobrevivir hay que mantenerse bien apegado al miedo: «Y si te olvidas de él, debes llamarlo. Tienes que acariciarlo, acariciar el miedo», le dice uno. Para colmo, el buque está todo lleno de bichos que no son precisamente los codiciados calamares. Ahora bien, que conste que los calamares son seres fascinantes. Algunos marineros le cuentan a Lee que hasta cambian de colores, no solo para camuflarse, sino para comunicarse. Sobre todo cuando quieren aparearse, dicen por allí guiñando un ojo. Pero los calamares se venden bien, y en poco tiempo acapararán el mercado. Es un negocio en crecimiento. Un día, el capitán le pide a Lee que le lleve la bandeja de comida: en realidad es una excusa porque sabe algo y quiere hablar con él. ¿Qué sabe? Lee se pone nervioso porque no se llama Lee Jae-yong, ha suplantado la identidad de otro, es un fugitivo.

En un paseo al cementerio con su nuevo amigo, Marcela lee el nombre Isla Decepción en una lápida. «Ahí deberíamos irnos nosotros», le dice a Lee. Porque la decepción es una gran escuela y puede convertirse, si uno es capaz de cambiar el punto de vista, en toda una aventura, una gran oportunidad. Además, los tres personajes saben muy bien lo que significa escapar: aquello de esconderse el tiempo necesario para, acto seguido, huir hacia delante. 

Isla Decepción pertenece a ese tipo de novela transparente, con ritmo cinematográfico, con escenas nítidas y notable construcción de diálogos. La estructura da saltos: el diario de a bordo de Miguel; la novela propiamente dicha; el flashback de Lee. El estilo que despliega aquí Paulina Flores es neutro, grado cero, natural, y abunda en descripciones que enseguida nos trasladan a ese paisaje vivo, ese renacer de la naturaleza, aunque cueste no dar con plástico por todos lados. Es, además, una novela que ahonda en la reflexión sobre los lazos personales, las diferentes maneras del amor, la amistad, las cuitas familiares o la crisis de los treinta. De hecho, diría que conecta y despliega todo el abanico imaginario del millennial. Pero sobre todo Isla Decepción es una novela sobre cómo, muchas veces, es mejor que corra el aire. 

Paulina Flores, una de las narradoras jóvenes más candentes de la actualidad, es licenciada en Filología Hispánica y fue elegida en 2021 como una de las veinticinco mejores voces jóvenes por la prestigiosa revista Granta. Ya la conocíamos por el libro de cuentos Qué vergüenza (Seix Barral, 2015), que fue galardonado con el premio Roberto Bolaño, el premio Círculo de Críticos de Arte a la Mejor Escritora Novel y el premio Municipal de Literatura de Santiago. Flores vive actualmente en Barcelona, donde cursa el máster de Escritura Creativa de la Universitat Pompeu Fabra.