Pedro Juan Gutiérrez
Diálogo con mi sombra – Sobre el oficio de escritor
Anagrama
232 páginas
¿Vale todo en literatura? ¿Hay que contarlo todo? ¿Conviene seguir esa máxima radical de Faulkner de «Si un escritor tiene que robarle a su madre para escribir no dudará en hacerlo»? Es uno de los puntos ciegos, que diría Cercas, de este monólogo dialogado; la cuestión de hasta dónde contar, hasta dónde enseñar, planteada por uno de los autores más apropiados para hacerlo, no en vano se le considera el Bukowski tropical, el más obsceno de las letras hispanas. Pedro Juan Gutiérrez se refiere a ese límite como la frontera del silencio.
Nacido en Matanzas, Cuba, en 1950, el autor de Diálogo con mi sombra conoció el éxito internacional a finales de los noventa. Su obra se leyó más en Europa que en su Cuba natal y residencial, quizá por su posición no complaciente con el régimen comunista (el castrismo intervino todos los negocios de su padre, en 1960, hundiéndolo para siempre: «Se quedó melancólico y silencioso el resto de su vida»). Novelas como El rey de La Habana, Animal tropical y, sobre todo, Trilogía sucia de La Habana le convirtieron en una suerte de Houellebecq cubano con la mirada puesta en el pulso de lo carnal, en sordidez centrohabanera no exenta de belleza y al latido que se oculta en sus universos tropicales, a los que a pesar de todo no ha sido capaz de renunciar.
Libros que, por sí solos, le habrían convertido, en otros contextos políticos, quizá también sociales, en uno de los escritores cubanos por antonomasia. Hoy está más cerca de esa posición, y el éxito de ventas y crítica, sobre todo en países tan antipódicos como Alemania le ha acompañado, pero con una condición de clandestino, de autor maldito; recuerdo, precisamente, preguntar por sus títulos, en algunas librerías de La Habana de 2009, y notar la incomodidad de las dependientas. Lo conocían, pero preferían guardar silencio. Recuerdo también una peregrinación con un ejemplar de Animal tropical en mano por las calles de Centro Habana y no obtener apenas información de los consultados, tampoco en el bar El Mundo, escenario recurrente en dicho libro. Aunque eran rostros de desconocimiento, no tanto de precaución político-moral.
Pedro Juan, así lo llamaremos también, como una de las dos caras que conforman su identidad (la otra es Pedro Juan Gutiérrez), se enfrenta, con su literatura irreverente, obscena incluso (dedica un apartado al tema) a dos gigantes: la censura moral y la censura política. A pesar de todo, sale airoso de ese doble combate, tanto como para ser un autor celebrado en Europa. Su valor, anteponer la literatura sobre todas las cosas. Caiga quien caiga. Pero, ¿todo vale? ¿Venderíamos a nuestra mismísima madre por un dudoso hueco en el Parnaso?
Recordemos que Diálogo con mi sombra se estructura como una falsa entrevista entre Pedro Juan Gutiérrez y su «sombra», Pedro Juan, pues ambos, con sus experiencias, sus juicios, sus valores, nutren sus novelas indiscutiblemente autobiográficas. Ambos encarnan la dualidad entre el bien y el mal que acoge en su interior todo ser humano, hasta el punto de conciliarlas, como aquella divinidad de novela de Herman Hesse, Abraxas, que era capaz de fundir lo divino y lo demoníaco. Porque el autor de este particular monólogo doble acogería en su interior, como todos, a ese «demonio que me chupa la sangre y un ángel que toca mi corazón con la luz y me saca de las tinieblas».
Tanto Pedro Juan como Pedro Juan Gutiérrez parecen tener en cuenta un criterio a la hora de escribir: ir a por todas. Al contrario que Norman Mailer, partidario de respetar a la familia y no provocar lágrimas entre la gente más querida —como leemos en la propia «entrevista»—, el autor de Animal tropical cree que «hay que usarlo todo. Ser implacable». Porque un escritor tiene, dice, patente de corso. Se permite algún ligero cambio de nombres y localizaciones, pero «la esencia del relato, de la historia, hay que usarla».
Es lo que llama la frontera del silencio, un listón del tabú ideológico que cambia según tiempos y espacios, sociedades y culturas, y cuyo traspaso te puede convertir en un marginado. Sin embargo, el deber del escritor, considera Gutiérrez, es cruzar esa raya, algo que él mismo ha demostrado con creces, venciendo al «censurador» que llevamos dentro.
Sin embargo, él mismo considera que tiene una frontera personal que no es capaz de cruzar, tanto como para incurrir en contradicción o, cuando menos, juego de matices. Si en la página 78 conmina a «usarlo todo», en la página anterior ha dejado dicho que «nadie cuenta todo» y que ni siquiera él mismo se atrevería a contar todo, absolutamente todo, sobre su vida. No se atreve. «Hay muchos secretos que se irán conmigo a la tumba». Como si ese límite fuera necesario para no enloquecer o dejarse invadir por la hiedra del remordimiento.
Ahí está el caso de Truman Capote, al que tilda de «ave de carroña», y que padeció la culpa hasta sus últimos días. En un entorno más cercano, podríamos pensar en las crisis psicológicas que soportaron autores como la Delphine de Vigan de Nada se opone a la noche o el Miguel Ángel Hernández de El dolor de los demás. Ambos atravesaron esas columnas de Hércules del decoro familiar y ambos lo pagaron con sus dosis de terapia, como ellos mismos han reconocido en distintas entrevistas.
Decía María Zambrano que hay que escribir de lo que nadie habla. ¿Qué tipo de secretos se reserva el impúdico, irreverente y deslenguado Pedro Juan Gutiérrez?
El aspecto de la radicalidad de la escritura, de la apuesta de riesgo, ocupa no pocas páginas de esta nutritiva «entrevista» que no obstante toca varios puntos y podría situarse en la estela de grandes libros sobre el oficio de escribir como el clásico Mientras escribo, de Stephen King. Eso sí, salvando todas las distancias del género, porque Pedro Juan Gutiérrez se muestra crítico con la literatura prefabricada y diseñada para venderse como rosquillas. La literatura se entiende como viaje de conocimiento, como una indagación en las luces y oscuridades propias que requiere de un lector activo, pero así mismo de un juego. Un juego para adultos que sin embargo mantiene intacta nuestra capacidad de sorprendernos, de crear, todo ello al margen de la rentabilidad, el negocio y las planificaciones editoriales.
Diálogo con mi sombra se puede leer también como un acertado manifiesto hacia una literatura profunda en el sentido que se construye desde dentro. Alguien dijo que la verdadera literatura no precisa de documentación, notas, moleskines, escaletas ni planificación de capítulos. Como si la labor del escritor, al volcar su universo, fuera la de transformar el mundo en poesía. Pues así entiende el mundo el escritor de verdad, como un lugar tocado por ese misterio llamado poesía que se puede, valga la perogrullada, expresar en prosa.
Esa defensa de la escritura que nace de la mina interior, que diría JL Sampedro, de la experiencia fermentada, no deja de ser un patrimonio valioso que solo unos elegidos logran convertir en literatura. Pedro Juan es uno de ellos y en este libro, no menos valioso, nos brinda un modo no solo de escribir, sino también de estar en el mundo, en la vida. Gozando, a pesar de todo.