Fernando Pessoa
Delirio, sonetos y canciones de Alexander Search
Prólogo y traducción de Christian T. Arjona
Ilustraciones de Anxo Pastor
Libros de Aldarán, 2019
112 páginas, 18.00 €
POR EDUARDO MOGA

 

 

Los primeros poemas que escribió Fernando Pessoa los escribió en inglés. Tras la temprana muerte de su padre, su madre se casó con quien a la sazón era el cónsul portugués en Durban, y a la ciudad sudafricana se trasladó toda la familia en 1895: Pessoa tenía siete años. En Durban recibió una educación británica: fue alumno de las monjas irlandesas y luego de la Durban High School. Y tanto el dominio que adquirió de la lengua inglesa como su minucioso conocimiento de los mejores autores de la literatura en inglés —Shakespeare, Milton, Keats, Shelley, Byron, Whitman, Poe— le permitieron ganar, con quince años, el Premio Reina Victoria de ensayo —fue el mejor entre ochocientos noventa y nueve candidatos— y alumbrar sus primeros heterónimos, ingleses en su mayoría: Charles Robert Anon, Charles James Search y, sobre todo, el hermano de éste, Alexander Search. Bajo esta personalidad primeriza, Pessoa compuso un centenar de notas y poemas —sonetos, canciones y epigramas— entre 1904 y 1910, la mayoría de los cuales siguen inéditos en español. Delirio. Sonetos y canciones de Alexander Search recoge, por primera vez, una muestra significativa de esta producción —veintiún sonetos y doce canciones—, traducida —y muy bien— al castellano. El volumen, que sigue, para la fijación del texto y la atribución de autoría, la edición de la Poesía inglesa de Pessoa de Luísa Freire (Lisboa, Assirio & Alvim, 1999), incorpora asimismo un breve apéndice de escritos autógrafos.

Pese al carácter juvenil de la obra de Search —que significa «busca» en inglés—, a su desarrollo tentativo y, a veces, empalagosamente hiperbólico, el traductor y responsable de la edición, Christian T. Arjona, que firma asimismo un clarificador prólogo, propone reconsiderar su figura. De la preheteronimia en que se lo ha situado siempre, integrante, como un planeta secundario, de la galaxia pre-Caeiro, Arjona propone considerarlo el gran poeta germinal anterior a Alberto Caeiro y dejar en su órbita a los demás seudónimos de juventud, incluyendo al que firmaba como Pessoa. El crítico y biógrafo de Pessoa, Robert Bréchon, tiene a Search por «el eslabón perdido de [la] evolución que lleva del poeta clásico-romántico al “modernista”, de la efusión sentimental al lirismo crítico, de la búsqueda ansiosa del yo a la despersonalización sistemática…». Pessoa, añade Bréchon, depositó en la obra de Search «la tempestuosa experiencia espiritual vivida en esta etapa fronteriza entre ambas edades […]. Search es la crisálida de Caeiro, Reis y Campos». De lo que no cabe duda es de que el proliferar de las personalidades, que eclosionaría en su riquísima heteronimia, se encontraba ya en las primeras composiciones de Pessoa. En un poema de «Relámpagos de locura», escribe Search: «En mi interior hay cosas superiores a mí, / tantas que ya no puedo decir yo». Y en «Dolor supremo», afirma: «Toda tu escritura / de seguro es inventada, fingida, simulada», lo que prefigura ya los famosos versos: «El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente / que llega a fingir que es dolor  / el dolor que de veras siente». No obstante, Search sí podía decir yo, y lo diría después con múltiples rostros y sensibilidades, aunque, consciente de su inexperiencia, se lamente en Sonetos y canciones de que nadie le haya enseñado todavía «un lenguaje que dé forma a [su] desasosiego». De hecho, como recuerda Arjona, los análisis lingüísticos de sus heterónimos han revelado una radical distancia entre todos: cada uno escribe como si fuese una persona diferente. No hay continuidad estilística —ni por lo tanto psicológica— entre ellos.

Delirio. Sonetos y canciones despliega una sensibilidad romántica y simbolista que, a menudo, cobra aires fin-de-siècle, teñidos de decadentismo. Search, un joven absorto en las complejidades de una conciencia que nace turbulentamente al mundo, se entrega a una impetuosa contemplación de las interioridades de su yo. Como ha escrito Georg Rudolf Lind, Alexander Search es un «poeta de la conciencia, un poeta de ideas, casi sin contacto con el ambiente en el que vive, asensual en grado máximo, preocupado casi exclusivamente por la propia psique anormal y por la metafísica». En esa penumbra del espíritu, Search encuentra, como sus admirados románticos, cultores de un yo desencajado, abismos, tormentos, sueños estériles, lágrimas sin sentido. En «Soneto de un escéptico», escribe: «Yo cierro con dolor mis párpados atribulados / y contemplo el mundo que en mi interior se extiende. // […] pero en la noche del alma, ¡ay!, ningún sosiego hallo, / ¡cómo medra mi terror en las noches terrestres!», con aliteración de /r/ en el último verso que vuelve audible el miedo manifestado.

La conciencia torturada del poeta adolescente experimenta un sentimiento de inutilidad y desamparo. La sensación de desconcierto vital lo invade todo. En «Muerte en vida», Search lamenta otro día dedicado a la nada y se pregunta si su destino es como el del grano de arena de la playa, siempre a merced del viento, a la deriva. La simbología marina le sirve para abundar en esta imagen de abandono. En «Inacción», leemos: «Me hundo en la apatía: se abisma mi voluntad / en un humor soñoliento […]. // Y así, dentro de mi alma habita la tristeza: / como el que ama la belleza y sin embargo es ciego, / soy el hábil timonel de un barco sin timón». La vida, para Search, carece de sentido, al igual que él carece de pensamiento: lo persigue, pero no lo encuentra; le faltan las ideas: le es imposible alumbrarlas. «¡Es hora de pensar!», se reclama a sí mismo en «Canción», aunque esa reflexión sólo conduzca a la visión del desastre: «¡Piensa, oh piensa, cómo todo se devasta!», concluye.

La melancolía que este pesimismo, casi nihilismo, insufla en el ánimo de Search se agudiza con la perspectiva de la muerte, que recorre toda su obra. En uno de sus primeros poemas, el poeta se enfrenta a la desalentadora idea de que, aunque hoy viva, pronto será un cadáver. Y en «A mi mejor amigo» compone un soneto prospectivo e irónico, pero de una ironía macabra, en el que anticipa el poema que compondrá a su muerte ese amigo, y que firmará y fechará, satisfecho de su calidad. Sin embargo, Search concibe una angustia superior a la de la muerte: la angustia de la locura. El temor de enloquecer, o el horror que le produce creer que ya ha enloquecido, convierte su poesía en un sobrecogido diálogo con esa demencia que, además de un mal psíquico, es también metáfora de su desarraigo y su confusión existencial. Los títulos que Search barajó para el libro que recogería sus poemas, y que finalmente no vio la luz, son suficientemente reveladores de esta inquietud: «Delirio», «Sinsentido», «Mens insana», «Documentos de la decadencia mental». En la selección de Arjona, encontramos «Fragmentos de delirio» y «Relámpagos de locura», entre otros poemas dedicados a la insania. Lo que se aproxima en el soneto «Aproximándose» es, precisamente, la locura, y lo hace «con paso grave y seguro, como un odio que se encarama / por el silencio negro de mi cerebro consciente». Falta de la luz de la razón, que Search escribe con mayúsculas, la mente se dirige a una noche impenetrable. En otro poema, «Fragmento de delirio», las formas que ruedan por su cerebro son como los gusanos de las tumbas, «raras y grotescas».

Frente a la pesadumbre de una existencia sin sentido y la irrupción de la locura, Alexander Search reclama, en «Nirvana», «un no-existir en el hondón del Ser, / una Nada etérea y sensible. […] // Ni Vida ni Muerte, ni sentido ni sinsentido, / sólo un sentir profundo de no sentir nada; / ¡qué honda calma! —mucho más honda que el desasosiego, / quizá como un pensar sin pensamiento». Los constantes paralelismos y las antítesis, subrayadas con poliptoton, reclaman una anulación, una paz constituida por opuestos que apague la incertidumbre de la vida, una quietud que subvierta la profunda desolación de la existencia. En «Por la carretera», Search invoca la libertad deseada, que se materializa en un viaje sin restricciones, veloz, con el viento y el sol en la cara, y el alma fresca, en movimiento. Éste es uno de los pocos poemas luminosos recogidos en Sonetos y canciones, aunque persista un pesimismo nuclear; desiderativo y exaltado, sí, pero aún consciente de la tenebrosa realidad: «Mas tendremos que llegar a una aldea o poblado / y nuestros ojos ya se entristecen…». El amor, sugerido en unos pocos poemas, ofrece asimismo esperanza o consuelo al poeta, aun en sus tenues manifestaciones: el recuerdo de un beso; la contemplación de unos dedos, una boca o unos dientes; o la de un tobillo, entrevisto bajo una «falda un instante alzada», que le sirve no sólo para concebir irreverentes delicias, sino también para fustigar la «mano helada» de los moralistas. Venus, en fin, comparece en varios poemas para recordar la fuerza del amor y de la belleza, cuyo culto constituye una de las pasiones del poeta: «¡Ni una estatua a la belleza he compuesto!», se lamenta, tras un día malgastado, en «Muerte en vida». Pese a la naturaleza abstracta de casi todo lo cantado por Search, en «Para alguien que toca» establece una audaz identificación entre sentidos y conciencia: cierta música que oye le produce «un ensancharse y morir de los sentidos, / que es a mi conciencia de cada día / lo que la Eternidad es al Tiempo». Unos sentidos y una conciencia que, contra lo que pueda parecer, no pretenden adentrarse en la realidad oculta de las cosas, sino que sólo se asombran de que existan: «lo que me obsesiona constantemente / no son las cosas en su ser agotado, / sino el simple estar allí de las cosas», escribe en el poema II de «Relámpagos de locura».

Una mención especial merece la traducción de Christian T. Arjona, extraordinaria. En versos blancos asonantados, que persiguen una musicalidad equivalente en castellano a la que suscita el pentámetro yámbico consonante que suele manejar Search, Arjona firma una versión jugosa y flexible, en la que no se transparenta sombra alguna de la sintaxis inglesa. «Sobre la muerte» ejemplifica la naturalidad y la concisión con las que traslada al castellano los a menudo caracoleantes versos de Search: «Nevertheless though sorrow, rage and tear, / my heart, yet I each moment’s boon shall seize, / and shape rude laughter from each heart – felt moan: // Not without hope is most extreme despair, / I know not death and think it no release – / the bad indeed is better than the unknown» se convierte en «Y aunque grita mi corazón doliente, / recojo la bendición de cada instante / y esculpo carcajadas con gemidos. // El desespero extremo de esperanza no carece / e ignoro si la muerte pueda liberarme: / lo malo es preferible a lo desconocido». «La muerte del Titán», por su parte, acredita la monosílaba aspereza del inglés, como ya ponderó Borges, y la habilidad de Arjona para transformarla en un castellano asimismo abrupto y convincente: «From night’s great womb with pain the horrid morn hath broke, / far o’er the throbbing earth the clattering thunders roar, / the Titan wakes at last, his front begrimed with gore, / his brutal gasp abrupt uproots the rugged oak», escribe Search; «Nace el alba horrible, dolorosa, del gran vientre de la noche. / Sobre la tierra que palpita, ruge estruendosa la tormenta: / ensangrentado el rostro, el Titán al fin despierta / y con brutal zarpazo desarraiga un viejo roble», traduce Arjona.