,<em

Rafael Argullol
Poema
Acantilado, Barcelona, 2017
1136 páginas, 29.00€
POR JULIO CÉSAR GALÁN

Para situarnos desde un principio en la obra poética de Rafael Argullol es necesario aludir brevemente a algunas coordenadas contextuales. Podemos decir, en este sentido, que hablar de generación, grupo o tendencia en este autor resultaría un desacierto total. Quien conozca su trayectoria literaria sabe que su camino no entra dentro de esos corsés y que la escritura desatada y transversal caracteriza su discurso dentro de diversas formas de expresión. Dicho esto, empecemos por lo principal, su última entrega: Poema, la cual se sitúa entre los eneros de 2012 y de 2015, con diversos añadidos posteriores: «Corresponden a los días 1-IX-2014, 9-XII-2014, 17-XII- 2014 y 28-XII-2014, pero los escribí en algún momento posterior y aluden a acontecimientos posteriores. Ocuparon cuatro huecos que, por diversas razones, había en el manuscrito». Esta cuestión nos remite inmediatamente a un texto a modo de registro del instante.

Desde un inicio, en cada poema las visiones del yo y sus recuerdos se construyen con la fuerza de fundamentos meditativos poderosos y toman un matiz nuevo. Y esa construcción del yo se ejemplifica principalmente por medio de varias cuestiones capitales en Poema: conjugar de forma reflexiva sensaciones e ideas en el texto poético; conservar el mensaje espiritual de los antiguos mitos; usar la alegoría espacio-expresiva habitual; y proferir una inclinación hacia la defensa de los derechos civiles y sociales. Cuestiones que ya se habían dado con anterioridad en Duelo en el Valle de la Muerte o El afilador de cuchillos, entre otros libros.

Asimismo, nos encontramos una devoción por lo trágico, por desentrañar las razones del mal o por habitar el mundo de manera distinta, asuntos que recorren el subsuelo de toda su poesía. Y, sobre todo, la maldita perfección de sacrificar la belleza de la palabra, la concepción de la literatura en forma de viaje (y en su fondo) y la conciencia de salvar los momentos áureos del pensamiento agónico. En efecto, el alejamiento de toda tendencia ha hecho de la poesía de Rafael Argullol una creación personal y singular. Además –desde estas cuestiones generales y en relación con ese distintivo–, hay que añadir que la fidelidad a su estilo, temas y formas expresivas asientan aún más su discurso y la concepción del poema como unidad; ahí están, por ejemplo, El poema de la serpiente o el propio Poema. Este su insinuante precipicio genera distintas redes poéticas que van desde la vigencia y la vitalidad de la creación literaria, con sus cíclicas uniones, reconciliaciones y divorcios, hasta los exilios y desencantos de cada hombre.

En Poema todo escrito surge a partir de la insatisfacción consigo mismo y en contemplación múltiple; el ojo que disecciona lo real se transforma en camino poético. Esta peculiaridad se transpone de un modo textual mediante la precisión de la palabra pensada y de la sensación escrita con detalle y brillantez. En este caso, la poesía corre paralela al viaje interior y en ese tránsito se produce un diálogo y una dialéctica con el tiempo histórico. Intrahistoria e historia enlazadas y diseccionadas.

Su reflexión monológica procede de la experiencia personal y va hacia esas preguntas sin respuestas que se hicieron los primeros hombres cuando crearon sus pinturas en las cuevas. Esos interrogantes sin contestación generan el enigma con sus entresijos, esas zonas de claroscuros que siguen impulsando el intento de descubrir; y en ese cierre se incardina la tragicomedia de la cultura, la cual ejercita su propia crítica y expresa aquella mitología que arrasó su necesidad de existencia. Ese testimonio viene de la recreación de la belleza de la mirada, de la oposición frontal a los ideales que generaron algunos símbolos y mitos, tan caros en la obra poética de Rafael Argullol: los caminos dobles, las criaturas enmascaradas, la distancia de la lejanía, los hijos del temblor… Cuestiones que permanecerán, se ampliarán y se retomarán desde el principio y a través de temas, percepciones, impresiones y pensamientos, como vemos ejemplarmente a lo largo de este libro; pero que adquieren un brillo diferente a cada paso. Estos círculos concéntricos ensanchan la parábola de su estilo, cuyas directrices se marcan en este poemario por medio de la necesidad del mito y la belleza, de la destrucción de los caminos trillados y las herencias románticas, del espíritu trágico y los sueños del mendigo. Además, también están presentes el conflicto social y la asimilación de la rebelión y sus desengaños: «La decepción, cierto, es dura. / Pero la decepción no es / sino entrar en contacto / con el reino de la realidad». De ahí el descubrimiento de la otra vida, de la belleza y sus bondades, y de ahí que surja la contemplación y el descubrimiento de la experiencia personal y de la formación del Bien.

Todos estos poemas descubren los diferentes caminos de la belleza vivencial y nos muestran que el ajuste de nuestro yo con nuestro perfil procede del diálogo con las desilusiones y de la conciliación de sus paradojas. Aunque se produzcan diversas tiranteces para llegar aquí y se sepa de las derrotas de la independencia.

En la obra poética de Rafael Argullol no hay excesivos cortes, así lo observamos a lo largo de su tránsito por los diversos poemarios. Como en entregas anteriores –pongamos por caso El afilador de cuchillos o El poema de la serpiente–, en Poema se retoma esa visión del texto como unidad, como un todo en el que se derrama una visión reflexiva a modo de captación del instante y superación del mismo. Como en otros libros de Rafael Argullol tenemos la impresión de que cada poema pertenece a un solo poema. Un poema-libro que se resuelve en varias oscilaciones luminosas: desde la forma fragmentaria del todo en partes se recogen las instantáneas del viaje alucinado. Esos movimientos se describen mediante la elipsis, en la cual se forma el collage de los pensamientos con los sentimientos. En este libro, Rafael Argullol crea un cruce de caminos entre el acto creador y las vivencias existenciales con sus distancias y apegos; una lectura del mundo, íntima y externa, plural y proteica, en donde se exploran las meditaciones y se construye el andamiaje de los yoes tanto en el sentido estructural como en el discursivo.

Decía Juan Ramón Jiménez que «La poesía es un intento de aproximación a lo absoluto por medio de los símbolos». En el caso de Rafael Argullol, esa proyección simbólica se realiza a través de esa conciencia alegórica y mitológica: «Día a día los sueños / eran cada vez más lentos y más largos. / Y llegó el momento en que los sueños / se apropiaron de todas las noches y de todos los días. /Entonces empezó el Diluvio». Y a partir de aquí se nos traslada a un estado original, una vuelta al punto cero con el fin de que entremos en lo sagrado perdido, en lo sustantivo olvidado.

De este modo se forja un nuevo discurso concebido a modo de itinerario personal. En ese tránsito se ponen de manifiesto las distintas vivencias de las ruinas, los destrozos y los fracasos. Todo envuelto en un halo de rastreo espiritual y en el que lo corporal sirve de guía para los sentidos. Entramos de lleno en esa poesía del pensamiento que tan bien inició Miguel de Unamuno y que Rafael Argullol tensa y destensa, entre el logos y la pasión. A través de la expresión de las ideas suenan las palabras; entonces, la creación poética se presenta como un espacio para el conocimiento y el signo se toma a la manera de escalpelo que disecciona la realidad, lo social, lo urbano. Y en ese estado urbano de la mente se nos enseña que la ciudad ha perdido sus contornos, que su dimensión es efímera, que dentro de cada ciudad hay muchas ciudades y que dentro de cada hombre hay muchos hombres. En paralelo a esa invocación empieza a despuntar la preocupación cívica: «Como cada día, páginas y páginas / hablando de la maltrecha economía: /quiebras, desahucios, bancarrotas».

Esta conciencia se diversifica en varios aspectos, uno de ellos se manifiesta por medio de la degradación de la cultura a través de las cargas que se le imponen para minimizarla. Son las razones del mal, las de siempre, las que nunca se fueron y tan sólo han cambiado de traje. Esas razones aprovechan la decadencia de la memoria y sus fatigas. Sin embargo, Rafael Argullol encuentra –y aquí está la diferencia– las claves de esos claroscuros en sus exploraciones personales. Por esta razón, en Poema también surgen inquietudes que siempre han acompañado al hombre, temas universales como el universo, el tiempo o la historia; y así vuelve a resurgir la querencia de los mitos; vuelve su aspecto vital y transcendental ante los adoradores de ídolos falsos con el fin de conservar su mensaje espiritual.

 

 

 

Total
7
Shares