Ana Navajas
Estás muy callada hoy
Seix Barral
191 páginas
POR MEY ZAMORA

Al cerrar las páginas de este libro, una siente que se ha colado en la vida de una mujer corriente de mediana edad que ha dejado la puerta entreabierta para dejarnos asistir al discurrir de sus días; una mujer que se muestra tal cual es. La vida doméstica de Ana, casada, con tres hijos y un perro, circula por este libro. Ella es la cuarta de cinco hermanos de una familia que se crio en una localidad del litoral argentino. Su madre murió hace unos años a consecuencia de un cáncer. Queda el padre, que sigue viviendo en la casa familiar.

A través de ese espacio a medio abrir que ha propiciado la protagonista, oteamos las rutinas de la casa y sus ocupantes, escuchamos las palabras pronunciadas y las calladas, las que se quedan dentro, y las que resuenan del pasado. Nos acercamos a las sensaciones que generan los aconteceres cotidianos, aquellos que por nimios que parezcan van punteando la existencia (el lugar en el que se sientan alrededor de la mesa, la elección del color de las flores para llevar al cementerio, la serie preferida, las músicas que suenan, las diferencias entre su casa y la de su amiga de infancia…). Nos movemos de dentro hacia fuera, donde fluye la vida exterior, aquella que expande las experiencias concentradas entre las cuatro paredes de la casa.

Ana Navajas (Buenos Aires, 1974) se estrena en la escritura con esta novela que fue editada por primera vez en Argentina, en 2019, por el sello Rosa Iceberg, creado por Tamara Tenembaum, Marina Yuszczuk y Emilia Erbetta para dar a conocer a escritoras noveles.

La identificación de la narradora con la autora existe y la propia Navajas lo ha ratificado en diversas entrevistas. Estamos, pues, ante un volumen más de la llamada literatura del yo, una fórmula que sigue viva pese a las reiteradas voces que hablan de su extinción, de su agotamiento.

¿Al servicio de qué está en este volumen? Parece no responder a un esquema previo, a una racionalización de la escritura. Se intuye que simplemente surgió de forma natural; que la autora, conforme acontecían los hechos, puso palabras a lo vivido y después compuso un mosaico a base de esos retazos. El yo se presenta sin artificios y apenas preámbulos. Se va revelando a lo largo del relato con su propia identidad. La autoficción parece el molde perfecto para este testimonio literario que transmite autenticidad. No es una construcción de cartón piedra, ni un envoltorio, es la plasmación de una pulsión vital y literaria.

Ana se dedicaba a redactar textos publicitarios o comunicaciones institucionales. En el presente trabaja junto a una compañera en la escritura de una tesis sobre economía doméstica en el siglo pasado. Dos mujeres «que no pueden avanzar porque siguen dedicadas, principal y fundamentalmente, al cuidado de los demás».

Ana es ama de casa. Ana es una cosa y la otra, como antes lo fueron su madre -socióloga- y su abuela -profesora de francés-: «Simones de Beauvoir en batón de entrecasa». El cuidado de Rosa, su hija adolescente, de Elena, que la sigue en edad, y del pequeño y cautivador Pedro es su prioridad. No ha perpetuado en cambio el papel de esposa devota que practicaba su madre.

La protagonista se mueve en la cocina, va con el coche arriba y abajo para llevar o recoger a alguno de sus hijos, los acompaña al médico…es una madre que de forma natural se vuelca en la atención familiar. Abordar la vida doméstica, con sus gratitudes y desencantos, tal cual acontece, es un logro de este libro. La vida va imponiendo las prioridades y Ana las asume sin necesidad de justificar o de gritar grandes proclamas a favor o en contra de nada. Visibiliza con su escritura el cuidado, la atención, la dedicación amorosa a la familia. También la exploración de otros territorios que la llevarán a cuestionarse su relación de pareja y la dedicación a sí misma.

El libro arranca con la muerte de la madre. Sabemos que la hija decidió acompañarla en sus últimos momentos. Hay pues un duelo en curso. Lejos de teorizar sobre grandes temas existenciales, la autora habla llanamente de lo divino y de lo humano, de cómo a veces se entremezclan los planos: «Mientras mamá se moría, yo estaba comiendo salambe y matambre arrollado».

La madre sufrió una larga agonía, que no desea para ella. Una madre, que ha dejado su huella y que ahora ya no está. La normalidad impregna esté testimonio incluso en momentos muy dados al elogio y a la idealización («Como en muchas otras cosas, espero no parecerme a ella»). Siente a la vez dolor y liberación.

La desaparición de la madre conlleva afrontar pequeñas decisiones que van presentándose como qué hacer con el contacto en el móvil o con la ropa en el armario y otras mayores que la protagonista toma con practicidad -¿hasta qué punto tiene sentido respetar la voluntad del que se ha ido en ciertas cuestiones? -. El duelo se ha ido lidiando de forma soterrada en los años posteriores a la muerte de la madre, mientras sus hijos crecían.

La maternidad recorre esta novela, que habla de mujeres, madres e hijas. Cuando la protagonista da a luz a su primera hija todo cambia: «Ser madre se convirtió en un vicio». La muerte de su progenitora la aboca a una dedicación en exclusiva: «Murió mi madre y decidí convertirme en madre. Lo único que iba a ser de ahí en más era madre, la mejor madre».

Pero esta mujer cuidadora quiere también buscar espacio y tiempo para ella, aunque no sabe muy bien de qué manera hacerlo, acostumbrada a estar pendientes de los demás. Cuesta ser una misma cuando siempre hay alguien que depende de ti y te arrastra con ciertas rutinas («Quiero enfrentar la soledad»).

Con palabras escogidas el relato combina ternura, crítica y sentido del humor: «Tal vez tenga razón Rosa y seamos una familia de mierda, una vereda de baldosas sueltas después de un día de lluvia» o «No me sale la charla de cóctel, que vendría a ser similar a la de velorio». La concisión no va en detrimento de la poética. La autora sabe sugerir y en unas pocas páginas consigue sumergirnos en una escena particular, en un clima -tumbada en la cama con su madre agonizante contemplan las copas de los árboles por la ventana-.

La madurez vital se trasluce en las idas al pasado y en la confrontación con el presente, en la reinterpretación y adecuación a la propia vida de las herramientas heredadas: «hay un desdén genético por la búsqueda de la felicidad» o el miedo como «arma heredada». El paso del tiempo y de las estaciones contribuyen a esa sensación de progresión.

La novela tiene una estructura fragmentada, como si fuera un diario o la transcripción de notas personales tomadas en momentos concretos de la existencia, que no sigue un orden cronológico. Pero es una estructura coherente y homogénea. Este es otro de los méritos de este volumen. No son pocos los libros que caen en nuestras manos bajo el reclamo de novela y que en su interior contienen una burda correlación de microrrelatos que no funcionan como un todo.

Aquí hay un elemento que da forma: una voz, particular, personal, distintiva, que va amasando las palabras y los hechos. Existe también una coherencia narrativa, una ordenación de los capítulos, que permite a quien lee reconocer los espacios, los personajes, las diferentes épocas. La escritora argentina habla con palabras y modismos locales, transita entre la gran ciudad y el campo. Ella se crio en el seno de una familia sin problemas de dinero, con niñera, en una casa en el litoral menguada cuando tres hermanos mayores se fueron a vivir a la capital, donde ahora reside.

Construir un hogar ha sido importante para ella. Su casa en la ciudad le da seguridad, por eso siente cierto desasosiego cuando se aleja y siempre desea volver. Adaptarse ha sido una constante en sus días. Recuerda como al llegar a Buenos Aires los vocablos eran otros para expresarse. Elogia las virtudes de la vida en la urbe, aunque el pueblo sigue dentro: «Cada vez que alguien toca la bocina, un instinto de pueblo hace que me dé la vuelta. Creo que me están saludando».

Navajas encabeza el libro con dos citas, una de Natalia Ginzburg que explica como adquirió una forma de hablar breve, rápida y concisa para ser escuchada en una familia con hermanos mayores. La alusión es extensible a este volumen también corto que tiene la virtud de englobar mucho en poco espacio. La autora italiana resuena en estas páginas. Hay cotidianidad y también hondura, hay un punto de vista, una mirada inteligente del mundo, introspección y sentido del humor. El resultado es sencillo y eso que parece fácil no lo es. Esperamos que esa voz vuelva a alzarse en futuros libros.