Carlos Castaño Senra
Cuatro escayolas
Sloper
120 páginas
La literatura es un terreno extenso y de difícil clasificación. La teoría de los géneros literarios nos permite hacernos una idea (más o menos cabal) de lo que estamos leyendo. Pero, más allá de los géneros, existe una distinción básica que permite diferenciar a unos libros de otros. En efecto, hay textos concebidos con una vocación artística y otros con la (¿filantrópica?) intención de proporcionarnos entretenimiento. Y queda claro, nada más comenzar su lectura, que Cuatro escayolas resulta ser un ejemplar de la primera especie. Este binarismo (arte/entretenimiento) no resulta nunca absoluto, por supuesto. El mundo es un pez travieso que se cuela a través de la gruesa red de categorías con la que intentamos atraparlo. Decimos que el de Carlos Castaño Senra es un libro artístico porque, como todo objeto artístico, apela a un contexto que no se agota en la propia trama. Ese contexto abarca la filosofía, pero también el propio acto de escribir una novela. ¿Significa que estamos ante una novela metaliteraria? Ni mucho menos. Cuatro escayolas es de alguna manera una novela de aventuras, una bufonada quijotesca, pero protagonizada por un Quijote cuyo seso hubiese sido sorbido no por las novelas de caballerías sino por toda la filosofía de raigambre cartesiana.
La peripecia de Cuatro escayolas se resume rápido. Una mujer sale de su garaje montada a caballo junto a sus hijos en persecución de un tal Pulmones, encarnación del jefe dictatorial y servil con sus superiores, dispuesto a todo con el fin de medrar. Maresca (ese es el nombre que la protagonista y narradora se otorga a sí misma) se propone dar alcance al tal Pulmones para castigarlo y así cumplir una venganza incubada durante mucho tiempo, una venganza que culminará cuando cuatro escayolas cubran sendos miembros del archienemigo. Se trata de un acto de justicia, un castigo que habrá de celebrar la comunidad de los empleados de Pulmones y para el que Maresca y sus hijos se postulan como brazos ejecutores. Esa búsqueda les conducirá de taberna en taberna, en cada una de las cuales protagonizarán alguna aventura. Todo muy quijotesco, como vemos.
La forma de esta novela, como corresponde a esto que aquí llamamos libros artísticos, está muy por encima del fondo. Lo bueno de los libros artísticos es que uno no destripa nada esencial cuando dice de lo que van, porque lo esencial nunca es la trama sino el modo en el que esta se teje. El fondo de Cuatro escayolas, digamos, es una excusa para desplegar una escritura rica en lo verbal y lo conceptual, con un tono humorístico que la aleja de cualquier sublimidad o petulancia solemne. Y es que, sí, estamos ante una novela humorística, de modo que, casi objetando a nuestra clasificación inicial, resulta divertida y, por tanto, entretenida. Ocurre que hay objetos cuya clasificación nos hace incurrir en la paradoja, y Cuatro escayolas es uno de ellos. Traemos aquí un sencillo ejemplo de las reflexiones con las que Maresca agracia al lector: «Tal vez resulte algo inverosímil, eso sí, pero, ¿no te parece, Tab, que la verosimilitud, además de inverosímil, es un poco reaccionaria? ¿Es la verosimilitud un invento de la patronal?».
Y estamos muy de acuerdo en eso. En que la verosimilitud es un invento de la patronal, si entendemos que esa patronal es la que impone la tiranía del guion y las «armas de Chéjov» (ya saben, esa teoría según la cual si un arma aparece en algún momento de la historia alguien acabará usándola más tarde) y todo ese repertorio de técnicas que permiten concluir que una historia está bien escrita sin que quede ningún hilo suelto. No, en principio nada nos impide valorar en su justa medida lo verosímil, siempre que lo verosímil no se confunda con lo previsible.
Cuatro escayolas es la segunda novela de Carlos Castaño, filósofo de formación, tras Aquí hay demasiada gente, publicada también en Sloper. Allí el protagonista era un hombre voluntariamente marginal, no tanto en el sentido económico sino existencial, un hombre que recorre el margen de la sociedad para mejor contemplarla desde esa perspectiva privilegiada. Comparten los protagonistas de ambas novelas una disciplina amparada en la razón. Es solo que la razón no basta para comprender el mundo y es en ese choque entre el prejuicio racionalista y la complejidad a veces absurda de la realidad lo que produce la tan agradecible chispa humorística.
El estilo de Cuatro escayolas resulta voluntariamente atemporal. El texto podría haber salido de las manos de un autor del XVIII o del XIX, salvo por algunos detalles como el hecho de que los hijos/escuderos de Maresca abusan de ese vicio tan contemporáneo que son los selfies. No encontramos en esta novela de Castaño, a diferencia de lo que ocurría en la primera, ubicaciones ni escenarios reconocibles. Se trata de un ejercicio loable y virtuoso de pura ficción que no pretende sino suscitar en el lector el placer compartido de la inteligencia. Y eso, me parece, ya es mucho.