POR JAVIER SERENA
Director Cuadernos Hispanoamericanos

De manera casual, anticipándose a este texto, Katya Adaui reivindica en su artículo de este mes el sentido de la sección Segunda Vuelta: comentando la estupenda novela del autor peruano Cronwell Jara Montacerdos —conocida también por la editorial chilena del mismo nombre— recuerda que la contemporaneidad, o la actualidad, no guarda relación alguna con la novedad literaria, y que más bien uno debe protegerse de ese ritmo vertiginoso de producción editorial para encontrar los libros que anda buscando, y hasta para sorprenderse con voces en verdad estimulantes y distintas. Un ejercicio similar hizo Joseph Zárate en su colaboración del mes previo, al comentar La vorágine, y destacar que, al cabo de cien años, la novela de José Eustasio Rivera realiza un alegato contra los procesos `civilizatorios´ del interior del Amazonas que bien podría haberse firmado en nuestros días, a modo de defensa o de denuncia de los abusos o del riesgo de extinción que corren los pueblos originarios de esa región.

Es una convicción que con seguridad tiene presente cualquier lector curioso, aunque no deja de ser sorprendente cómo la auténtica novedad literaria muchas veces está escrita varias décadas atrás, y no hemos sido capaces de dar con ella por puro ensimismamiento en un presente estrecho que, de forma inevitable, carece de la lucidez y del talento y la inteligencia de décadas enteras.

O sea que esa sección, Segunda Vuelta, alerta sobre la dirección de una lectura emancipada de los reclamos del mercado editorial, para señalar una verdad sabida por todos: que —al margen de la institución demasiado canónica de clásico— hay una riqueza, una variedad, una originalidad literaria en propuestas formales, voces y temas en cantidad de libros que habiéndose publicado algunos años atrás sin excesiva repercusión, tienen sin embargo el poder estimulante de unas obras que habrían podido ser escritas hoy mismo.

Las razones de esos descuidos pueden deberse a la falta de atención personal, u otras incomprensiones colectivas. Un caso paradigmático es el de Borges, que, siendo un autor casi secreto durante décadas, a partir de los años sesenta del pasado siglo se populariza y es leído como una irrupción de una singularidad extrema, aunque en ese momento ya estaba escrita su obra entera. Otros ejemplos recientes están sucediendo en cierto modo en nuestros días. Es lo que ocurre con las reediciones y reivindicaciones de Josefina Vicens o Hebe Uhart —a menudo comentadas en esta revista—, quizá minoritarias y poco divulgadas durante años por ser literaturas raras, poco adecuadas a los convencionalismos de su época, y que sin embargo en su escritura desde los márgenes encontraron la fórmula para que sus libros estuvieran vivos en el futuro. U otras obras que, sin ser las aparentemente principales de sus autores, han sido objeto de algún comentario en Segunda Vuelta: como el Diario de un canalla y Burdeos 1972, que, menos conocidas que otros libros de Levrero —quien a su vez ha sido leído tardíamente al menos a este lado de la orilla—, no desmerecen la sutil extrañeza y la autoreferencialidad lúdica características de las mejores obras suyas; u Otoño de Madrid hacia 1950, las crónicas o memorias de juventud de Juan Benet, que, en estos textos libres de las exigencias del género mayor de la novela, muestra una agudeza en el retrato y una melancolía del Madrid ido décadas atrás con el estilo exacto y elevado que reivindicó siempre para la literatura española. Otros libros abordados en Segunda Vuelta, como La tentación del fracaso del peruano Julio Ramón Ribeyro, o El arte de la fuga del mexicano Sergio Pitol, probablemente pidan esta segunda lectura o este segundo momento de atención porque tratándose de libros no adscritos a la ficción novelesca —siendo diarios o textos más híbridos todavía que alternan la crónica y el ensayo y otras formas de invención más solapadas que las habituales—, no contaron con el foco del mercado en el momento de su aparición.

Quizá por algunos de estos motivos, pero sin duda también por las ignorancias y descubrimientos interminables de esta geografía difusa de la literatura escrita en español, este editorial lo ha motivado un particular hallazgo reciente: el del chileno Adolfo Couve, y en concreto la lectura de su excelente nouvelle La Comedia del Arte, que reúne algunos rasgos de otros autores o autoras citados en estas líneas. Pintor ganado por su segunda vocación literaria, esquinado en la costa atlántica chilena por sus depresiones y una sexualidad vivida en la clandestinidad hasta su suicidio antes de cumplir los sesenta años a finales del siglo pasado, para cualquiera que se acerque a su obra Couve se revelará como un escritor indudablemente talentoso y genuino, con una voz propia que lo singulariza entre otras muchas lecturas irrelevantes y unos recursos y un sentido de la innovación que treinta años después de su muerte recuerdan que en nuestro pasado inmediato y en los secretos atrapados en algunos países vecinos se esconde la verdadera novedad.