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Sonia Vital Fernández
Alfonso VII de León y Castilla (1126-1157)
Ediciones Trea, Colección Piedras Angulares, Gijón, 2019
336 páginas, 35.00 €
POR ISABEL DE ARMAS

 

A punto de finalizar el año 2019, el alcalde socialista de León, José Antonio Díez, defendía que su provincia se independice de Castilla, ya que, León, Salamanca y Zamora tienen «todo el derecho del mundo» a ser una Comunidad Autónoma al ser «un Reino histórico de este país» y después de ser «el territorio más importante de Europa en el siglo xii». El Consistorio leonés reclama, por tanto, la segregación de esta provincia, de Zamora y de Salamanca, de la actual Castilla y León, para formar una nueva Comunidad, la de la región leonesa. El veterano periodista Fernando Ónega, buen conocedor de la historia de estas tierras, apoyaba este argumento al afirmar con rotundidad que «si algún territorio tiene derecho histórico a la autonomía es León. Con Zamora y Salamanca, como antes, o sin Zamora y Salamanca, pero derecho histórico. Porque León ha sido reino antes que provincia. Y tuvo reyes y tiene Panteón de Reyes».

Este peliagudo tema de total actualidad, viene del todo a cuento a la hora de comentar el libro de Sonia Vital, Alfonso VII de León y Castilla (1126-1157). La autora, que basa el presente trabajo en el contenido de su tesis doctoral, es doctora en Historia con mención de Doctor Europeus por la Universidad de Salamanca, además de máster en Protocolo por la UNED. Sus principales líneas de trabajo se centran en las relaciones de poder en el ámbito hispánico del siglo xii, analizando la compleja relación entre la aristocracia laica y el rey Alfonso VII en un contexto social y político en el que dominan las formas de organización feudal, temática a la que ha dedicado largos años de estudio. El presente trabajo que comentamos, a juicio de la propia doctora Vital, no es un estudio de la persona de Alfonso VII como mera figura histórica, tampoco una descripción de acontecimientos políticos y militares. «Este libro desvela —nos dice—, mediante el exhaustivo análisis de la muy abundante y dispersa documentación existente, las relevantes aportaciones de este rey-emperador a la historia de León, y de la península ibérica, poniendo sobre la mesa la trascendencia de su decidida actuación política, administrativa y militar, así como los contextos y repercusiones sociales de esa actuación».

Alfonso Raimúndez, hijo de Raimundo de Borgoña y de la reina doña Urraca, accede al trono de León al fallecer la reina en marzo de 1126. A partir de ese momento, el rey lleva a cabo acciones para lograr su legitimación y la imposición de su autoridad. En su proyecto político está presente en todo momento la recuperación de la hegemonía alcanzada por su abuelo Alfonso VI, que se había visto desdibujada durante los años del complicado reinado de su madre. La autora describe a doña Urraca como una pieza clave en todo este complejo proceso. Tras muchos desencuentros y encontronazos con su segundo marido, Alfonso I de Aragón, la reina leonesa consiguió poner fin a su matrimonio en octubre de 1114 por medio de un concilio celebrado en León donde se llegó a amenazar a los cónyuges con la excomunión. Se puso fin al matrimonio pero no a la guerra que continuó durante un tiempo, ya que el aragonés no estaba dispuesto a abandonar los territorios que había usurpado a su esposa.

Tras recuperar el control del reino y con su hijo como sucesor seguro, Urraca siguió siendo la titular de este reino hasta el final de sus días y como reina jamás cedió soberanía. Fue la primera reina titular de León, reinó a pesar de todas las dificultades de su época y a pesar de los competidores en el poder manteniendo el dominio sobre el reino heredado de su padre. Alfonso, ante la difícil situación política que dejaba su madre al fallecer, se apresuró a ir a León para presentarse como rey y asumir el gobierno al día siguiente de la muerte de su madre. Pero en León encontró serias dificultades por la manifestación de fuerza que la aristocracia del momento era capaz de oponerle. El nuevo rey deberá negociar con esta aristocracia para contar con su apoyo, sin el cual le habría sido sumamente difícil consolidarse en el trono e imponer su autoridad. A este tema crucial dedica la autora un extenso e interesante capítulo, ya que, las rebeliones que se producen durante este reinado son una manifestación patente de la competencia en las esferas de poder entre la aristocracia y el rey. Es preciso recordar la emergencia de ciertos cambios en la concepción del feudalismo, planteándose las rebeliones como un claro indicio de la transformación social que afecta a la relación rey-súbditos y que concluye en una relación privada y personal, fundada en lazos vasalláticos, que caracteriza la nueva realidad señor-vasallo. Como objetivo último de este proceso de transformación, Alfonso VII pretende su consolidación política. Para ello, procura fortalecer su poder recortando el que la aristocracia ha ido alcanzando durante las épocas anteriores e intentando someterla más a su autoridad.

Un importante apartado de este libro está dedicado a cómo se establece la jerarquía en torno al rey. En el siglo xii, por ejemplo, el cargo de alférez funcionó como elemento de introducción y consagración de los aristócratas en el círculo de magnates. Al ocupar este puesto, los alféreces iniciaban su carrera política en un determinado reinado y se promocionaban en el poder llegando a alcanzar, más tarde, el título condal o responsabilidades mayores en el reino, tales como el gobierno de territorios por delegación del rey y la participación activa en las campañas militares que se definían en su política. También aquí se apunta que, en el proceso de selección de candidatos a los puestos de alférez y mayordomo del rey, es condición imprescindible la pertenencia del aspirante a una familia aristocrática poderosa y cercana a la monarquía. El interés de la familia en que uno de sus miembros ocupara un puesto palatino se explica no sólo porque el cargo constituía una forma de promoción individual, sino también, y sobre todo, porque ello significaba que la familia gozaba del favor regio, lo que podía suponer su progreso en las esferas de poder; algo muy importante en la rivalidad entre familias aristocráticas.

Otros cargos que también tenían gran importancia en esta época eran el de merino o el de tenente. El merino era un oficial público que se ocupaba de la administración económica, de la recaudación de las rentas y tributos. También se hacía cargo de la aplicación de la justicia y de movilizar a los hombres de la merindad para incorporarlos al ejército del rey. En cuanto a los tenentes, miembros de la aristocracia magnaticia con o sin dignidad condal, ostentaban el gobierno por delegación regia y procedían de las categorías más altas de la aristocracia. El vocablo cónsul, en el periodo de Alfonso VII, designaba a un magnate que, investido de la dignidad condal, ejercía autoridad sobre un territorio. Finalmente, en este apartado hay que incluir el infantazgo, que era la dote de un señorío creado para que de él viviesen las infantas que permanecieran solteras. En principio, esa donación del rey a las infantas, para su sustentación, debía retornar a la monarquía una vez que éstas fallecieran. La presencia de las infantas sobre un territorio favorecía una colaboración positiva con la monarquía, ya que el rey podía contar ahí con un importante aliado para ayudarlo a asegurar el equilibrio entre los poderes aristocráticos del entorno.

Vemos cómo, con gran inteligencia y habilidad, Alfonso VII va transformando la organización feudal que constituía una permanente amenaza para su autoridad. Con el objetivo de conseguir este cambio, utiliza las propias estructuras feudales vigentes y así va logrando un mayor control de la aristocracia, en toda ocasión con diplomacia y mucha mano izquierda pero también con intervención militar cuando lo ve necesario. El fortalecimiento de su autoridad igualmente se constata en la reactivación de la expansión exterior por tierras castellanas hacia el corredor del Ebro y al Mediterráneo, y también hacia al-Ándalus siguiendo la tendencia ya iniciada por su abuelo con la conquista de Toledo.

Siempre desde las relaciones de poder en el centro de la acción política y social del Imperator Hispaniae, este libro analiza otros aspectos importantes del reinado de Alfonso VII: su coronación imperial en León en 1135, la segregación de Portugal y la división del imperio tras su muerte entre sus herederos, Sancho III de Castilla y Fernando II de León. Una de las obligaciones de los reyes como buenos gobernantes era la de intentar dejar estipulada la sucesión para que esta fuera pacífica. Alfonso VII, entendiendo su imperio como una yuxtaposición de estados feudales, lo dividió entre sus dos hijos varones: Sancho, el primogénito, recibiría el reino de Castilla, mientras que Fernando, el segundogénito, recibiría León y Galicia. La autora afirma que hay que ver en esta decisión política del emperador un acierto que responde a la realidad y a las necesidades del momento. «No cabe duda —escribe— de que Alfonso VII había comprendido y asimilado el dinamismo expansivo castellano y el protagonismo que Castilla continuaría desarrollando en el futuro mediante una política permanente de avance».

La autora dedica todo un capítulo a la coronación imperial y su significado. «Es indudable —dice—, que la coronación imperial de Alfonso VII marca un nuevo impulso en su política, definida desde sus inicios por la voluntad de recuperar una hegemonía de proyección peninsular a través de la puesta en práctica de una particular visión de la idea imperial leonesa». También aclara que la particular idea imperial de Alfonso VII arranca de la que personificó su abuelo Alfonso VI, ya distinta de la idea original gestada en el siglo x. Alfonso VI fue el primer rey que se intituló imperator en primera persona conjugando e integrando dos tradiciones: por un lado, la idea imperial leonesa y, por el otro, la voluntad expansionista de la dinastía navarra. Este rey fue el Imperator totius Hispaniae, cuyo concepto aludía al proyecto político hegemónico sobre el que gobernó y sobre el que justificó su actividad de conquista con una clara intención de reunificar la antigua Hispania. Finalmente, la doctora Vital concluye con la síntesis de que, a finales de su reinado, la particular idea imperial de Alfonso VII difería ya de la que concibió su abuelo, sin duda alguna por el distinto contexto social y político que marcó este reinado. Alfonso VII hizo valer su supremacía sobre los demás reyes y reinos de la Península con una brillante política de vasallajes que lo colocaron en el concierto peninsular como un rey de reyes, reafirmando su hegemonía ante los procesos de fragmentación política que caracterizan este periodo.

El presente libro es, sin duda, una aportación fundamental para conocer más a fondo las relevantes aportaciones de este rey-emperador a la historia de León y de la Península ibérica, sacando a la luz la trascendencia de su decidida actuación política, administrativa y militar, así como las repercusiones sociales de esa actuación.