Daniela Demarziani
Soy Harold
Overoll
128 páginas
En «Sobre tener un cuaderno de notas» (un texto del libro Los que sueñan el sueño dorado), Joan Didion se pregunta para qué anotamos nuestras experiencias trascendentes (e intrascendentes) en diarios o libretas. Antes de responder, dice: «La gente que toma notas en cuadernos íntimos es una especie distinta». Daniela Demarziani pertenece a esa otra especie. Demarziani nació en 1984 en Buenos Aires, es traductora, ha trabajado como editora para sellos de España y de Argentina, y ahora publica Soy Harold, un diario sobre la traducción de un poema de Harold Norse titulado «Hotel Nirvana», pero también un diarios sobre los momentos finales de una agonía amorosa, y sobre la escritura como medio de vida. O como modo de vida.
Harold Norse, poeta beatnik, escritor de memorias, activista del movimiento gay y discípulo de William Carlos Williams, inspira en la narradora una sensación («el burbujeo caliente de la sangre») y eso es lo que ella quiere traducir y transmitir. Y lo logra, no sabemos si con el poema pero sí podemos decir que con el recuento de sus días. En este diario no hay fechas; es más bien un cuaderno de notas. Y lo que la narradora traslada de la realidad al papel es una viñeta detrás de otra sin demasiada conexión pero con el mismo tono, la misma voz un poco misteriosa y muy elegante, la misma habilidad con las palabras.
Ella lo llama «diario». Dice que desconoce cómo selecciona las palabras que se escriben en él. Pero sabe algo sobre el género porque Demarziani trabajó con Ricardo Piglia durante el proceso de corrección de sus diarios. Aquellos, los de Emilio Renzi (el alter ego de Piglia), dejaron una marca en la literatura publicada en los últimos años. Se destacan por su valor como testimonio y por su valor como narración. Afirma Didion: «A veces me engaño a mí misma sobre las razones por las que tengo un cuaderno de notas, me imagino que conservar todo lo que uno observa es reflejo de cierta virtud ahorrativa». ¿Será por eso que hay gente que quiere capturar lo vivido y hacerlo parte de lo leído? Ahorrar, capturar, traducir: verbos amigos entre sí. El género de los diarios vive una época de auge: es quizás la gran red «asocial».
Soy Harold se lee gracias al arte de una voz: encuentra en la selección de sus notas (sus entradas) una trama que quizás sea difícil de explicar porque pareciera que no está allí, porque en el fluir de los días pasan muchas cosas, pero cuando comienzan a repetirse algunas (como, por ejemplo, los encuentros casuales con César Aira en el barrio de Flores, en Buenos Aires), Demarziani logra construir subtramas que son como parte de un ovillo del que podemos tirar para desenredar la complejidad de la vida de una persona. El arte de una voz, ahí está el truco de Demarziani: en escribir eligiendo las palabras adecuadas para traducir (o simular, si acaso hay algo de ficción en Soy Harold) las experiencias adecuadas. A fin de cuentas, es como dijo el crítico literario V.S. Pritchett: «El mérito está en el arte. No te dan puntos por vivir» (lo cita Vivian Gornick en La situación y la historia).
Muchos otros escritores aparecen en Soy Harold: Allen Ginsberg, Tomás Eloy Martínez, Thomas Mann, Kafka, Barthes, un autor con cierto renombre que en una fiesta le pregunta a la narradora si alguna vez se ha masturbado durante una hora y media sin parar, etcétera. Demarziani los invoca como si rezara a santos paganos; los trae para complejizar sus ideas sobre traducción y escritura. «Vos escribiste un diario», pone, «porque Piglia escribió un diario y Piglia escribió un diario porque Cesare Pavese escribió un diario». Soy Harold es, también, una declaración de amor a los diarios y a los cuadernos de notas.
Pero volviendo a la pregunta de Joan Didion, por fin llegamos a leer cómo se responde a sí misma: «… y ¿acaso no merece la pena recordar eso? ¿Acaso la señora Minnie S. Brooks no me ayuda a recordar quién soy? ¿Y acaso la señora de Lou Fox no me ayuda a recordar quién no soy?». Los cuadernos de notas se escriben para ir hacia adentro de uno mismo. No sabemos por qué la traductora de Soy Harold escribe su diario, pero quizás lo haga para encontrar algún sentido en el caos de su vida. Una vida no diferente a otras. Un caos no diferente a otros.