Teresa Wilms Montt
Diarios íntimos
Pepitas de calabaza
200 páginas
«Este es mi diario. En sus páginas se esponja la ancha flor de la muerte diluyéndose en savia ultraterrena y abre el loto del amor, con la magia de una extraña pupila clara frente a los horizontes. Es mi diario. Soy yo desconcertantemente desnuda, rebelde contra todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante el infinito… Soy yo… Teresa de la †». Así, en el invierno de 1918, y bajo uno de los múltiples pseudónimos que empleó a lo largo de su fugaz vida, se expresa Teresa Wilms Montt, una mujer entre el eros y el tánatos, una mujer pionera y subversiva que abrió caminos para la libertad femenina y sufrió sus dolorosas consecuencias. Cada vez me parece más urgente para el feminismo actual conocer y reivindicar la genealogía de mujeres que rompieron —o intentaron romper— con el yugo patriarcal. Sus vidas son inspiración y referencia para el presente. Y, en este sentido, con Teresa existía una deuda insoslayable.
Gracias al sello Pepitas, en colaboración con Alquimia Ediciones de Chile, podemos gozar ahora de la lectura de los diarios completos de esta poeta irrepetible. Viajamos desde unas primeras páginas en tercera persona que narran la soledad de una niña incomprendida, una época de palacete burgués en Viña del Mar con un padre que la llama «mi Tereso» entre seis hermanas muy femeninas —es decir, muy sumisas—, hasta llegar prácticamente al momento de su suicidio con Veronal en París, con esa cruz de mártir en su firma.
Entre ambos extremos, la libertad de la nueva «Thérèse» después de huir del encierro forzado en el convento chileno de la Preciosa Sangre. Llegó allí acusada de adulterio por un marido celoso: celoso, sobre todo, del fulgor que despedía una joven brillante en pleno vuelo. Buenos Aires, Nueva York y, finalmente, Europa. Años de amistad, de tertulias y de risas con Vicente Huidobro, Edwards Bello, Ramón Gómez de la Serna, Jacinto Benavente, Valle-Inclán, André Breton, Paul Éluards o Max Ernst. Una más entre ellos. Hasta el magnate André Citröen se enamora de ella y le propone matrimonio, formar una familia. Pero eso ya lo había hecho antes Teresa.
Alejada de sus dos hijas, Elisa y Sylvia, la autora vive en una tensión permanente. Disfruta la vida bohemia, de camaradería y nocturnidad con hombres artistas. Pero no olvida su condición de madre. La situación desprende tal modernidad que apabulla: demediada entre el placer y el deber. Se deprime, se refugia en la tristeza. Si en el cautiverio del convento había escrito «morir, dormir, soñar acaso… ¡Qué hermoso fuera, qué excelso! Dormir eternamente en la fosa, sin otro abrigo que la piedra helada», poco antes del gesto final dirá: «¿Me muero estando ya muerta, o será mi vida muerte eterna…?». El carácter confesional de sus diarios convive con el lirismo y la expresividad dramática que caracteriza a la poeta. Tras dos días agonizando en un hospital parisino, Teresa Wilms Montt es enterrada en el cementerio de Père-Lachaise, cerca de Oscar Wilde, otro pionero, otro incomprendido.
Desde la cubierta del libro de Pepitas, Teresa nos mira con sus ojos glaucos transformada en óleo por obra y gracia de Julio Romero de Torres. Femme fatal, suicida, autora de cinco libros —cuatro de prosa poética y uno de cuentos— escritos entre los veintitrés y los veintiséis años, casi nada. Una vida corta e intensa que hace pensar en las vidas largas, infructuosas y repetitivas que arrastramos el resto de mortales. Su mirada recuerda a otra artista suicida con veintitantos, y de la misma época dorada de la libertad femenina, esa época de entreguerras que alumbró a la garçonne y a la flapper. Se trata de la escultora y poeta Marga Gil Roësset. Buscad sus fotos. Miradlas sin prisa. ¿Mujeres adelantadas a su tiempo? Más bien necesarias para abrir vías de futuro. Escribió Wilms Montt en su diario: «Mi opinión sobre las mujeres es tristísima y muchas veces me avergüenzo de ser mujer… Sin ser malas lo aparentan, son débiles, orgullosas, profundamenta estúpidas y vanas. ¡Son animales de costumbre!». Ella no quiso ser así. Una vez le preguntaron: «¿Qué hubiera querido usted ser?». Ella contestó: «Lo que soy. De cualquier otro modo me habría aburrido más». Grande, Teresa.