Además del bric-à-brac estrambótico que supone tal conjunto, las rimas son en ocasiones ripios magistrales (así «chèque» y «plum cake», en el poema 15.o), y los versos están hisopados de términos insólitos, barbarismos o arcaísmos, en ocasiones escritos con ortografía fantástica y de toda clase de ámbitos (botánica, zoología, gastronomía, gemología, cosmética y farmacología, derecho, artefactos y objetos diversos) que pretenden sorprender o crear ambientes epocales o geográficos inactuales y misteriosos. El resultado es altamente pompier, y si Rubén conoció este libro hemos de agradecerle la sobriedad y el sentido común que le hizo no seguirlo en sus excesos y dislates.

La motivación global del conjunto creado por D’Hervilly es, según el poema final, el deseo de abandonar «l’Europe sanglante et caduque», perder de vista «les murs troués de balles / à la hauteur du crâne humain» (alusión a la guerra franco-prusiana y la Comuna, y acaso a la causada por la unificación de Italia), y exiliarse a un país de cisnes negros de pico color de rosa, a África o Australia. Téngase en cuenta que el libro, publicado en 1874, reúne poemas escritos a partir de 1862.

*

Cabe también preguntarse qué proyección o correspondencia real podía tener, en la vida de Rubén, ese desfile escrito en «Divagación», en el que aparecen una bacante griega, una marquesa del XVIII francés, una dama de la Edad Media florentina, una sirena del Rhin, una andaluza a lo Romero de Torres, una princesa china, una japonesa a la antigua usanza, una bayadera hindú y una reina de Saba, a todas las cuales pide Rubén amor. No veo más que una posibilidad de hacer realidad ese sueño: un burdel –Rubén los frecuentaba, como es sabido– con señoritas disfrazadas y habitaciones decoradas a gusto del cliente más extravagante.

Es curioso que, no obstante las aspiraciones de Rubén, quien al parecer consiguió hacerlo feliz fuera Francisca Sánchez, una mujer que nos recuerda el triste relato, en Los raros, del matrimonio in articulo mortis de Villiers de l’Isle, y que no encaja entre las Galateas gongorinas o las marquesas verlenianas. Es probable que, tanto como una geisha envuelta en los mitos y arcanos del Japón de antaño, hubiera encandilado a Rubén una mujer mundana y perversa como la condesa de Noailles pintada por Zuloaga; y sin duda le hubiera encantado disponer, como D’Annunzio, de un cortejo de condesas, duquesas y marquesas (Luisa Casati, María Gravina, Alessandra di Rudini), con la actriz Eleonora Duse como pavo real. Francisca Sánchez hubo de ser una mujer de pañolón y cocido, a la que cuadran, más que los ensueños y los mitos, las virtudes sencillas cantadas por Manuel Machado en «La mujer de Verlaine» (de El mal poema) y «Sé buena, es el secreto» (de Caprichos): «Sé buena. Es el secreto. Llora o ríe de veras. / Que se asome a tus ojos y a tus labios de grana / la ternura de tu corazón, sin las hueras / flores de trapo de la retórica vana. […] / Y que el tesoro / de tu hermosura sea dulcemente ofrecido, / como al sediento un sorbo de agua pura en la mano».

Henri Fantin-Latour, Un coin de table (1872).

 

 

NOTAS

[1] Aunque en ocasiones civilización se emplea como sinónimo de cultura, el término evoca primordialmente, en mi opinión, lo que en una cultura concierne a la ciencia pura y aplicada, la técnica, la industria, las finanzas; y el adverbio aún parece más propio de la alusión a una realidad reciente que a una centenaria o milenaria.

[2] En el volumen colectivo Ogni onda si rinova (Como, Pavía, Ibis, 2011).

 

BIBLIOGRAFÍA

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Leconte de Lisle, Charles-Marie. Poèmes antiques, Ducloux, París, 1852.

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Verlaine, Paul. «Art poétique», Jadis et naguère. Oeuvres poétiques complètes (editado por Y.-G. Le Dantec y Jacques Borel), Gallimard, París, 1968.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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