Andrés Sánchez Robayna (editor)
Las llamas sobre el agua
Versiones de poesía moderna
Pre-textos, Valencia, 2016
484 páginas, 28.00 € (ebook 17.00 €)
POR ANGEL SÁNCHEZ RIVERO

 

El Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna es una célula viva de trabajo que entra en el corazón mismo de la poesía, circulando en el fluir de su curso diacrónico como sangre arterial humana y saliendo de él como sangre venosa literariamente eternizada. Nos servimos aquí del músculo motor de la vida humana para significar, con su imagen, que en un organismo con veinte años biológicos (cumplidos en 2015) ha entrado mucha poesía en lengua extranjera necesitada de transfusión idiomática y ha salido de él vestida en castellano, renovada hacia el futuro. Porque, aunque realiza versiones de poesía moderna, «vertida al castellano» nos parece una expresión inadecuada o insuficiente, cuando el producto resultante ha ido mutando su cromosoma original con un ropaje de nueva identidad, deseosa de adquirir el formato de lectura extensivamente comparativa con otras opciones de volcado idiomático en poesía. Algo que lleva a cabo intensamente, pues, a tenor de la productividad del Taller —casi una treintena de volúmenes hasta hoy—, y sumando a ello los proyectos todavía pendientes de materialización editorial, su tarea parece inagotable.

Esto sucede en el libro que reseñamos hoy. Las llamas sobre el agua es el título elegido por su compilador, el poeta y ensayista Andrés Sánchez Robayna, como si fuera un verso suyo, introduciendo la llama de Prometeo en el horizonte marino que promete su lectura. Abriéndolo por cualquier página, nos reafirmamos en la estrategia de comunicación que siempre hemos defendido: la poesía debe leerse en su idioma original, y si el lector no domina éste, que lo haga en ediciones bilingües de elevada exigencia. Y del Taller de La Laguna esperar otra cosa sería desconocimiento del programa/proceso sanguíneo y llameante que ha fluido a lo largo de veinte años, cuando no inexperta insensatez de quienes se conforman con ver poesía traducida de cualquier modo.

Se trata en realidad de la tercera entrega de este tipo, puesto que las recopilaciones anteriores, De Keats a Bonnefoy (2006) y Ars poetica (2011), han consolidado la idea de que se ha formado una suerte de Escuela de Traductores de La Laguna, que de refilón nos recuerda aquella que alentó el rey Alfonso X el Sabio en Toledo. Porque la sabiduría que se le atribuye al regio impulsor para llevar a cabo un fenómeno de comunicación tan importante como hicieron traductores y copistas a su servicio parece ser la que desprende la rigurosísima creatividad del principal animador, aglutinador y nauta del Taller, Andrés Sánchez Robayna, para quien, en una buena traducción, «el poema de origen se reescribe y reinventa».

Ordenado en diacronía histórica, el libro abarca un panorama poético que va desde Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) hasta, a manera de epílogo, Antonio Prete (nacido en 1939), con una precisa secuencialidad de vivencias poéticas que van desde el Romanticismo inglés y alemán hasta Boris A. Novak y Dónall Dempsey, poetas en plena producción. Un arco que nos lleva, con inusitada amplitud de retina selectiva, desde los grandes y notorios clásicos europeos y norteamericanos hasta desconocidos autores eslovenos, inéditos en nuestra lengua, y que aquí tienen la valiosa oportunidad de ser leídos en español. Y con un regalo inesperado: los primeros poemas de Paul Celan escritos en rumano, su lengua de origen, a quien hasta ahora habíamos conocido en su habitual expresión alemana; ha mediado en ello la competencia de la colaboradora rumana Lilica Voicu-Brey, que nos hace leer algo tan hermoso como el poema «Iarba ochilor tăi» (La hierba de tus ojos): «La hierba de tus ojos, hierba amarga / tremola el viento sobre ella, párpado de cera. / El agua de tus ojos, agua perdonada» (pp. 274-275).

En el afán de seguir la pulsación de la poesía inédita, comparecen aquí raros textos del portugués Eugénio de Andrade hasta ahora no traducidos a nuestro idioma, como el poema «Sobre un verso de Marina Tsvietáieva», en el que leemos: «[…] Todos caminan hacia el sur / fatigados, no a causa de la luz / cruda de las dunas: del peso / muerto de esa estrella» (p. 289). Aquí el apego a los versos de partida se demuestra funcionalidad ética necesaria, porque la escueta transparencia del original de Andrade no permitiría desviaciones lectivas con un texto otro que el que se propone.

Hay aquí poetas que, por nuestra vocación, dedicada en particular a traducir a los expresionistas alemanes, atraen especialmente nuestra atenta lectura. Son, con exactitud, aquellos a los que hemos traducido: el lancinante Georg Trakl, de quien dimos una entrega en la colección Visor en el lejano 1975, y el inmenso Gottfried Benn, de quien en su día sacamos versión bilingüe en la revista Fablas. Nos inclinamos ante la traslación ajustada e impecable que de ellos ofrece José Juan Batista. Aquí está Trakl de cuerpo entero, conservando habitualmente el ritmo original, manteniendo la tonalidad adjetivada, con matices que escapan a la fácil equiparación, tal es el caso de verter dunkeln por «brunas», en lugar del socorrido «oscuras», o de elegir «áureo» para goldnen, donde nosotros pusimos «dorado». En Gottfried Benn se enfrenta Batista al delicado compromiso de extraer del poema «Das späte Ich» (El yo tardío) la sutil versión de uno de los más bellos poemas de la literatura alemana. No menos habilidad muestra Batista con Stefan George y Rose Ausländer, en la comprensión que muestra a un germanista atento a la particularidad métrica acentual de este idioma.

Razón lleva Sánchez Robayna cuando dice en la «Introducción» que el Taller «ha sido y es, antes que nada, un taller de lectura», y al considerar la traducción como ética, «una ética que admite comportamientos muy diferentes, pero todos ellos nacidos de una necesidad y una responsabilidad» (p. 13). La necesidad resulta doble. La más deseable es la de dar a conocer ejemplos de la poesía de los dos últimos siglos a un cuerpo lector ayuno de este formato caleidoscópico. Otra necesidad previa es la de que cada uno de los traductores y traductoras domine con integridad la obra del poeta elegido. A este respecto concordamos con la argumentación que desplegaba Ricardo Gullón en un artículo publicado en Ínsula muchos años atrás, titulado «Poesía y traducción», sirviéndonos de tan exigente razón previa para ceder credibilidad competencial al traductor. Decía el profesor Gullón: «A la traducción de un poema debe preceder el atento estudio de la obra íntegra de su autor, pues sólo así puede adquirirse puntual conocimiento de sus gustos, técnicas, valor de las palabras en su lenguaje y demás coeficientes de su sensibilidad creadora cuyo esclarecimiento constituye la base de cualquier tentativa seria; por tanto, preparar una antología de traducciones poéticas supone considerables trabajos previos, lecturas abundantes y decantadas, genuino amor a la faena y además un talento flexible que sepa adaptarse al genio de las distintas personalidades objeto de su atención».[1]

Hemos incluido estos trabajos «previos» como asunción de la ética que promueve Sánchez Robayna, director de este Taller de Traducción lagunero y teórico de esta praxis, que ha ido introduciendo a sus compañeros de tarea en la alteridad que representa la re-escritura. Él mismo puede ser ejemplo de su teoría cuando se enfrenta a poderosas voces, señalándonos en este volumen hacia dónde van sus preferencias: Emily Dickinson, Fernando Pessoa, Giuseppe Ungaretti, Francis Ponge, Carlos Drumond de Andrade, Eugénio de Andrade o el fascinante Murilo Mendes, todo un hallazgo para nosotros. El mentor conoce la poesía de sus trasladados como la palma de su mano, y modula expresivamente los giros con el libre albedrío con que compone su propia obra poética. Hasta qué punto se desdobla, se reconstruye capilarmente el poeta Sánchez Robayna en estas versiones no es fácil de decir, porque su re-creación unas veces se atiene en gran parte a la letra del original y en otras ocasiones puede valorarse una contigüidad estilística proyectiva de los recursos propios de su exigente poesía. Cuando ataca algo tan clásico como es la «Invitación al viaje», de Charles Baudelaire, la desidentificación no es posible, se impone el diálogo: «Pour mon esprit ont les charmes / Si mystérieux / De ses traîtres yeux / Brillant à travers leurs larmes» es vertido por Sánchez Robayna como «Tienen para mi espíritu la misma / gracia misteriosa / que tienen tus ojos / traidores cuando brillan entre lágrimas» (pp. 36-37).

Tal es el canon seguido por J. M. Oliver Frade en rendir con gracia competencial al excéntrico Jean Cocteau, como ha comprendido Ana M.ª González Casanova a Nelly Sachs, como Clara Curell, Fátima Sainz y Maryse Privat se enfrentan a Henri Michaux. El fenómeno de la traducción colectiva en el «Recitativo de Palinuro» de Ungaretti patentiza que la teoría re-lectiva puede ser compartible en un laboratorio concitado para exprimir en común y al máximo las posibilidades de invariantes en tal o cual segmento de determinado poema. Hilar fino, como suele decirse, en una imagen de depuración fabril que viene al caso; pues el Taller es una fábrica cuya maquinaria viene ya muy rodada tras veinte años de andadura, y renueva incansablemente sus productos.

Es lo que sucede, por ejemplo, con la poesía eslovena, tan desconocida y excéntrica como está para competir con las lenguas europeas centrales en su oportunidad editorial bilingüe, cuando ni siquiera nos suena el nombre de France Prešeren, al que Sánchez Robayna considera «el más grande poeta esloveno y sin duda uno de los grandes poetas románticos europeos» (p. 17). Las llamas sobre el agua atiende especialmente a cinco de ellos en versiones de Laura Repovš y el propio Sánchez Robayna. Se trata de dar a conocer siquiera un muestrario de lo que escriben poetas como Edvard Kocbek, Dane Zajc, Kajetan Kovič, Milan Dekleva y Boris A. Novak. De este último (también crítico y traductor) había publicado el Taller en 2015, en su periódico Boletín, el ensayo titulado «La poesía en lengua eslovena», que acompañaba las versiones de catorce autores del país balcánico. Ha de imaginarse la experiencia traslaticia, la puesta en común de sinónimos, ritmos y equivalencias con un cotraductor que no tiene por qué dominar el esloveno (como ha ocurrido con todos los miembros del Taller en el caso del ruso, el polaco o el checo, lenguas también traducidas en otras ocasiones), que procurará re-crear lo que Laura Repovš traduce literalmente, mediante la reelaboración, la reestructuración, la reescritura. Hay varias voces, varias personas en el hilado que dará trama al poema resultante. Hay diálogo y colaboración, ese componente distintivo del Taller. Y un convivio de eticidad que los estimula a escapar del anglocentrismo dominante en el campo de la traducción, eligiendo textos «que por su nivel de elaboración o de “información estética” presentan un grado especial de dificultad y de complejidad» (p. 10), algo que el Taller se ha fijado como objetivo programático con un compromiso de rigor y magia sintáctica.

Esto se ha logrado por el grupo de La Laguna invitando a colaborar a quienes tengan capacidad para traducir del ruso, del rumano o del sueco. Para la ocasión se han incorporado los daneses Klaus Rifbjerg y Pia Tafdrup: sobre ambos se han inclinado Ana Bundgård, Tine Pil Østberg y el propio Sánchez Robayna —como mediador con auctoritas competencial— entre lo escuchado y lo re-escribible. Este diálogo se impone emblemáticamente en los estímulos motrices del Taller, como se detalla en la «Introducción» al volumen: «[…] En la base de todas estas versiones hay un diálogo, sí, entre el poeta y su traductor, entre el traductor y su poeta. Un diálogo, en efecto, entre lo posible y lo imposible, entre creación y recreación, entre un texto de origen y un texto de llegada hasta alcanzar, finalmente, una suerte de síntesis en un nuevo poema: el poema que renace de manera incesante en sus versiones» (pp. 18-19).

En el terreno minado de la traducción poética, que es también una pista de hielo donde se puede dar un resbalón, llegado el momento de querer hacer un transvase lineal, fidedigno y ergonómico, esto es, a la medida del original —donde hay una voz y una mentalidad—, no es nada fácil manejarse, decidirse a dejar el papel del traductor de encargo y ceñirse el laurel de poeta co-autor. En tal aspecto, el Taller de Traducción lagunero, bajo la experiencia de Sánchez Robayna, lleva una invariable trayectoria ejemplar. Los que aún leemos poesía —los happy few, para los que escribía Stendhal— no podemos por menos que agradecer el regalo que nos hace este volumen, sus muchos años de diálogo entre la presencia impresa del original y su reinvención modulada por poetas. No es el viejo esquema poeta-traduce-a-poeta, sino una mirada electiva que induce a la geminación celular de la voz de quien escribió el poema en curso de relectura recreada.

El Taller de Traducción Literaria —que se inscribe desde sus comienzos en los estudios de literatura comparada de los que la Universidad de La Laguna fue pionera en España desde la década de 1960, mediante el trabajo del sabio profesor rumano Alejandro Cioranescu— sigue adelante. Se constituye en un núcleo generacionalmente renovado por su actual mentor, que viene trazando en el portulano más posible de la poesía moderna su genuina impronta como coordinador de un trabajo especializado. Todo un caudal de voluntades que se reconstruye en cada volumen, poniéndonos al tanto de lo factible en el campo poético: la reescritura es ella y otra nueva. El poema soporta tal cirugía —una estiloplastia— en su paginación yacente: se deja hacer por sus cuidadores para recobrar la salud ética, porque la biológica es inmutable. Se reincorpora en castellano, pues, como reinventado, y respira a pleno pulmón, con el fin de reactivar en otra lengua el fluido de su sangre, que es tinta, pensamiento, sentimiento y legado cultural. Estética ergo ética. Felicitaciones, por tanto, al equipo lagunero por su intensa comprensión de la fenomenología poética moderna y por la difusión que están dando de algunas de sus zonas de sombra. Que no llegaría de otro modo a un público más amplio que el de los especialistas, si no fuera por las voluntades concitadas en Tenerife para afrontar esa vía de normalización y darles luz de imprenta en la editorial valenciana Pre-Textos, otra incombustible empresa siempre en vanguardia para darnos a conocer poesía de la buena en estos tiempos de deshabituación lectora del género y de agónica supervivencia del modelo humanístico vigente.

Pese a los «malos tiempos para la lírica» —como reza un motto popular que recurre a nuestro género para calificar todo un bache en el actual modelo civilizado, extraviado como parece estar en la banalidad comunicativa—, la poesía sigue en pie de guerra, se reelabora como nuevo texto, se lubrifica y se reinventa como traducción. Concordamos en tal sentido con aquella intuición premonitoria de Bonnefoy cuando escribía, en el segundo de los volúmenes de esta serie (Ars poetica): «[…] Creo que en el futuro asistiremos a una relación cada vez más estrecha entre la necesidad de la poesía y la de traducirla, con actos de traducción que serán poemas en sí mismos y que podrán cobrar incluso formas hoy difíciles de imaginar». No deja de ser un «manifiesto» de lo que el Taller de La Laguna ha ido consiguiendo durante veinte años: el necesario intercambio sanguíneo de la mejor lírica de los dos últimos siglos en el músculo que rítmicamente bombea poiesis interautoral, que tal es el genuino nombre de lo que ocupa su densa y admirable andadura.

 

[1] Ricardo Gullón, «Poesía y traducción. Nota a una antología», Ínsula, núm. 21 (1947). Un artículo de José Ángel Valente sobre Jules Supervielle (publicado en la revista madrileña Alférez, noviembre-diciembre 1948) nos avala la calidad de las versiones ofrecidas por Leopoldo Rodríguez Alcalde en la Antología de la poesía francesa religiosa tratada por Gullón, razón por la que hemos creído oportuno acudir al canon de traducción poética desplegado por el prestigioso crítico y ensayista leonés.

 

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