Desde cierta mirada, se podría pensar la poesía en unidades de medida: una que es el poema, otra que es el libro y, finalmente la obra total. Ninguna es mejor que la otra, sin embargo, son distintas, muy distintas, casi antagónicas en muchos sentidos. Desde quien cree que el mundo cabe en una página hasta quienes el universo no les es suficiente. Ciertamente, las diferencias son enormes desde el paisaje escritural hasta los juegos con las autorías, pero algo los une. A ellos, con todos los y las poetas a lo largo de la historia: el dispositivo que las convierte en poética.
Entiendo la obra como una especie de cuerpo, de proyecto. La poesía entendida como la unidad del poema es algo que no me llama mayormente la atención, y me siento más colindante de otros géneros que de los que se entienden por poesía propiamente tal, es decir, el libro concebido como una colección de poemas. (260)
Más allá de la obra y del libro, nos interesa por ahora la noción del poema no tanto como una mera realización de la poesía o como artefacto lingüístico sino justamente como ese incompleto, esa carencia e imposibilidad que cobra forma para dirigir toda atención a lo que le es exterior poniendo a funcionar lo que el lenguaje hace en él. Zurita es claro en que la poesía no puede ser explicada por parte de su autor. No se debe porque es innecesario, pero tampoco es posible porque cuando un autor habla de su creación está hablando de la creación de sí mismo como sujeto.
Esa posición en el borde del lenguaje es lo que le permite contemplar el abismo, ya sea del universo o del inconsciente, pero no explicarlo
Eso fue lo que hizo Poe en Filosofía de la composición. Analizar un texto suyo como «El cuervo», las decisiones que tuvo que optar y los efectos que esperaba conseguir optimizando una serie de recursos estilísticos. Ciertamente analiza desde el tema hasta las aliteraciones y sin duda pudo seguir con más y más capas del poema, pero esa suerte de muñecas rusas nunca iba a concluir en poder definir la poesía. De hecho, todo el ejercicio analítico que realiza lo que hace es alejarlo de ella. Se trata de lo que Foucault llama «elecciones radicales» y que se emparenta a lo que Zurita piensa como la lucha de la voluntad de la lengua y la de quien escribe como hemos visto.
Que un autor hable de sus poemas en este sentido es probable, pero explicar la poesía no lo es por el hecho de que él está en un límite que es el límite entre lo conocido y lo que no, lo que el/la poeta puede mirar y nombrar y lo que justamente no puede. Esa posición en el borde del lenguaje es lo que le permite contemplar el abismo, ya sea del universo o del inconsciente, pero no explicarlo. Y probablemente esa sea una forma de entender la poesía: la imposibilidad de nombrar la visión o al revés, de ver más allá cuando quiere darle palabras. Esa es la razón de la advertencia de Zurita, pero es también una constatación.
El poema es lo que lograste rescatar de algo, pero que al mismo tiempo es muy precario porque tú no quieres hablar del abrazo, quieres abrazarte a alguien, no hablar de eso. El poema es la posibilidad, la pobre posibilidad que se nos dio en un mundo fragmentado, en un mundo roto. (407)
Foucault hace de esa imposibilidad una metodología. Justamente ver los pliegues de los saberes y los poderes, mirar sus zonas oscuras, bordear sus márgenes y posiblemente por contraste se logra una imagen como la de ese rostro de un hombre en la arena que es como termina Las palabras y las cosas y que coincidentemente era el proyecto original de Zurita en el desierto, es decir, una frase más un rostro.
Justamente acá el tema tiene que ver nuevamente con la autoría. ¿Quién habla? Para Zurita el poeta es el medio por donde llegan las voces de los que nos han precedido, es decir, son los muertos quienes hablan a través de él. El poeta en este sentido es ese límite entre las «infinitas miradas y los infinitos cuerpos» (251) de quienes ya no existen y las palabras que tienen esa doble condición de escucharse y verse, esto es, regímenes de enunciabilidad y visibilidad del archivo.
Mediante la poesía recuperamos una experiencia común que hace palidecer cualquier forma de autoría, ya que el lenguaje es intraducible, inenarrable sino solo a través de él y en él, y en ese espacio, señala Zurita, que somos todos contemporáneos tanto Shakespeare, Rimbaud, Whitman y quienes escriben en este momento
En este sentido, el lenguaje es ese archivo no solo de las prácticas discursivas sino también de miradas, gestos, susurros, gritos, gemidos de quienes ya no están presentes. Este mar de las hablas que es como Zurita nombra a estas visiones y estas voces de los muertos son infinitamente más de las palabras que están inscritas ahí. El archivo en este punto tendría un carácter funerario que está presente en una de las condiciones de la que habla Derrida. (Cf. Mal de archivo)
La oportunidad de una nueva vida sería a través de esas palabras y posiblemente nuestra propia vida sean las palabras y las miradas que otros en el futuro también pronunciarán para que volvamos al lenguaje desde la imposibilidad enunciar, de mirar: «Después, como en la reconstrucción de los sueños, le podrás dar un orden y descubrir su causalidad. Pero la creación misma es ingobernable y misteriosa, frente a la cual lo único que le cabe al poeta es mantener una cierta disposición» (350).
El poema en este punto no hace solo visible esa otra vida sino que le da sentido a esta, «hace que tu vida se parezca a lo que escribas» (381), ya que se escribe un poema y en efecto puede que él sea más real que lo que lo incitó, esto es, la emoción al escribirlo es tal vez mayor a la emoción de lo sucedido o referido. De este modo, se abre la posibilidad de que se esté más vivo no en lo que creemos estarlo sino en la posibilidad de habitar el archivo del cual somos parte y totalidad. «Al escribir, uno está tratando que la gente no se fije en el poema, sino que en la gente que está leyendo ese poema. O sea, que se fije en la vida. Y que este segundo que nos tocó estar acá es atemorizante y deslumbrador a la vez »(382).
Dicho de otro modo, el poema se inmola para permitirnos acceder a un mundo que no se parece al real, pero donde lo somos indefectiblemente más allá de lo que creemos es una autoría porque es el lenguaje ese espacio donde lo humano puede llamarse a sí mismo, la posibilidad de que lo vivo pueda nombrarse y observarse.
Como decíamos anteriormente, la poesía no se puede explicar en el sentido de que no es posible porque supondría que es propiedad de quien lo intente y no es así. El autor no es el creador de ella sino un intérprete, un punto de conexión, un bucle más en una red mucho mayor. Esta idea es clave en Zurita porque será lo que permite entender que quien habla un idioma se convierte en el idioma, es decir, en todos quienes lo comparten. Especialmente, en quienes lo han hablado. Los muertos son lo que en definitiva están vivos en una lengua. Son ellos quienes están ahí y usar el lenguaje es devolverles una posibilidad de resurrección.
Pasa algo similar con la mirada. Vemos lo que han visto millones de hombres y mujeres que nos anteceden. Cada cosa o lugar porta esas miradas que se nos devuelven. Participar en lo real mediante el lenguaje o la percepción implica que lo real está justamente cimentado en eso que podemos llamar o nombrar, que no es otra cosa que ver. El nombre de algo es la delimitación que hacemos no en la realidad sino que en el lenguaje. Dicho de otro modo, la experiencia solo es posible porque otros ya la han vivido. La experiencia, y lo que la hace propiamente humana, es que está construida sobre una red, una cadena de otras que le anteceden y que confieren a lo real un carácter de unidad que no separa, por ejemplo, a los vivos y los muertos.
No estamos preparados para absorber en la vida ese exceso de pasión que depositamos en los sueños y en el arte. La poesía es el género más frágil porque depende del lenguaje en un mundo en que el lenguaje agoniza y el más poderoso porque es el único que puede darle a esa agonía sus nuevos significados. (270)
Mediante la poesía recuperamos una experiencia común que hace palidecer cualquier forma de autoría, ya que el lenguaje es intraducible, inenarrable sino solo a través de él y en él, y en ese espacio, señala Zurita, que somos todos contemporáneos tanto Shakespeare, Rimbaud, Whitman y quienes escriben en este momento. La lengua es un tiempo y vimos que también un espacio, pero sobre todo un tiempo que es urgente y que obliga a que cada poema sea extraordinario tanto en la pasión extraordinaria que hay allí como en su extraordinaria piedad pues «es la esperanza de lo que no tiene esperanza, es la posibilidad de lo que no tiene ninguna posibilidad, es el amor de lo que no tiene amor» (145) y ese resto de utopía es un mundo donde el sueño es aún parte de él.
La poesía para Zurita debe ser extrema porque justamente radica en la libertad de todos los sueños que no son otra cosa que las posibilidades de ese nuevo mundo, un Paraíso construido por todos los que han soñado: «el esfuerzo de transcribir esos grandes sueños y esas grandes pesadillas que gesta una comunidad o una colectividad y que siempre tienen relación con aquellas cosas que al final más le importan: el deseo de ser felices y que esa felicidad se perpetúe» (205).
Esa es la militancia de la poesía: corroborar la barbarie de la barbarie y la violencia de la violencia en el contraste de la belleza de la belleza y del amor del amor. En toda su superlatividad lo que hace es poner en evidencia la posibilidad del bien, de lo más que puede dar un ser humano al escribirla o al leerla y en ese gesto de comunión se funda el mundo, en la compasión ante el dolor y ante la emoción y el arrobo, «un trato de delicadeza con las cosas que nada podía presagiar» (244). Una delicadeza que atraviesa todo el horror de cada una de las vidas por lo que somos ocupados por ella, el cuerpo, la mente, los afectos, el bíos total, lo que la convierte en un rito que nos involucra por completo desde tiempos inmemoriales en que el lenguaje era la propia vida y que el árbol era el árbol y no una palabra.
«Hablamos porque estamos separados. El lenguaje es lo que cubre la separación de los seres humanos» y por eso «la poesía es el intento más vasto, y tal vez más desesperado, por decir con palabras de este mundo cosas que ya están fuera de las palabras» (271). Eso que está fuera es el silencio y es ante lo cual un poema es un viaje de retorno como lo es en el mito el regreso a casa, al origen luego de haberse enfrentado a lo más hondo de uno mismo que es lo otro. Por tal, Orfeo encarna el sentido más profundo de la poesía que es para Zurita «la intención más descomunal que se ha hecho por resurgirle a los muertos su lugar de nuevo en el mundo» (344).