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Vicente Valero
Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza
Periférica, Cáceres, 2017
240 páginas, 18.00 €
POR DANIEL B.BRO

 

¿Qué tendrán las islas? Me refiero a aquellas que son visibles como tales, no a islas, digamos, como Australia, sino aquellas que, cuando estamos en ellas, no tardamos en percibir su totalidad. No es un barco inmenso, es tierra, pero rodeada, sí, de mar, esculpida por el mar y mostrada como un conjunto en cierto modo abarcable. Si la isla es pequeña, como cualquiera de las baleares, incluyendo Mallorca, esa percepción de microcosmos es evidente. En una isla, así podamos echar en falta esto o lo otro, no falta nada: es un mundo, incluso se diría que es el mundo. La isla se presta a ser pensada como una obra, también como una vida completa, como si (y siempre es un como si) principio y fin se nos mostraran a nuestra contemplación, en los mejores casos, pero también a nuestro padecimiento. La isla tiene la forma del paraíso, de lo prístino, de la infancia y, tal vez, de la vejez. Robinson Crusoe no hubiera sido concebido en otro lugar que no fuera una isla, tampoco Calibán, ni Lezama Lima, ni, yéndonos al origen, Ulises, el del «verde paraíso» de Ítaca, colmo la denominó Borges.

Para el poeta, narrador y ensayista ibicenco Vicente Valero (1963) esa realidad a un tiempo geográfica y diría que mítica es evidente e insoslayable, forma parte de su poesía, de sus preocupaciones y supongo que de alguna pesadilla. Para los interesados en Ibiza y en Valero como explorador, historiador y hermeneuta de la isla balear, hay que recordar su Viajeros contemporáneos. Ibiza, siglo xx, editado muy bellamente por la editorial Pre-Textos. Ahí encontraremos no sólo al filósofo y ensayista Walter Benjamin, sino a personajes como el marino y escultor alemán Jockisch (además de admirador de Hitler y posible espía) y Walter Spelbrink, que tienen que ver con el libro que comentaré, Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, editado por primera vez en 2001 y que ahora reedita en Periférica con algunas correcciones y ampliaciones.

Dos viajes hizo Walter Benjamin (Berlín, 1892-Portbou, 1940) a Ibiza, en 1932 y 1933, pasando una buena temporada en ella, donde escribió, reflexionó y dejó en su correspondencia muchos testimonios de este paso por España. Antes había estado en este país, en 1925, siguiendo, en un viaje en barco hacia Nápoles, la costa española y adentrándose en una excursión en Sevilla. Sabido es que, cuando intentara entrar de nuevo en España, huyendo de los suyos (alemanes, sí, aunque estaban viviendo buena parte de ellos la neurosis de nosotros y ellos), que habían invadido buena parte de Francia y sobre todo París, donde residía, al no tener visado de salida, optó por una salida personal, el suicidio. Todo comienza antes, como siempre, como todo. El joven alemán Walter Spelbrink, que había estudiado lenguas románicas en Hamburgo, y que hablaba catalán, llegó a Ibiza en junio de 1931. Isla pobre, era también muy barata. Spelbrink iba a hacer un estudio lexicográfico de la vivienda tradicional ibicenca, pero el viajero principal de esta historia, Benjamin, busca un lugar donde poder trabajar y vivir con el menor gasto posible. La vivienda tradicional atrajo a algunos estudiosos durante muchos años, especialmente a los arquitectos de la GATCPAC, que buscaban en la tradición mediterránea una respuesta a la frialdad de las propuestas alemanas o las francesas de Le Corbusier. No era ya una mirada romántica, o la que había tenido el archiduque Luis Salvador de Austria sobre las Baleares, personaje también estudiado en Viajeros contemporáneos. Algunos son estudiosos, otros huyen de los nazis, otros son nazis ocultos que hacen trabajo para la Gestapo y otros tratan de vivir en otra parte, al menos un rato. En el libro de Valero hay, además de la exhaustiva investigación sobre Benjamin, una excelente recreación de la isla en aquellos años, dibujando a veces con una línea a otros personajes que convivieron o estuvieron cerca de nuestro filósofo: pintores, fotógrafos, escritores, arquitectos, como Médard Verburgh, Esteban Vicente, Otho Lloyd, Josep Gausachs, Mary Hoover Aiken, Erwin Broner, Drieu de La Rochelle, Gisèle Freund, Paul René Gauguin (hijo del pintor), Raoul Alexandre Villain, sí, el asesino de Jean Jaurés… La situación del filósofo berlinés es la siguiente, según Valero: «Angustiado y deprimido, intentaba rehacerse, en primer lugar, del turbulento proceso de casi un año de duración en el que había desembocado su divorcio en 1930 de Dora Keller, con quien hacía quince años que se había casado —aunque ya llevaban separados más de diez— y con la que había tenido en 1918 a su único hijo, Stefan Rafael». Por entonces ya contemplaba la idea, tal vez por primera vez, de quitarse la vida. Tenía treinta y nueve años. Había publicado alguna obra, como El origen del drama barroco, pero hay que recordar que las publicaciones de Benjamin en vida no fueron muchas, aunque algunas eran notorias, y que el grueso de sus escritos, como los Pasajes, inacabados, fueron editados tras su muerte, incluso muy tardíamente. En Ibiza, donde llegó el 19 de abril de 1932, escribió gran parte de dos obras, «Crónica de Berlín», recogido en Escritos autobiográficos, e Infancia en Berlín hacia 1900. A diferencia de los arquitectos jóvenes catalanes, Benjamín se interesó por el interior de las casas tradicionales ibicencas más que por su exterior. Le atraía la tensión del lugar entre modernidad y primitivismo. Por esa época, Benjamin pensaba que el arte de contar historias había llegado a su fin, tema de un ensayo suyo, «El narrador». Eso fue lo que le dijo a Hugo von Hofmannsthal, precisamente al autor de la Carta de Lord Chandos, donde expresaba su crisis con el lenguaje. Considera nuestro autor que quien no se aburre no sabe narrar. Y viajar era una forma de reunir historias, que es una forma de contarla. ¿Viajar es aburrirse? Puede ser. No hay viajero que no viva muchas horas muertas. Resumo: Benjamin anotó y contó, con su letrita minúscula, todo lo que vio y oyó en la isla. Y se sumió, lugar aparentemente fuera de la historia, en su utopía personal. También pensó en la relación entre contar historias y sanación. Es una idea antigua y, de hecho, ya se encuentra en los griegos: la cura por la palabra, viejo como la poesía. En su estancia en la isla lee o relee alguna obra de Stendhal, Fontane, Thornton Wilder, Green, Trotski, Gide, Proust, Simenon, Madame de La Fayette, Brecht, Céline, Thibaudet, Gracián…

Benjamin vivió en varias casas y lugares, pero, sobre todo, en la de Noeggerath, quien le hacía, además, de traductor, porque Benjamin desconocía el catalán y el castellano. Allí conoció a Jean Selz, joven erudito en temas de arte, con quien experimentó tomando opio, al artista y escritor Raoul Hausmann, vinculado al dadaísmo berlinés, que viajaba con su mujer y su amante, y a Olga Parem, de quien se enamoró. Selz dejó, asimismo, un testimonio valioso, publicado en 1954, sobre su encuentro con el pensador alemán. Muchos son los pequeños encuentros, enredos y situaciones interesantes que el autor, con un estilo depurado y eficaz, va desenvolviendo en Experiencia y pobreza, como el posible encuentro o, más bien, presencia de ambos en el mismo lugar, del general Franco y Benjamin, cuando el futuro dictador visitó la isla el 6 de mayo de 1932. Reflejos de la historia o, mejor dicho, de lo fantasmal de la intrahistoria. Benjamin escribió en Ibiza un relato sobre su generación que tituló «Experiencia y pobreza», de ahí el subtítulo de este libro de Valero.

Valero resume muy bien lo que pudo significar esta estancia de Benjamin en Ibiza: «Mientras el mundo corría hacía una guerra segura, aquel otro mundo de Ibiza, también “bajo el gobierno de la luna”, con sus costumbres arcaicas, su paisaje desnudo e intacto, y la presencia en él de individuos solitarios e independientes, reveló a Benjamin con una intensidad extraordinaria, lo sometió a la prueba de la nostalgia y lo llevó al terreno siempre libre e imaginativo de la utopía». El autor de los Pasajes salió de Ibiza el 26 de septiembre de 1932, primero a Barcelona y luego a París, enfermo de malaria. Curado, se instaló unos meses en Dinamarca con su amigo Bertolt Brecht, para volver a París, ya como exiliado (Hitler en la Cancillería alemana). Su último momento lo vivió en una ciudad de frontera, símbolo tal vez de su pensamiento y sensibilidad: fronteras que reúnen y separan. Este libro cuenta muchas historias apasionantes y cabos sueltos de historias no menos atractivos. Es fácil adivinar una magnífica novela en todo lo que cuenta. Finalmente, contar es algo que no ha acabado ni terminará nunca. Siempre hay viajeros, y estaciones, y gente que necesita tomar la palabra ante el espacio que se abre.

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