«Me interesa en la narrativa contemporánea lo mismo que en los libros de cualquier otra época: la hondura de la perspectiva, un intento de abstracción, de reflexión»
Xita Rubert (Barcelona, 1996) es escritora. Cursa el doctorado de Literatura Comparada en la Universidad de Princeton, donde ha impartido clases sobre las relaciones entre literatura, filosofía y medicina. Se licenció en Filosofía por la Universidad de Warwick, tras estancias en universidades como la Sorbona. Ha recibido galardones como el Ánxel Casal, en la modalidad de teatro, o el Premio de Relatos de la Cité International Universitaire de Paris, y ha sido finalista del Premio Ana María Matute de Relato. Ha obtenido la beca de escritura Montserrat Roig. Mis días con los Kopp (Anagrama) es su primera novela.
¿Puedes hablarnos de tus obras publicadas hasta el momento: de qué tipo de libros se tratan, dónde los has publicado, qué temas abordan?
He publicado algunos cuentos en volúmenes colectivos, y acabo de publicar la novela Mis días con los Kopp en Anagrama. Cuando hablo de ella siento que me equivoco, como sucede con todo lo que conocemos en profundidad. Y creo que es una novela escurridiza, a nivel de ideas y de lenguaje, con varias ambivalencias bajo la superficie de la trama. Quizás ése sea el propio tema: cómo una cierta alta sociedad –esos Kopp del título–, acostumbrada a la conducta y el lenguaje controlados, unívocos, lidia con las cuestiones más salvajes y complejas: la enfermedad, lo agresivo de algunas pulsiones, la incomunicabilidad. En el centro, hay un personaje del que se dice que es escultor y, tal vez, enfermo mental. Los personajes tan pronto huyen como utilizan o se obsesionan con él.
¿Cuáles son tus autores de cabecera: quiénes te influyeron más en tus comienzos? ¿Puedes citar algún autor o autora que hayas tratado de tomar como modelo?
Escribo desde tan pequeña que de «mis comienzos» recuerdo mis historias más que a ningún autor concreto. Pero de preadolescente me dejaron una huella clara dos autores: Dostoievski e Ibsen. Son perfectamente leíbles por niños o adolescentes: no lo entiendes todo, pero es lo extraño e incomprensible lo que nos atrae en los libros y en las personas, y recuerdo reconocer en ellos el tono de la verdad. En cuanto a lo de tomar a autores como modelo, nunca he escrito de ese modo. Simplemente reconozco el influjo, y sobre todo la admiración, ante todo lo grande que he leído, desde Melville y Proust hasta Carson McCullers o Silvina Ocampo.
Como autora de narrativa, ¿qué innovaciones encuentras en los libros editados en los últimos años: qué tendencias te interesan más y cuáles crees que representan mejor tu trabajo?
Me interesa en la narrativa contemporánea lo mismo que en los libros de cualquier otra época: la hondura de la perspectiva, un intento de abstracción, de reflexión. Suelen ser escritores que van por libre, y no hay nada quejumbroso o «yoísta» en ellos, están al servicio de lo que quieren mostrar –cuestiones psicológicas, morales, sociales, lo que sea–, y eso les da su vigor. El escritor chileno Benjamín Labatut, la guionista y directora catalana Carla Simón, el escritor brasileño Daniel Galera, el cineasta franco-gallego Oliver Laxe, Aleksandar Hemon… No tienen nada en común, excepto que sus obras son irreductibles a fórmulas o tendencias.
Actualmente, existe un debate entre la literatura de realidad y ficción, y también abundan libros donde se produce la mezcla de géneros, en los que el ensayo y el testimonio personal se confunden, etc. ¿Crees que esta discusión acerca de la naturaleza de los géneros narrativos se ha dado siempre, o se está manifestando ahora con mayor intensidad?
No sé si es un debate muy interesante. No importa si un texto es ficción o testimonio autobiográfico. Los tratados hipocráticos –que son textos médicos, incluso técnicos– son de una belleza que pocos poemas alcanzan. Los relatos de Freud o de Oliver Sacks sobre sus pacientes tienen más fuerza narrativa que muchas novelas. Aunque en literatura, hoy día, que un autor se extraiga de la banalidad autoficcional ya es un logro. Pero la banalidad ficcional es casi peor: la cantidad de historias estereotipadas que producen las editoriales y la televisión. La diferencia o el debate, me parece, no está entre ficción o realidad, ensayo o testimonio, libro o serie: sino entre sensibilidades banales, que nos estancan en nuestra propia trivialidad, o las profundas, que nos toman de la mano y nos muestran cosas que no veíamos o que creíamos no ver. Y los lectores saben distinguir, aunque se los trate como a niños. Ni siquiera los niños son niños.
¿Puedes hablarnos de tus proyectos en marcha: qué estas escribiendo y qué clase de libro crees que resultará?
Antes de la novela escribía una serie de cuentos. Eran cuentos que basculaban hacia personajes, escenas e historias moralmente ambiguas, o de difícil significado e interpretación. Ahora pienso sobre esos relatos, pero también trabajo en otras cosas. Prefiero no hablar de lo que está en proceso.