Como obra de filología, los Cuadernos de Londres obligan a una lectura integradora de la materia relativa a la lengua y las lenguas con la materia referida a historia, política y sociedad. La densidad de lo lingüístico es muy grande en esta obra fragmentaria que se  edifica en estricta sumisión a la citación como ámbito de análisis y de construcción; una doble gestión que se cumple con una orientación de coincidente simetría con la puesta en marcha en el Libro de los pasajes (1927-1940, inconcluso), de Walter Benjamin, un siglo más tarde. Sin que nos aferremos a esta lectura, debe recordarse que buena parte de la hermenéutica bellista ha sido condicionada por su situación de precursor científico. Gracias a ello se le ha querido ver como antecesor de Ferdinand de Saussure, Otto Jespersen, William E. Bull, Rudolf Carnap y Noam Chomsky, en muchos aspectos y sin gestar exagerados paralelismos. Propongo hoy el vínculo con Benjamin en la idea de observar a partir de ahora los cuadernos no más como obra subsidiaria de otras en la bibliografía de Bello, sino que a partir de hoy los cuadernos adquieren vida propia como obra independiente, con el mismo rango que en Benjamin las piezas sueltas de los Pasajes ya son la obra toda que él mismo no pudo integrar y completar. En otro sentido, he sido reacio a hacer crítica histórica de la lingüística sobre el principio de la significación de una obra no por lo que ella es en sí, sino por lo que es en prospección futura. En vez de esto, he insistido en que para comprender a Bello hay que verlo en sintonía con la ciencia de su tiempo, que en lingüística serían el comparatismo metodológico y el orientalismo, con los que Bello, concretamente el londinense, tuvo tantos nexos. Frente a la situación de precursor y adelantado, se investigó mucho sobre las raíces del pensamiento lingüístico y filosófico de Bello y su sólida navegación empirista y cartesiana. Esta perspectiva cautivó a buena parte de la investigación bellista del siglo xx, estando a la cabeza de esta deriva comprensiva el filólogo Amado Alonso y el filósofo Juan David García Bacca, españoles de nacimiento los dos. Siguiendo la brecha abierta por estos estudiosos, harían su aparición los trabajos de Arturo Ardao, Emma Gregores, Barry L. Velleman y Fernando Arellano.

Una consideración lingüística de estas transcripciones, a los efectos de nuestras investigaciones sobre el Bello comparatista, permite auspiciar el valor de la materia multilingüe de los textos y proponer una interpretación sobre las filiaciones bellistas a las corrientes centrales de la lingüística decimonónica; debate permanente entre filología y lingüística y acercamiento orientalista de los estudios medievales de Bello.

Me permito unas notas sobre el particular:

1) Desde la perspectiva lingüística, los cuadernos ofrecen un conjunto de anotaciones y referencias de índole diversa y de significación variable. Sin excepción, todos los cuerpos de notas están conducidos por un elemento multilingüe que, en doble lectura, evidencia la nada común capacidad de Bello por el dominio de lenguas de diferente origen, estructura e impacto. Así, resultan frecuentes las citas de textos en lenguas antiguas como el griego y el latín en sus versiones clásicas, en latín medieval, en árabe, en italiano, en francés antiguo, en inglés, portugués y español. En otro sentido, pone de relieve la filiación de Bello al estudio del plurilingüismo que fue tan importante en su tiempo para la descripción de las lenguas y del que derivó el método comparativo, el más prodigioso y productivo que recuerde la historia de la lingüística.

2) Este conocimiento tan rico de lenguas, referidas en determinados momentos de su historia, acerca, además, la investigación filológica bellista a la materia historicista en el abordaje de las lenguas. Se diga o no, lo diga Bello o no, su punto de vista sobre las lenguas reúne en una sola medición la filología y la lingüística en las acepciones decimonónicas, que marcaban meridianamente el punto de vista histórico frente a la visión sincrónica de la lengua. Bello lo puntualizaría en el prólogo de su Gramática, enunciando muy anticipadamente la antinomia estructural y de toda la lingüística moderna. También, entendería estas disciplinas como teoría de la cultura, la primera, y como teoría del conocimiento, la segunda. En ambos casos, hará filosofía filológica y filosofía lingüística. Creo no exagerar si señalo que en sus investigaciones sobre la épica medieval se juntan de manera perfecta una y otra. Gracias a la primera, la filología del Cid será no solo el estudio de los orígenes lingüísticos, sino el de los orígenes históricos de una cultura y su sociedad. Gracias a la segunda, la lingüística del Cid será no solo el estudio de la descripción de un momento lingüístico (objeto de la gramática moderna que también Bello realiza), sino el estudio de las relaciones entre lenguas, base del comparatismo que Bello comprendió más de lo que se ha pensado hasta el presente. Los Cuadernos de Londres hacen visibles, aun en su forma embrionaria y dispersa, o quizá por ello, este conjunto de aspectos.

La multiplicidad lingüística viene acompañada o motivada por una multiplicidad de fuentes bibliográficas y documentales que Bello evidencia en sus pesquisas bibliotecarias. Tanto la una como la otra están conducidas por su rectilíneo y unilateral proyecto en función de sus investigaciones sobre la poesía medieval española. Los cuadernos 10 y 11 aportan un elocuente repertorio de libros españoles que se encuentran en el catálogo de la biblioteca del Museo Británico.

Un vistazo a estas listas revela interesantes refuerzos sobre los requerimientos textuales que Bello estaba acopiando para hacer su evaluación filológica (o de historia de la cultura) y lingüística (o de historia de la lengua) en la epopeya cidiana. Se interesa en este repertorio, suerte de bibliografía formal sobre el fondo hispano de la célebre institución, de las obras de literatura (con referencias a obras de Esopo y al archiconocido texto medieval Roman de la Rose, del siglo xiii), de historia de la Antigüedad (Vida de Alejandro Magno, de Fernando de Biedma, de 1634), de historia añeja de España (la Coronaciones de los Serenissimos Reyes de Aragon, de Jerónimo de Blancas, de finales del siglo xvi, que anexa un fundacional glosario de aragonesismos; o la Corónica de los moros de España, de 1618, de Jaime Bleda) y de América (la celebérima Historia natural y moral de las Indias, del jesuita José de Acosta, del año 1608; o los valiosísimos Sumarios de la recopilación general de las leyes, ordenanzas, provisiones, cédulas, instrucciones y cartas acordadas, que por los Reyes Católicos se han promulgado, expedido y despachado, para las Indias Occidentales y tierra firme del mar Océano, desde el año 1492 y hasta el presente, de Rodrigo de Aguiar y Acuña, de 1629), de las antigüedades americanas, de las leyes de Indias, de las antigüedades británicas e irlandesas, de la guerra y de las armas (cita la obra El perfecto capitán, instruido en la disciplina militar y ciencia de la artillería, de 1590, firmada por Diego de Álaba), de la religión y las virtudes (la Summa de Officio Missae, de 1503, obra de san Alberto Magno; o el Tratado de las Virtudes, intitulado Paraíso del alma, de Pedro de Ribadeneyra, aparecido en 1596), de la agricultura (el Libro de los Secretos de Agricultura, de fray Miguel Agustín, de 1626), de la medicina (Cuestión de cómo se deba sangrar, de Pedro de Ahumada, en 1653; o el tratado De morbo gallico, de Abethencourt, publicado en París el año 1527), de la música (el Abededario Músico, de 1780) y, en último y privilegiado lugar, de la gramática y de las lenguas, sus alfabetos y su métrica. Aquí, las referencias más destacadas recaen en el Diccionario lusitano-latino, de Augusto Barbosa, de 1611; en la Poetria Magna, de Johannes Grammaticus, del siglo xv; y las Observaciones sobre el alfabeto del Pagan Irish, de Charles Vallancey, del siglo xviii. De estas tres valiosas entradas, la segunda reviste especial brillo, pues se trata de un estudio sobre la métrica, asunto que tanto interesaba a Bello para sus investigaciones sobre el asonante y la aliteración. Como se sabe, gracias a los documentos estudiados en Londres logra hacer sólida la hipótesis sobre el origen francés de la épica castellana y descartar ideas previas que ya no podían sustentarse (una idea contraria a la que Menéndez Pidal fortalecería en la centuria siguiente, desconociendo o criticando lo aportado por el venezolano). Sus agudas observaciones sobre métrica (que es la ciencia lingüística del verso) le permitirán arribar a conclusiones culturalistas sobre el Poema del Mio Cid (en claro asidero de una ciencia filológica del verso). Contra toda creencia, será por la vía de la versificación como Bello y otros estudiosos establecerán orígenes culturales; comprendiendo la dimensión del texto literario como un documento que va mucho más allá del arte verbal (literatura aplicada como gustaba decir a Alfonso Reyes).  

Una revisión de los Cuadernos de Londres en su consideración lingüística puede ofrecer —además de las evidencias ya referidas sobre las filiaciones de Bello a temáticas y problemáticas sobre descripción de la lengua y las lenguas (su monolingüismo como base para su multilingüismo) y sobre la historia de las ideas lingüísticas (su filosofía de la ciencia lingüística como base para su ciencia de la lingüística)— los claros y largos recorridos que Bello emprendía en la confección de sus obras mayores y la sistemática que revela la fragmentaria de estos apuntes sueltos y solo en apariencia, deshilvanados (está claro que el tejido completo reposaba en la cabeza del sabio, como evidencian sus trabajos terminados de filología y lingüística cidianas).

Lo dicho anteriormente solo puede culminar en la idea de que la edición de los Cuadernos de Londres nos obliga a un nuevo descubrimiento de Andrés Bello, cuando creíamos que ya todo estaba dicho sobre la gestión de ciencia, pensamiento y arte de este sabio ejemplar.

 

 

[1] Iván Jaksić. Andrés Bello: La pasión por el orden. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello/ Bid & co. editor, 2007, p. 108. Presentación: Óscar Sambrano Urdaneta. Epílogo: Francisco Javier Pérez.

[2] George Duby. La historia continúa. Madrid: Editorial Debate, 1991, p. 112.

[3] Andrés Bello. Cuadernos de Londres. Santiago de Chile: Editorial Universitaria/ Centro de Investigaciones Diego Barros Arana/ Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 2017, p. 170. Prólogo, edición y notas: Iván Jaksić y Tania Avilés.

 

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