POR FRANCISCO JAVIER PÉREZ

La publicación de los Cuadernos de Londres constituye el acontecimiento más meritorio del bellismo desde la aparición de la segunda edición caraqueña de las Obras completas del sabio. Como se sabe, esta segunda vuelta de la integral escrituraria de Andrés Bello, en veintiséis tomos, editada por la Fundación La Casa de Bello, entre los años 1981 y 1984, saldo mayor de la conmemoración del bicentenario del nacimiento del primer humanista de América, completaba el ciclo de lo escrito por Bello —o al menos así se creía— al ofrecer en los tomos 25 y 26 su rico Epistolario, que de esta suerte veía la luz por primera vez con vocación exhaustiva, acompañado de un prólogo a cargo del notable bellista Óscar Sambrano Urdaneta.

Los criterios de edición puestos en marcha desde la edición inicial de obras completas, esa primera sobre el autor y primera de las chilenas, aparecida entre los años 1881 y 1893, bajo el cuidado de Miguel Luis Amunátegui Aldunate, señalaban el interés por reunir tanto lo publicado hasta ese momento así como lo inédito, en cuenta de lo mucho que faltaba todavía por darse a conocer del archivo personal de Bello. Era la primera vez que se establecía el trazado sobre la necesidad de explorar y divulgar al Bello inédito. El proyecto de acuerdo de edición ocurría al día siguiente del fallecimiento del sabio, quedando así fechado el 16 de octubre de 1865, y teniendo como promotor a su discípulo Diego Barros Arana ante el Consejo de la Universidad de Chile.

Sin embargo, todas las empresas generales o parciales de edición de las obras completas (las dos chilenas de 1881-1893 y 1930-1935, las dos caraqueñas de 1951-1981 y 1981-1984, las dos españolas parciales de 1882-1905 y de 1890-1891, la virtual de 2002 bajo el cuidado de la Fundación Hernando de Larramendi y, aún en proceso de conformación, la que se constituirá en el «Portal Andrés Bello», en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, en la Universidad de Alicante) habían pasado por alto la consideración de los Cuadernos de Londres, quizá por no ser asumidos como obra acabada, sin entender que hoy en día el conocimiento de un escritor se enriquece con la incorporación de notas, apuntes y textos fragmentarios que significaron para sus autores el punto de partida de trabajos posteriores y que ya en estos textos se anidaban en forma embrionaria. De ahí la importancia capital que reportan como viaje inverso de la investigación filológica: ya no desde las notas manuscritas al texto final publicado, sino del texto final publicado hacia las notas manuscritas, en donde estas últimas adquieren un protagonismo que a veces ni el autor siquiera les podía asignar.

La edición de los Cuadernos de Londres, promovida por la Cátedra Andrés Bello de la Universidad de Chile, cuya propuesta de creación se le debe a don Alfredo Matus Olivier, director de la Academia Chilena de la Lengua, es hoy una feliz realidad gracias a los empeños de estudio de Iván Jaksić y Tania Avilés en sus roles de editores, prologuistas y anotadores de la obra; junto a sus comprometidos colaboradores Miguel Carmona Tabja, Claudio Gutiérrez Marfull y Matías Tapia Wende, con epílogo de Hans Ulrich Gumbrecht y con la cuidadosa impresión de la Editorial Universitaria, en coedición con el Centro de Investigaciones Diego Barros Arana y la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, que obligan a dar a los estudios bellistas un viraje de trescientos sesenta grados.

Esto es así, porque resultan muy contados los estudiosos que repararon en estos materiales y muy escasos los que manifestaron aprecio por ellos antes del momento presente. Cuando Bello abandona Inglaterra en 1829 rumbo a Chile los lleva consigo, pues la finalidad para la que fueron tomadas esa gran cantidad de notas no estaba aún cumplida. En realidad, no lo estaría nunca, pues Bello va a dedicar a sus investigaciones sobre poesía medieval castellana, y concretamente sobre el Poema del Mio Cid, el resto de su vida. Como se sabe, el maestro no vería su obra editada y habría que esperar hasta 1881 para tenerla impresa.

Los prologuistas de los Cuadernos de Londres han reconstruido la ruta de recepción  de esta magistral obra. Los trece cuadernos manuscritos que componen el conjunto estarían primero en manos de los discípulos y albaceas de Bello, siendo el primero Miguel Luis Amunátegui Aldunate, quien las consideró y descartó al no ver con claridad cómo podían formar parte de la primera edición de las obras completas. Como piezas sueltas, los tuvo en cuenta para otros de sus trabajos de edición. Al morir, los manuscritos de Bello pasaron a manos de Miguel Luis Amunátegui Reyes, sobrino del primer editor y biógrafo bellista, quien tampoco pudo concretar su inclusión en la segunda edición chilena de las obras completas. Asimismo, a su muerte los manuscritos fueron donados a la Universidad de Chile. Seguiría en el turno receptivo el bellista hispano-venezolano Pedro Grases, quien los refiere con la importancia debida en uno de sus muchos trabajos sobre el sabio caraqueño. Con fines de estudio diferentes, los cuadernos serían explorados por Alamiro de Ávila Martel, Antonio Cussen, Natalia Altschul y por el biógrafo bellista Iván Jaksić, quien ofrece de ellos una lectura muy productiva en relación con el estudio de la perspectiva filológica para la comprensión de la desintegración del Imperio español. También, Jaksić les aporta una especial consideración en la comprensión de la fragua de los estados nacionales, tan del tiempo decimonónico en el que Bello desgasta sus días. Para Jaksić en su doble rol de editor y estudioso, los materiales transcritos y anotados por Bello en la biblioteca del Museo Británico, por espacio de nueve años aproximadamente, van a significar primero «la base de prácticamente todos sus trabajos en filología, literatura y gramática» y, después, «la base fundamental de todos sus otros intereses, especialmente en derecho civil, historia y filosofía».[1] Jaksić hace descansar en los manuscritos londinenses, como se ve, la responsabilidad absoluta del proyecto escriturario general de Bello y toda su episteme comprensiva global. Confluyen en estos escritos las líneas miliares de estudio que Bello había tirado durante su etapa caraqueña y todas las que tiraría después en Santiago para cerrar el círculo de su proyecto ordenador.

Bello emprende en la célebre biblioteca londinense un ingente proceso de pesquisa de todas aquellas obras antiguas o modernas, historias, crónicas, cartularios, romanceros, cancioneros, florilegios, biografías, legislaciones, himnarios, diccionarios, lexicones, enciclopedias, disertaciones, epistolarios, genealogías, memorias y un largo etcétera genérico, que se impone revisar para comprender el asidero francés de la épica cidiana y la vasta reconstrucción que el fenómeno le demanda.

Esta diversidad documental resulta un rasgo metodológico en donde Bello se adelanta a la moderna historiografía y contribuye con ella. En este sentido, el amplio radio de acción hace que se distancie de las fuentes archivísticas legales que eran tradicionales en historiografía y que, aun sin desconocerlas, las haga dialogar con esa otra paleta genérica, especialmente las de naturaleza literaria, que tanto prestigio tendrían en tiempos más modernos. Observo en esta práctica un empeño de Bello que se vincula con el pensamiento que un siglo más tarde sostendría la investigación medievalista francesa. Simétricos en más de un sentido, algunos principios del código teórico de George Duby calzan con los que el propio Bello ejecuta en sus cuadernos londinenses. En La historia continúa (1992), Duby deja asentado el principio que perfectamente hubiera podido firmar Bello:

Por eso es por lo que ahora le presto más atención a las narraciones, por muy fantasmagóricas que sean, que a las referencias objetivas, descarnadas, que se pueden encontrar en los archivos. Esos relatos me enseñan más, en primer lugar sobre el autor, por sus rodeos: lo que le cuesta decir, lo que no dice, lo que olvida, lo que oculta.[2]

 

El resultado será un conjunto de piezas breves, de fragmentos textuales de obras mayores y de notas con las que Bello los antecede o resume (en algunos casos, auténticos ensayos o mini tratados) que tendrá por finalidad ser el punto de donde parten sus argumentaciones lingüísticas e históricas sobre el origen de la épica castellana medieval y sobre el Poema del Mio Cid como libro cúspide del género. Su valor radica en su diversidad y en su selección. Aunque en ocasiones el hallazgo lo seduce, Bello escoge con criterio. Desde sus tiempos caraqueños ha sido fiel a las bibliotecas y, en Londres, además de las búsquedas en la muy célebre del prócer independentista y amigo personal Francisco de Miranda, entrará en contacto con las de otros intelectuales españoles exiliados en Londres y, especialmente, en las de sabios ingleses como James Mill, mina para sus estudios filosóficos y gramaticales. En el Museo Británico la pesquisa estará focalizada hacia temas medievales que constituían el interés primordial del investigador: el nacimiento de las lenguas y literatura románicas y, en concreto, los orígenes del español; asimismo, el estudio de la rima asonante en el verso latino y romance (cuadernos i y iii) y el establecimiento del octosílabo de los romances como partición del verso de los poemas épicos. Todo este conjunto de importantes motivos de investigación vendrían a producir una conclusión cuya solidez vemos confirmada a cada paso en las páginas de los Cuadernos de Londres: la influencia de la poesía francesa en la poesía castellana, tanto como en otras europeas («La más antigua poesía italiana parece fundada sobre la provenzal»),[3] dada la universalidad de la lengua francesa y  la circulación de la poesía trovadoresca.

A partir de hoy, y en otro sentido, los lectores de estas páginas podrán reconstruir la tarea de pesquisa que Bello puso en práctica y explorar, siguiendo la ruta textual del sabio, la biblioteca londinense con el objetivo de tan alto estudio. Se trata de leer junto a Bello las obras que consideró claves para reconstruir la gesta sobre el origen de nuestra lengua, cultura, historia, arte y pensamiento. De esta suerte, la nueva obra bellista vendría a ser una suma de piezas, sólo en apariencia inconexas, que devienen imprescindibles para comprender la génesis de nuestros universos hispánicos.

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