César Tejeda
La compulsión autobiográfica
México, Alacraña / UANL / Bookmate
213 páginas
POR GUILLERMO ESPINOSA ESTRADA

Coincido con César Tejeda (Ciudad de México, 1984) en que existe un prejuicio contra las distintas formas de escritura autobiográfica. «Es un género que se juzga como carente de imaginación», apunta, «un medio inapropiado para representar el mundo simbólicamente, como una moda, como un producto del individualismo exacerbado de nuestros tiempos, como un capricho editorial pasajero, un acto de exhibicionismo, una terapia expuesta al mundo o una confesión». Tal vez por lo mismo La compulsión autobiográfica, primer libro de ensayos (personales) de quien ha firmado ya dos «novelas alrededor de lo que me ha ocurrido» –Épica de bolsillo para un joven de clase media (Planeta, 2012) y Mi abuelo y el dictador (Caballo de Troya, 2017)–, es, antes que nada, una justificación de su estética.

Se trata de una compilación de trece piezas publicadas con anterioridad en revistas y antologías mexicanas –entre 2011 y 2021–, más dos inéditos; todos los títulos abordan, de alguna manera, las escrituras del yo, y, en particular, el yo y la escritura de su autor. Según Tejeda, él escribe textos autobiográficos por herencia familiar: «Era culpa de mis padres», dice, «o no tanto de mis padres, como de su tendencia a hablar de sí mismos a la menor provocación; o no solo de su tendencia hablar de sí mismos, sino de la manera articulada en que podían hacerlo ordenando sus vidas alrededor de su enfermedad alcohólica.» Papá y mamá, ambos alcohólicos anónimos, habían podido estructurar una biografía que, otorgándoles una sensación de control sobre un mundo caótico, los mantenía sanos, a flote, por encima de las circunstancias, y narrarla de forma recurrente los ayudaba a sobrellevar su adicción. Esto es lo que Tejeda denomina como la «compulsión autobiográfica».

Si bien la coartada de Tejeda me resulta tan interesante como verosímil, la considero innecesaria. ¿Por qué habría que darle explicaciones a censores literarios y paladines de una escritura que, supuestamente, lo «imagina» todo? No lo sé. Yo soy de los que creen, por ejemplo, que el tema es lo más superficial de un texto, y considero que una recopilación de ensayos personales, más que un «acto de exhibicionismo», puede hablar, en realidad, de otra cosa. Y al leerlo desde aquí, La compulsión autobiográfica se convierte en una meditación sobre las raíces del alcoholismo, una celebración de la escritura como vehículo de redención y en una exploración de la literatura de AA, «la más grande invención de Estados Unidos después del jazz», según Kurt Vonnegut. El autor va de publicaciones oficiales de la organización como Alcohólicos anónimos –su texto fundacional, también conocido como el Libro grande– a relatos firmados por dipsómanos como Carver, Cheever, Lucia Berlin y Mary Karr, pasando por la exigua tradición mexicana. Tejeda asegura que solo puede ubicar tres libros donde aparece AA: Delirium tremens, de Ignacio Solares, Vivir y beber, de Hugo Hiriart, y Hombres en fuga, de Carlo Coccioli. Ahora él y su volumen engrosan tan exigua bibliografía.

Pero así como juzgar una serie de manifestaciones literarias por su tema es de lectores superficiales, también lo es no ponderar aspectos formales como su estructura, su estilo y su lenguaje. Y es aquí donde Tejeda, me temo, nos queda a deber. No porque escriba «mal» –de hecho podríamos decir que su estilo se asemeja mucho al que usaba su papá al contar su vida: ambos narran con «frialdad,… conociendo que la honestidad es el más persuasivo de los recursos», y convencidos de que «la autobiografía carente de intimidad puede tirarse a la basura»–, sino porque repite una estructura concreta, al grado que el libro puede sentirse predecible. De los quince títulos, siete están construidos de la misma manera: una suerte de historias paralelas que van alternándose hasta su conclusión. Es una fórmula tan popular como efectiva, que consiste en virar de un tema A (una anécdota personal) a un tema B (la vida de alguien más o tal vez reflexiones sobre algunas lecturas); tras irse turnando tema A y tema B en varias ocasiones, los textos suelen desembocar en un párrafo final que los une a ambos. Esta redundancia es particularmente delicada en un libro de ensayos, ya que, como el nombre del género lo indica, el ejecutante debería ensayar y experimentar, idealmente en sus formas.

A pesar de lo anterior, debo concluir diciendo que es en esta estructura reiterada donde se ve lo poco narcisista que es la escritura de Tejeda. Lo que nos muestra una y otra vez, echando mano de su forma predilecta, es que su narrador, para contarse (A), necesita forzosamente de los demás (B), de manera que cada que dice «yo», también dice «ustedes». Y sin duda es por esto que algunos momentos de La compulsión autobiográfica –pienso en «Notas sobre el abuelo de Augusto Monterroso», «Vértigo al desorden» y «La alberca de la serenidad»– resultan auténticamente conmovedores.