Cristina Fernández Cubas
El columpio
Firmamento
105 páginas
POR JUAN CARLOS MÉNDEZ GUÉDEZ

Cuando en 1995 apareció esta excelente novela corta de Cristina Fernández Cubas la industria literaria española padecía uno de sus cíclicos sarampiones; virus que guardan como elemento común la euforia, la exaltación mediática y la repetición. En aquel entonces la generación Kronen asomaba sus primeros títulos: textos realistas, poblados de música, jerga juvenil, drogas y borracheras que tal vez impidieron a este libro de Fernández Cubas ocupar un espacio más resaltante. Del mismo modo, en aquellos años esta autora aún no había recibido la oleada de premios que desde 2002 acompañan merecidamente su trabajo narrativo: el NH, el premio Setenil, el premio Cálamo, el premio Mandarache, el premio Nacional de Narrativa y el premio Nacional de las Letras españolas, por solo citar unos cuantos.

Razones para subrayar con entusiasmo esta nueva aparición de El columpio dentro del sello editorial Firmamento. Una oportunidad para leer desde el sosiego esta pequeña joya que ya en su primera línea: «Un día, mucho antes de que yo naciera, mi madre soñó conmigo», asoma sus elementos fundamentales: espacio de lo onírico, insólitas conexiones temporales, penumbrosa memoria familiar.

Un tenue aire de narrativa gótica rodea el conjunto de la historia: casa familiar que es una suerte de castillo embrujado; un cuadro palpitante y a la vez fantasmal de una escena de infancia; personajes que a duras penas contienen sus penumbrosas pasiones; la reprimida sensualidad con la que varios ancianos se aproximan a un extraviado personaje de la niñez. Pero al mismo tiempo, destacan también en estas páginas los virtuosos juegos temporales que para este lector evocan ese juego de espejos que cierran La dama de Shangai, la película de Orson Welles; al punto de que hay instantes en El Columpio en que dudamos si nos movemos en lugares que son una anticipación del futuro, una evocación del pasado o un reflejo del reflejo de ambos.

Los territorios de los sueños son el ambiguo espacio dentro de los que esta historia desarrolla diversos encuentros. Lo onírico es una frontera desdibujada; eso que llamaríamos la realidad cotidiana posee siempre una pátina de irrealidad que la aproxima a lo soñado, y los sueños evocados constituyen una parte muy concreta de la cotidianeidad.

Desde el principio de la narración, la protagonista pretende viajar desde París al pueblo de la infancia de su madre con el anhelo de alcanzar un lugar fuera del tiempo. Se trata, sin duda, de un viaje hacia las palabras de la madre fallecida que durante muchos años hizo vivir a través de continuos relatos la presencia de un remoto punto de los Pirineos.

El viaje logra ese objetivo: la protagonista del El Columpio descubre que ese puñado de cartas que su madre adulta enviaba al pueblo permanecen sin leer y viven ocultas en un cajón. Del mismo modo, comprueba que las imágenes retenidas por los familiares de su madre corresponden a las de su remota niñez: un cuadro, voces, historias. Así, el sueño comienza a mutar en pesadilla porque los lugares ajenos al tiempo también son ajenos a la fragilidad de lo humano y devienen en espacios del miedo y lo monstruoso.

Fundamental, dentro de la construcción de esta historia, es la figura del columpio. Objeto de infancia que vincula el presente de la protagonista con el presente de su madre, el tiempo de la vida con el tiempo de la muerte, los fragmentos del pasado con los fragmentos del futuro. Suerte de objeto hechizado que se desplaza por el aire y remite al concepto del vuelo mágico mencionado por Eliade en el que la persona expande su comprensión del mundo al elevarse por encima de las limitaciones de la tierra.

El columpio es una gran novela de resurrección y escape, armada con una sutileza que tiene el poderío de esbozar la teatralidad siniestra con la que tres ancianos intentan atrapar y asfixiar el recuerdo de una mujer cuyo abandono nunca han perdonado, por lo que convierten la memoria en un modo de castigo en el que ni siquiera un fantasma puede alcanzar la paz, el sosiego y mucho menos el consuelo del olvido.