Luis Landero
La última función
Tusquets
224 páginas
A pesar de la retórica al uso, lo cierto es que hemos tenido pocos autores de raigambre cervantina en nuestra tradición, Galdós es quizá el ejemplo más señero, en una nación más proclive a dejarse seducir por el extremado estilismo de Quevedo, de un fascinante expresionismo, y que en nuestros tiempos dio la fulgurante figura de Valle Inclán, el gran artífice de la lengua en nuestro pasado siglo o en otro orden de cosas, Camilo José Cela, fiel seguidor del humor negro quevedesco y buscador impertérrito de esa brillantez en que el autor de Los sueños fue maestro y creador de un modo de entender el mundo que ha pasado en momentos a formar parte de nuestro casticismo.
Uno de los escasos autores impregnados de cervantismo en la narrativa actual es Luis Landero (Alburquerque, Badajoz,1948) que desde aquella novela, que se nos antoja ya lejana, Juegos de la edad tardía, en 1989, o a esta que ahora nos ocupa, La última función, en medio obras de reconocida calidad -como Hoy, Júpiter; Retrato de un hombre inmaduro; Absolución; o Lluvia fina, entre otras-, reconoce, y en cierta forma rinde homenaje, a recursos cervantinos muy marcados: así, una delicada media distancia que acerca, en el tono del estilo, los personajes al lector en una abierta comprensión de la condición humana, algo muy alejado de la idea quevedesca del individuo, reducido las más de las veces a ser comparsa de un orden superior y en otro caso, de la inquietante objetividad de Shakespeare; también la idea del juego, presente en la actitud barroca y, desde luego, la tendencia a desplegar un estilo apegado a un lenguaje sencillo, aparentemente cotidiano, de extremada pero discreta elegancia que le aleja de esa fascinación por el alto estilo y su obligado virtuosismo, capaz de crear un nuevo modo de percibir el lenguaje, como ocurre en Valle Inclán pero que posee la ventaja de generar empatía con el personaje que trata en ese momento, acercándole al lector y creando una connivencia que se percibe como natural. En Landero los personajes que pueblan sus narraciones son declaradamente positivos.
Así, en La última función, que me recuerda un tanto a El Retablo de las Maravillas por su carácter de representación, de esos personajes que se suceden en las «capillas de santero» y que retratan un tipo de sociedad determinada y que se manifiesta en modos de vida rural, en la importancia de la fiesta y en la que los personajes se retratan a la vista de esa representación. La novela, otro rasgo cervantino, está impregnada de melancolía y su comienzo recuerda la acotación a una función: «Ernesto Gil Pérez (Tito para más señas o, como mucho, Tito Gil) entró en el restaurante Pino al anochecer de un domingo de enero, unos dos meses antes de la llegada o, más bien, de la aparición de Paula, y estas dos figuras, y los hechos que ocurrieron en ese tiempo, son la materia principal de esta historia». El modo en que Paula nos muestra su vida no es menos rotundo y sorprendente: «Hizo pasar ante sus ojos la secuencia veloz de sus casi cuarenta años, de delante hacia atrás, hasta detenerse en el día, en que siendo muy niña, en una sesión de magia la hicieron desaparecer del escenario tras ocultarla en una capa carmesí”
La historia parecería una sublimación de alguna de las situaciones por las que pasan muchos pueblos de España, antes prósperos y sumidos ahora en una modorra agravada por la despoblación y la carencia de productividad. De ese pueblo melancólico y fantasmal surge Tito, un famoso actor, creador de performances como la titulada Exposición General de Lamentos en que salía disfrazado de libro o la que le dio fama en los Estados Unidos, la del recitado de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, vestido a lo Humphrey Bogart. Al cabo de los años regresa y monta un espectáculo en su pueblo natal con vistas a que éste resurja de nuevo. A la cosa se suma una recién llegada, Paula, no se sabe muy bien de dónde, pues sólo consta que se apeó en la estación de tren a resultas de un sueño… De esa última representación y de la historia de amor entre Tito y Paula y de la suerte de los pocos habitantes del pueblo con memoria de lo que fue en otros tiempos trata esta novela que bien se podría decir que es quizá la más contenida las suyas, triste y melancólica que, como diría Bryce Echenique, es la condición primera de una buena narración.