Notas para la presentación Metempsicosis, celebrada en Casa de América el 30 de enero de 2024.
Vamos a hablar de Metempsicosis, una novela, que urde muchos mimbres literarios diferentes y los renueva: la novela epistolar, la detectivesca sin detective (pero con escritor y sus alter ego), una novela romántica, distópica, terrorífica en algunos tramos, intelectual y metaliteraria, una novela política en su interrogación formal y en su cuestionamiento del alcance y los límites de la palabra literaria, un novela espiritual, culta, de aventuras… Al final una de esas buenas novelas, inmejorables, de las que, como dijo Bolaño a propósito de las tuyas y de ti mismo -acotación: hablo con Rodrigo, me está mirando- «Leerlo es aprender a escribir». Y yo creo que Bolaño tenía mucha razón porque Metempsicosis encierra una visión del mundo interrogativa, indisoluble de una visión de los procedimientos para interpretar ese mismo mundo, construirlo, una visión al fin de la literatura… Vamos a verlo poco a poco, pero antes…
Les cuento: recuerdo dos encuentros con Rodrigo Rey Rosa. En el primero, en Managua, él no me percibió. En el segundo, en Madrid, sí. Los dos tuvieron lugar en el marco de Centroamérica Cuenta: en el primero yo me quedé impactada por su timidez. Puede parecer sorprendente que la timidez impacte, pero es así. No recuerdo con quién compartía mesa Rodrigo. Solo sé que yo solo le presté atención a él, a su timidez y a sus pocas palabras. Todas lucidísimas. Quizá no tan abundantes como yo habría deseado. En el segundo encuentro, compartimos una mesa comandada por Javier Rodríguez Marcos. Fue en este mismo palacio y ahí me di cuenta de que nuestras visiones de la literatura, por supuesto no idénticas, nos acercaban. El hecho de que yo hoy esté aquí reflexionando en voz alta sobre Metempsicosis constituye en cierto modo una prueba de lo que acabo de comentar.
Me cuesta mucho resumir. He formulado mil preguntas y me han surgido mil pensamientos mientras te leía. Las novelas de Rey Rosa aprietan los significados en una elocución precisa que se centrifuga, se abre, se ramifica en mil preguntas dentro de la mente de quien lo está leyendo. Podría pasarme horas conversando contigo de esta novela en particular, de sus juegos narrativos, de su primera página: «No puedo quejarme. Estoy en un lugar alto, veo los montes al este y al oeste y dos o tres islas (una de ellas puede ser una lengua de tierra) en el sur. El cuarto es amplio, luminoso…». Esta página es un ejemplo de la precisión estilística de un escritor que no da puntada sin hilo. Construye un espacio y nos da las informaciones para que, desde el lugar de la lectura, nos formulemos las preguntas que la enmarcan. Son la miguitas de pan: un lugar alto, la luz, el aire limpio, el silencio nocturno, un sobre, la pregunta de si el narrador podría salir del lugar en que se encuentra, la ausencia de dispositivos para comunicarse con el exterior, la presencia de un ojo que vigila. Me formulo preguntas hacia delante y hacia atrás. Y me sobrecoge la vulnerabilidad de una voz que, sin embargo, dice «No puedo quejarme».
Podríamos plantearnos si esta página es de verdad la primera página o no y cómo los marcos de la narración modifican sustancialmente los relatos, porque en este libro un narrador encierra a otro y se proyecta en él, lo edita, se lo apropia, se toma la revancha, lo busca. Hay un escritor guatemalteco y un escritor suizo. Hay un psiquiatra que supuestamente les da cuerda a los dos. Hay muchas miradas dentro de otras miradas: muchas voces y géneros, aunque una es la voz que más se escucha en la novela. El juego narrativo es el juego de espejos, el juego con el doble, con el original y la copia, ese juego con el que tanto experimentó Borges en sus relatos actualizando el imaginario de la literatura fantástica. Tengo una pregunta técnica y otra impertinente: desde un punto de vista técnico, siento una inmensa curiosidad por saber cómo Rey Rosa construye sus artefactos, si tiene conciencia del artefacto y de su arquitectura, de ese complejísimo entramado de voces y miradas o si quizás se deja llevar. Cuánto sabe antes de empezar a escribir y cuánto va decidiendo o descubriendo en el mientras tanto de la escritura. Es muy posible que Rodrigo no sacie de una manera explícita mi curiosidad.
La segunda pregunta -la impertinente, la irreverente quizá- se refiere a Borges y a los lugares a los que nos llevó Borges. Yo intento enseñarlo todos los años en mis cursos de la Escuela de escritores, porque creo es un puente entre lo clásico y lo posmoderno, incluso entre lo clásico y la nueva civilización virtual… Me lo encuentro por todas partes y no sé hasta qué punto podemos liberarnos de su portentosa influencia, hasta qué punto es imposible desprendernos de la rumiación borgeana en nuestra escritura o hasta qué punto no queremos ni debemos hacerlo. Me parece que Rey Rosa siente también este conflicto y que incluso puede tener dudas de si alejarse de Borges, modificarlo, corregirlo, personalizarlo, «tunearlo» como dicen ahora, es un acto de impiedad, un sacrilegio o, por el contrario, es una ofrenda.
No recuerdo con quién compartía mesa Rodrigo. Solo sé que yo solo le presté atención a él, a su timidez y a sus pocas palabras. Todas lucidísimas. Quizá no tan abundantes como yo habría deseado
Precisamente, las religiones tienen un papel importantísimo en Metempsicosis. Quizá porque, siempre que hablamos del original y la copia, ponemos el origen, el punto de partida, en una mise en abyme, que lo desdibuja y lo cuestiona. Puede que la idea de trascendencia sea incompatible con la ironía que emborrona el límite entre la realidad y las ficciones, la teología y la mitología. «Dios es la cosa más pequeña que pueda existir en cualquier mundo» escribe Rodrigo. En el tramo final de la novela, incluso recrea imaginativamente una religión -Borges construyó una civilización en «Tlon, Uqbar, Orbis Tertius»- y en ese ejercicio fantástico, que no lo es del todo, lleva a cabo una operación deslumbrante: la realidad y las ficciones se fusionan, y el tiempo es inherentemente circular, porque los wazaríes veneran al rey Ahab, ¿homónimo? del personaje de Melville en Moby Dick, que escribió la novela después del surgimiento del wazarismo. Los wazaríes tampoco comen pescado por respeto a la ballena que se tragó a Jonás.
En cierto modo, Rey Rosa escribe un libro sagrado: el manuscrito encontrado es una metáfora, escrita con letras de oro en la religión letraherida, que funciona como leitmotiv en Metempsicosis, una novela que se vincula especularmente con otra obra de Rey Rosa, el Manuscrito hallado en la calle Sócrates… En este libro que hoy presentamos se exhiben con promiscuidad los documentos enigmáticos: los correos electrónicos de Atina con los que se encuentra uno de los narradores al despertar en un clínica psiquiátrica; el documento en griego que le da el doctor para que lo firme; los manuscritos de encantamientos, exorcismos y plegarias del Museo bizantino; la inscripción, los poemas que los estudiantes wazaríes escriben en un taller de escritura… La literatura y las religiones se conectan a través de la idea de metempsicosis, transustanciación, metamorfosis, resurrección, regeneración… Podríamos añadir alguna palabra más en este rosario, en esta retahíla; incluso el Papa hace un cameo en la novela y, quizá, todas estas pistas abren un interrogante respecto a la conveniencia de desacralizar la literatura o re-sacralizarla en mundo como el nuestro. También las reminiscencias de «Pierre Menard, autor del Quijote», nos colocan en otra encrucijada: la de decidir si la hipótesis de que vivimos en un plagio permanente y todo lo que sucede sucede siempre por segunda vez, es esperanzadora o destructiva.
Desde cierta actitud iconoclasta, voy a intentar explicar por qué el libro de Rodrigo Rey Rosa me parece maravilloso. Borges ya fue Borges. El interés, la inteligencia, el valor literario de Rey Rosa radica en la indeleble presencia de lo que no puede negarse y, si se niega, es por pura maldad: los refugiados, la crueldad, los estragos del fanatismo y de la rapiña económica, los indigentes, los expoliados y las víctimas del coronavirus… Me parece que el homenaje y la interiorización fantástica de las ficciones de la literatura, más allá de la desrealización de lo real que implica, más allá de la materialización hipertrofiada de la literatura que conlleva, adquieren en esta novela un significado de denuncia, realista y pertinente, que remite al hoy devaluado concepto de justicia social… Creo que, en Metempsicosis, los sintecho de Atenas, como posibles reencarnaciones de sofistas, son la cristalización perfecta de la conciliación perfecta entre el impulso ético y el estético, entre la preocupación política y la delicadeza estilística, que se logra en este libro.
Otro aspecto que apunta en esa dirección tan original y necesaria de la palabra de Rey Rosa como escritor son las reflexiones sobre la escritura como fijación: dice quiénes somos. Los wazaríes prohíben la escritura como procedimiento de fijación de su verdad y de su fe, porque esa fijación los deja desnudos y los pone en peligro. Se protegen. También quienes nos dedicamos al oficio de escribir corremos ese peligro. Nos retratamos en las ficciones. Parece que, en el emprendimiento de la escritura, es imposible no adoptar una posición ideológica que se revela a través de la selección formal y que empuñar la pluma o pulsar la tecla es una temeridad. Acaso un acto de valentía.
He aludido a los poemas de los estudiantes wazaríes: Rupert Ranke, editor, escritor, alter ego suizo de un escritor guatemalteco, imparte un taller literario y piensa sobre la revictimización de las víctimas en el relato de su trauma -su relato no es liberador, sino que les hace revivir el dolor-; también reflexiona sobre cómo, a esa revictimización, no pocas veces se contrapone -¿se superpone?- el interés económico de los terceros que hacen crónica o escriben relatos basados en los hechos reales protagonizados por las víctimas. El dolor resulta rentable. Me acuerdo otra vez del «No puedo quejarme» con el que comienza el libro y corroboro que todo tiene sentido en la narración. No sobra ni falta nada. También se me ocurre que, a menudo, en la fantasía, en las ficciones radica el verdadero poder de la literatura crítica. Es como si, en Metempsicosis, Rey Rosa resolviera dialécticamente la absurda paradoja entre compromiso e imaginación.
Creo que, en Metempsicosis, los sintecho de Atenas, como posibles reencarnaciones de sofistas, son la cristalización perfecta de la conciliación perfecta entre el impulso ético y el estético, entre la preocupación política y la delicadeza estilística, que se logra en este libro
Creo que, no por casualidad, la novela está ambientada en gran parte en Atenas, hito de la filosofía y cuna de la democracia. Tampoco es casual que sus personajes lleven mascarilla o usen «telefonitos»… Adivino cierta inquietud, que comparto, en el tránsito de un modelo analógico a un modelo digital: «En este mundo dominado por la violencia, la hipocresía y el escándalo, nuestros mayores enemigos (…) no son ni los tiranos de turno ni los banqueros ni los llamados periodistas culturales, ni aún los promulgadores de la lectura diagonal; el gran enemigo de escritores y poetas es la tecnología informática, es la legión de nuevos sabios o nuevos brujos los programadores que no creen en la palabra escrita y que, sin entenderla, se burlan de ella, la reducen al absurdo y ningunean el oficio de escribir. Los números contra las letras; el algoritmo contra la oración (…) Han acabado con el libro, tal vez; pero no con la página. Y aunque nadie necesite oír lo que nosotros queremos contar, lo contaremos por necesidad…» Esto dice un narrador o los dos o Rupert Ranke o Rodrigo Rey Rosa, quien por cierto aparece en un pie de página. Comparto el diagnóstico de que vivimos en un momento cultural elegiaco, terminal. Tal vez podríamos aliviarnos pensando que esto ya había sucedido antes y nos hemos regenerado. O quizá las dimensiones y la velocidad de la transformación son tan inauditas que deberíamos preocuparnos. Leo Metempsicosis desde esa incertidumbre.
Hemos hablado de Atenas, pero en estas páginas también recorremos paisajes subterráneos, lisérgicos, maravillosos. Los simios son gatos o los gatos son simios. Bajamos a las infiernos, recordamos las mejores distopias y el terror grotesco… La fantasía, la capacidad de fabulación y el sentido del humor son dos ingredientes fundamentales en esta novela que visibiliza aspectos movedizos de lo real. Visiones. Nebulosa. Porque uno de los narradores -quizá todos fundidos en el mismo individuo- se despierta con amnesia y va recordando casi al mismo ritmo que, desde el espacio de la recepción, hacemos nuestros propios descubrimientos. Más allá de que la desmemoria cumpla con su función como recurso narrativo para construir la trama -casi detectivescamente-, puede que también sea una metáfora social. Incluso, una inquietud personal.
No voy a desvelar el desenlace de esta historia que son muchas historias a la vez. Sólo diré que es hermoso, y que en él está presente el amor. Jaín. Y que todo lo que sucede había sucedido y había sido narrado antes de suceder.
Espejos, erotismo, escritura, muerte, dobles.
El círculo se cierra, ¿o no?