POR PERE ROJO

«Escribir libros es un oficio suicida»

Gabriel García Márquez

1. El suicidio es un acto de libertad:

Aunque hay gente que piensa que el suicidio es la libre elección de personas extremadamente lúcidas, no es así en la gran mayoría de casos. Este es el primer mito que quiero que desterremos de nuestro imaginario1. Más de 800.000 personas se suicidan al año en el mundo, pero esta cifra es la que queda fijada en las estadísticas. De todos ellos no podemos saber realmente cuántos escriben regularmente o cuántos han llegado a publicar algo en algún medio. Si se indaga lo suficiente en cada caso acabamos encontrando que al menos en el 90% de ellos se puede hacer un diagnóstico psiquiátrico2. La mayoría de los suicidas tiene depresión y nada hay de filosófico o romántico en matarse cuando uno está sumido en un estado que le hace pensar que la vida no vale la pena por primera vez en 20, 30, ó 60 años y que incluso el mundo estará mejor sin ti.

Y en este punto entra en escena Séneca, nacido en Córdoba, aunque viviera y se suicidara en Roma. Séneca parece el ejemplo perfecto de suicida filosófico que viendo que no le quedan más que sufrimientos en esta vida, en pleno uso de sus facultades, decide ponerle fin. Apoyando esta tesis podríamos citar aquellas palabras suyas a Lucilio: «Si el cuerpo ya no se vale por sí mismo, ¿por qué no ha de ser preciso librar al alma de sus penas? Y además, tal vez sea menester hacerlo antes de lo debido, no sea el caso que cuando lo tengas que hacer no puedas». Lo que ocurre es que si nos quedásemos ahí no tendríamos en cuenta que el terrible Nerón le ordenó cortarse las venas y que sólo podía elegir entre obedecer o ser asesinado, así que se cortó las venas. No se puede decir que fuera un suicidio elegido libremente.

Habrá quien insista en que Alejandra Pizarnik se suicidó porque era libre de hacerlo y ejerció su derecho. Por eso tal vez nos dejó escrito en el pizarrón de su cuarto de trabajo un poema que incluía este verso: «no quiero ir nada más que hasta el fondo». Pero Pizarnik estaba muy enferma, aunque no esté claro su diagnóstico. Ocho años antes de no regresar al psiquiátrico y matarse con cincuenta pastillas de Seconal ya le había escrito a Cortázar sobre lo que había: «Julio, fui tan abajo. Pero no hay fondo… ». Su sabio amigo no pudo ayudarla. Nadie pudo.

Fotografías de Alejandra Pizarnik y Alfonsina Storni. Fuente wikipedia

2. Los intentos de suicidio son una llamada de atención:

José Agustín Goytisolo no saltó de la ventana de un tercer piso en Barcelona para llamar la atención. Pero tampoco creo lo que afirma la Wikipedia de que se cayó porque sufrió una crisis convulsiva. Dicho con palabras del último libro del poeta: «Poner fin al dolor causa dolor»3. La vida causa dolor y si tu madre ha muerto en un bombardeo y tu padre te prohíbe hablar de ella, es normal que te hagas poeta o escritor como se hicieron tus hermanos y le pongas el nombre de tu madre a tu hija. Goytisolo además sufría depresiones que no se curaban ni con ingresos, ni con litio, ni con haloperidol ni con electroshocks.

Su amigo Gabriel Ferrater sí que recorría Barcelona en sus últimos tiempos llamando la atención. Bebía y se consumía. Según escribió Goytisolo: «este hombre fue en vida / un marginado auténtico / que odiaba los rituales / y despreciaba los mitos / un solitario erguido / entre la multitud». Erguido y visible que, como todos los alcohólicos, se suicida sorbo a sorbo. Pero la ginebra no era suficiente y, cansado quizá de llamar tanto la atención se tomó unas pastillas, selló su cabeza dentro de una bolsa de plástico de El Corte Inglés, y dejó libre el espacio en el que no se encontraba4.

La muerte de Ferrater, ocurrida cinco meses antes de la de Pizarnik, conmocionó a su amigo Alfonso Costafreda, que, en su destierro en Ginebra, donde trabajó para la OMS, sólo aguantó un par de años más. Su último libro, Suicidios y otras muertes, contiene dedicatorias a otros suicidas como su amigo Ferrater, y todas las explicaciones que quizá se reducen a una. Jaime Gil de Biedma, que sólo llegó a declararse muerto como poeta, una forma light de suicidio, cree que Costafreda se suicidó porque «apostó toda su vida a una sola carta: ser poeta. Y que cuando descubrió, como a todos nos ha ocurrido, que nunca sería el poeta grande que había soñado, no quiso ser, ni aparentar, ninguna otra cosa».

En Ginebra, medio siglo antes, se suicidó con veronal José Antonio Ramos Sucre. Ser cónsul de Venezuela no le salvó del insomnio ni del miedo a perder sus facultades mentales. Cuarenta años tenía. Pedro Casariego, el hombre delgado que no flaqueará jamás, se tiró al tren en la estación de Aravaca. Todos queremos llamar la atención, vaya tontería, pero el que hace un intento de suicidio es porque sufre mucho.

3. Quien realmente quiere suicidarse, no avisa:

En cierta ocasión, Ferrater despidió a los comerciales de la editorial para la que trabajaba con esta frase de Shakespeare: «Be mad and merry, or go hang yourselves». Si decir que ya no eres poeta y añadir a tus colegas que sean felices y que hagan locuras o si no que se ahorquen no es avisar, yo no sé. Pero es que además, Ferrater repetía a quien quisiera escuchar, que se mataría antes de cumplir los cincuenta y lo cumplió veinte días antes de la fatídica fecha.

Larra vivió rápido, como se vivía antes, y con veinte años se convirtió en el más influyente articulista de principios del siglo XIX. Y su valentía se mide también por su objetivo de sacudir las conciencias adocenadas de sus contemporáneos. Pero además de valiente, podríamos decir que su suicidio fue romántico y, por tanto, egoísta

Claro que lo que hizo Horacio Quiroga fue aún más claro, sin la sutileza de aquellos que empiezan a desprenderse poco a poco de sus posesiones. En 1937 entró en una farmacia de Buenos Aires, pidió cianuro y cuando le preguntaron que para qué lo quería, dijo que para qué lo iba a querer, para matarse. Supongo que el farmacéutico no se habría quedado tan tranquilo si hubiese sabido que Quiroga padecía un cáncer de estómago incurable. Por las dudas, en sus consejos para cuentistas incluía este: «El truco consiste, claro está, en matar, a pesar de todo, al personaje». Quiroga sabía de escribir y de sufrir y no quería más. Su amiga Alfonsina Storni dijo de su suicidio: «Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como siempre, en tus cuentos, no está mal; / un rayo a tiempo y se acabó la feria… / Allá dirán». Este suicidio sería eutanasia según lo que recoge la ley española desde 2021, que dice que el requisito para poder solicitarla es «estar en una situación de padecimiento grave, crónico e imposibilitante o de enfermedad grave e incurable, padeciendo un sufrimiento insoportable que no puede ser aliviado en condiciones que considere aceptables».5 Si realmente vas a morir de alguna enfermedad terrible en breve, todo es muy distinto. Alfonsina Storni siguió un año después la senda de Quiroga. Caminó hasta perderse en las aguas del océano en Mar del Plata cuando su cáncer de mama ya había recidivado y amenazaba con llenar de dolor lo que le quedara de vida. Nada que ver con su amigo Francisco López Merino que se pegó un tiro en la cabeza a los 23 años en La Plata, una década antes, dejando una importante huella, al menos en «Elogio de la sombra» de Borges. López Merino, sano, pero hipocondriaco, dijo en el bar a sus amigos: «Voy hasta el baño» y allí se pegó un tiro en la cabeza. Cuánto mal ha hecho el Werther de Goethe.

Quiroga, Storni y también a Reinaldo Arenas optaron por la eutanasia. El cubano que primero luchó contra Batista, después sufrió represión en el castrismo por ser homosexual y al final huyó, acabó enfermando de SIDA en el fatídico Nueva York de los 90. Arenas también eligió acabar antes de que se lo llevara aquella enfermedad incurable que dejaría de ser mortal en cinco años. Después de sufrir todas las complicaciones posibles del SIDA y de dar por terminada su obra se despidió con una carta que concluye diciendo: «Cuba será libre. Yo ya lo soy», y se tomó un cóctel de pastillas con whisky.

4. No se debe preguntar por las ideas de suicidio:

La verdad es que los suicidas sí avisan, aunque no se les escuche y por lo tanto no les puede hacer mal que alguien que les quiere o se interesa por ellos les pregunte si se les ha pasado por la cabeza la idea del suicidio. Es una pregunta abierta que, si se la hubiesen hecho a Leopoldo Lugones, quizá habría dicho que sí, que lo pensaba, que se sentía acabado. El caso es que un año después de la muerte de su amigo Quiroga, esta vez en Tigre, un poco al norte de Buenos Aires, se suicidó con arsénico diluido en whisky. Se cuenta que su hijo le coaccionó para que abandonase a su joven amante y de ahí cayó en una depresión. Sesenta y tres años de edad eran muchos para aquella época y menos mal que no asistió a la historia de su familia porque se habría muerto otra vez, pero de tristeza. 

José María Arguedas, treinta años más tarde, después de múltiples episodios depresivos, sentía que no iba a sobrevivir a su libro El zorro de arriba y el zorro de abajo. Llevaba años aislándose de sus amigos y renunciando a sus cargos, pero a pesar de los tratamientos no mejoró. Su declive se aceleró desde su primer intento de suicidio en 1966 y en 1969 se encerró en los baños de la Universidad de Lima y se pegó un tiro en la cabeza que tardó cinco días en matarlo del todo. Su ideación suicida era clara y no habría empeorado si alguien le hubiese preguntado por ella.

Según el estudio canónico de Nancy C. Andreasen, los escritores de ficción presentan trastornos afectivos como depresión mayor o trastorno bipolar en el 80% de los casos, 30 puntos por encima del grupo control6. Así que, cuando se trata de escritores, no está de más preguntar por sus verdaderas intenciones. No habría estado mal, desde luego, que alguien se la hubiese formulado a Ángel Ganivet, recién rescatado de las gélidas aguas del Duina. Oye Ángel, ¿sigues queriendo matarte?. Pero nadie preguntó y él volvió a tirarse empecinado en ahogarse dos veces en el mismo río y ya no lo pudieron salvar. Como a Virginia Woolf, el río se tragó a Celan, y también a Juan Larrea, el personaje de uno de sus libros al que Semprún mandó suicidarse por él una década después de Celan. Luego Semprún visitaría Buchenwald con la poesía de Celan debajo del brazo.

Fotografías de Teresa Wilms y Antonieta Rivas Mercado. Fuente wikipedia

5. Las personas que se suicidan son valientes o son egoístas: 

No es imprescindible ser más valiente o más egoísta que la media. Valientes fueron Bierce y Cravan desapareciendo en México. Los artistas son así, entregados al arte y a la vida, si no, no serían artistas. Valiente fue Héctor Álvarez Murena cuando declaró que el escritor debería estar contra el tiempo, pero no hay constancia de que fuera más valiente que místico y lo que sí sabemos es que bebió toda su vida, pero más aún sus últimos días y la verdad es que no apareció muerto en su cuarto de baño con muchas botellas de vino como cuentan algunos. Su mujer lo volvió a acoger en su casa porque le pareció que había bebido demasiado los últimos días y entonces falleció allí con sus hijos de un infarto.

No sé si los escritores que se matan con enormes dosis de alcohol son valientes, pero lo que sí sé es que son suicidas. Gabriel Ferrater aceleró un poco el proceso, pero hay muchos que se mataron bebiendo como John O´Brien en su Leaving Las Vegas, Poe en su delirium tremens o Dylan Thomas que batió el record con sus dieciocho whiskies y murió. Luis Criscuolo, ya cirrótico, decidió tomarse coñacs hasta matarse. Cuando llegó a diecisiete se desmayó y falleció.

Larra era valiente, no hay duda. En su época aún no se había pronunciado por primera vez la famosa máxima: «vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver», que él se tomó muy a pecho y, como se dijo durante mucho tiempo, por amor se pegó un tiro en la cabeza a los veintisiete años. Larra vivió rápido, como se vivía antes, y con veinte años se convirtió en el más influyente articulista de principios del siglo XIX. Y su valentía se mide también por su objetivo de sacudir las conciencias adocenadas de sus contemporáneos. Pero además de valiente, podríamos decir que su suicidio fue romántico y, por tanto, egoísta. Durante mucho tiempo se culpó de la muerte de Larra a Dolores, la mujer que se fue con otro. 

Los que tuvieron la tarea de enterrar a Larra no se plantearon si era valiente o egoísta su suicidio. Ellos, en su furor diagnóstico, se centraron en lo que les importaba en aquel momento y sin saberlo respaldaron la tesis de este texto. Si se centraban en el hecho del suicidio, no podían enterrarlo en suelo santo, pero dieron una pequeña vuelta al asunto y se preguntaron si los locos se entierran en sagrado. Los locos sí, dijo el cura. Así que aquí se elaboró su teoría diagnóstica: Larra estaba loco y por tanto se pudo enterrar en el cementerio de Fuencarral, un gran avance para los suicidas del mundo que a partir de entonces ya no se tendrían que suicidar de incógnito para evitar represalias contra sus familias.

6. El suicidio no se puede prevenir: los medios no deben hablar del suicidio porque se contagia:

Una información adecuada sobre los casos de suicidio puede servir para promover la salud mental y para prevenir suicidios7. Esto fue justo lo contrario que consiguió Goethe con su Werther8 que se ha titulado también en español: Las penas, Las tribulaciones, Las tristezas o Las desventuras del joven Werther. Pero Goethe no se suicidó. El único que lo hizo fue su personaje y un montón de lectores que lo tomaron como ejemplo y excusa. De ahí el llamado «efecto Werther» cuya existencia ha confirmado la literatura científica9. Detrás del joven Werther se fueron al menos: Salvador Benesdra, una especie de John Kennedy Toole que saltó por la ventana de su décimo piso en Buenos Aires a los 43 años, probablemente influido porque sólo consiguió que lo publicaran póstumamente; Arturo Borja Pérez que se autoadministró con solo 20 años en su Quito natal una sobredosis de antidepresivos tricíclicos; Andrés Caicedo, que decidió morir en Cali a los 25 años con su primer libro recién publicado en la mano; Adolfo Couvé en Cartagena, Chile; Jorge Cuesta en Tlalpan, México; Joaquín Edwards en Santiago de Chile; Javier Egea en Granada, España; Rodrigo Lira en Santiago de Chile; José Mallorquí, barcelonés que se suicidó en Madrid, España; Carlos Obregón, un poeta colombiano que también se suicidó en Madrid; Carlos de Rokha, en Santiago de Chile; Guillermo Rosales, otro cubano muerto en Miami; Armando Rubio, también en Santiago; José Asunción Silva en Bogotá, Colombia; y para terminar la lista de los que he encontrado, Teresa Wilms, quien muy bien podría haber pasado a la historia como la poeta más revolucionaria de la generación del 27 si no hubiese nacido en Viña del Mar y si no se hubiera suicidado en París en 1921. Todos los caminos llevan a París y, en casos escogidos como el suyo, al Cementerio Pére Lachaise.

Me ha quedado un artículo muy lleno de hombres suicidas. Es verdad que la proporción de suicidas hombres es de casi el doble que de mujeres en todo el mundo, pero en los países hispanoablantes llega a ser de entre 3:1 y 4:1. 

Nuestra tarea sería intentar contrarrestar el efecto Werther con su kriptonita que ya ha sido bautizada como el Efecto Papageno. Si a Papageno10, cuando pretende suicidarse, tres espíritus son capaces de convencerle de que no lo haga, nosotros también podemos intentarlo. Habría sido bonito haber interceptado a la escritora mexicana Antonieta Rivas Mercado, desencantada con su amante casado, el político y escritor José Vasconcelos y haberle convencido de que no se pegara un tiro. Antonieta, mujer, tú que eres joven y brillante y puedes encontrar cien hombres mejores que él que sólo te quiere como amante. Antonieta, yo te comprendo, tu madre te abandonó cuando tenías 13 años, se fue con su amante a Europa y te dejó el marrón de cuidar a tus hermanos menores. Antonieta, así buscaste tú el amor desesperadamente, pero ¿de verdad que lo mejor que se te ocurre hacer cuando tu amante va a regresar con su esposa a México es pegarte un tiro con su pistola sentada en un banco dentro de Nôtre Dame?

Finale:

Como espero que haya quedado claro, todas las afirmaciones escritas en negrita son falsas. Mi interés por el tema del suicidio viene de largo, pero tiene mucho que ver con que escribo y soy psiquiatra, dos factores de riesgo tremendos para la enfermedad mental y el suicidio, por lo que no es extraño que haya escrito un libro titulado Los escritores suicidas11 en el que aparecen algunas de las historias aquí mencionadas. Solo quiero que recuerden esto: la enfermedad mental y la ideación suicida tienen tratamiento y el tratamiento principal es la psicoterapia apoyada muchas veces en los fármacos y en un abordaje psicosocial del caso. 

1. World Health Organization. Preventing suicide. 2014.
2. J. M. Bertolote et al., “Psychiatric Diagnoses and Suicide: Revisiting the Evidence”, Crisis: The Journal of Crisis Intervention and Suicide Prevention 25, núm. 4 (2004): 147-155, https://psycnet.apa.org/doi/10.1027/0227-5910.25.4.147. https://doi.org/10.1027/0227-5910.25.4.147.
3. Goytisolo, JA. (1996) Las horas quemadas. Lúmen.
4. Navarro, J. (2003) F. Anagrama.
5. Boletín Oficial del Estado «BOE» núm. 72, de 25 de marzo de 2021, páginas 34037 a 34049.
6. Andreasen NC. Creativity and mental illness: prevalence rates in writers and their first-degree relatives. Am J Psychiatry. 1987 Oct;144(10):1288-92. doi: 10.1176/ajp.144.10.1288. PMID: 3499088.
7. Acosta Artiles FJ, Rodriguez Rodríguez-Caro CJ, Cejas Méndez MR. Noticias sobre suicidio en los medios de comunicación.Recomendaciones de la OMS [Reporting on Suicide. WHO recommendations for the Media.]. Rev Esp Salud Publica. 2017 Oct 24;91:e201710040. Spanish. PMID: 29064462.
8. Goethe JW von. (1997). Werther. Edaf.
9. Lutter M, Roex KLA, Tisch D. Anomie or imitation? The Werther effect of celebrity suicides on suicide rates in 34 OECD countries, 1960-2014. Soc Sci Med. 2020 Feb;246:112755. doi: 10.1016/j.socscimed.2019.112755. Epub 2019 Dec 20. PMID: 31884238.
10. Lutter M, Roex KLA, Tisch D. Anomie or imitation? The Werther effect of celebrity suicides on suicide rates in 34 OECD countries, 1960-2014. Soc Sci Med. 2020 Feb;246:112755. doi: 10.1016/j.socscimed.2019.112755. Epub 2019 Dec 20. PMID: 31884238.
11. Rojo P. (2014). Los escritores suicidas. UNO editorial.