Miguel Barrero
La otra orilla
Galaxia Gutenberg
235 páginas
POR JUAN ÁNGEL JURISTO

En nuestra literatura no es frecuente el uso de un imaginario cultista, y ello a pesar de que el posmodernismo, con su recurrencia a las citas y a la incorporación de lo libresco en la conformación de la obra hasta el punto de poder prescindir de las obligaciones realistas para dotar de verosimilitud un texto de ficción, así parecía fomentarlo. De ahí que las narraciones publicadas en nuestro país en pleno fervor realista, incluso con la incorporación de técnicas más modernas provenientes del boom que no consiguieron cambiar en profundidad ese tradicional anclaje nuestro en el realismo, como Larva o Poundemonium, de Julián Ríos, o Escuela de mandarines, Asclepios o Tríbada, de Miguel Espinosa, adquirieran desde el momento de su aparición leyenda de raras cuando no de extravagantes.

Por eso cabría felicitarse de la aparición de un libro como el que nos ocupa, escrito por Miguel Barrero (Oviedo,1980), del que ya sabíamos de su buen hacer por obras como Espejo, La tinta del calamar o El rinoceronte y el poeta, y donde retoma el imaginario esotérico que desde su aparición acompañó a la Divina Comedia, de Dante, en un juego de correspondencias que recuerda en ocasiones esa atmósfera de thriller cultista de El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Salvo que aquí la querencia borgiana y mallarmeana de Guillermo de Baskerville ha sido cambiada por el extenso juego de espejos del poema dantesco, sujeto a variadas interpretaciones, incluso las más mostrencas, como la construcción del Palacio Barolo en Buenos Aires y su réplica en el Palacio Salvo de Montevideo. Edificios construidos por el arquitecto Mario Palanti al modo de un Danteum, vale decir, una construcción que sigue con fidelidad el ordenamiento de la Divina Comedia: está dividido el edifico en tres partes, como la obra de Dante, y, de igual modo, se alzaron 22 pisos, al modo de las estrofas de los versos y ni que decir tiene que la distribución del edificio sigue las pautas trazadas por la sección áurea. Para abundar más en la cosa, en los días primeros de junio, a las ocho menos cuarto de la tarde, la Cruz del Sur se alinea sobre el Faro que corona el edificio dando lugar a cábalas curiosas, como si se simbolizara la entrada al Purgatorio de Dante y de Virgilio.

La novela trata del viaje que un escritor español realiza en septiembre de 2019 a Buenos Aires con vistas a dar unas charlas sobre las relaciones entre la realidad y la ficción que promueve el Ministerio de Asuntos Exteriores dentro de un programa ideado para dar a conocer a lo más representativo de la joven generación de la literatura española. El escritor elige la capital argentina, entre otras razones, porque su abuelo, en su juventud, había emigrado a Buenos Aires pero, al contrario que sus paisanos, no llegó a convertirse en el afortunado indiano que regresa a la vejez y volvió a España en cuanto tuvo dinero para pagarse el viaje de vuelta.

Al terminar la charla, el escritor conoce a un viejo, Horacio Llana, que le habla de su búsqueda en la obra de Dante de un mapa que le indique el camino para reunirse con el alma de su fallecida esposa y, de paso, le informa que otro escritor español, Adrián Gallinar, se había interesado en la lectura de Llana y que había desaparecido en el transcurso de unas investigaciones sobre la obra dantesca. De paso, el delegado cultural de España, Ricardo Luís Fajardo, le pone al tanto de los símbolos esotéricos del Palacio Barolo y las ocultas intenciones que tuvo su arquitecto Mario Palanti en la construcción del edificio.

Con estos elementos Barrero ha construido una suerte de thriller esotérico que lleva a cabo, en otro terreno, las ambiguas relaciones entre realidad y ficción, tema elegido para las charlas dadas por el protagonista de la narración. En este sentido, el de las correspondencias, la novela goza del especial buen hacer de su autor, cuyo mayor atractivo consiste en la armonía que se desprende de sus páginas, armonía que el tema elegido podría dar al traste al escapársele de las manos por la peculiar forma de sus planteamientos. No ha sido así y el lector asiste con gozo al desarrollo de una historia que se resuelve con la frase, «Nunca sabés lo que se puede creer o no» que Bárbara Soto, una curiosa mujer, le espeta al final al escritor.