Kike Cherta
Los Miralles
Navona
576 páginas
Hace falta valor. No sólo para concebir una historia tan grande y tan loca como ésta y lanzarse a escribirla, sino para escribirla de esta forma, aunque, bien pensado, ¿con qué otro tono que no fuera el de la comedia abierta podría abordarse una trama así, tan excéntrica aunque a la vez de implicaciones tan serias? Porque, sea como sea el resultado final, como punto de partida siempre será mejor el desparpajo que la solemnidad, sobre todo en narraciones que implican al demonio, a los libros sagrados, al sentido de la vida humana, en general, y, en particular, a la misión específica de una familia valenciana que está convencida de tener en su jardín el árbol del Génesis, rebosante de amenazantes manzanas.
Sucede por sistema, y de modo no poco misterioso, que siempre que se pretende escribir una crítica más o menos dura o más o menos amable contra la educación recibía, contra la propia familia, contra el mundo en el que se creció, contra las peculiaridades de la propia educación sentimental y las circunstancias que la rodearon…, ese ataque acaba convertido, en el fondo, en un homenaje. No hay carta al padre que no oculte, bien leída, una carta de amor donde el afecto y el conflicto están tan mezclados que son una misma cosa, no paradójica sino perfectamente natural, y fácil de entender porque es muy fácil de compartir.
Aquí pasa lo mismo y, aunque se trate de una ficción total, no sólo por lo extenso sino por lo profundo o por lo elevado, de nuevo quien cree haber escapado de la tradición, las obligaciones o la herencia se revela no sólo parte del asunto del que se huyó, sino algo así como un miembro por antonomasia, no una oveja negra sino más bien toda una confirmación de la continuidad de las generaciones, la prueba definitiva de la fidelidad al origen, por retorcido que resulte todo. Es un proceso misterioso y complejo, claro, pero también perceptible por debajo de los gags, las anécdotas y los malentendidos que van formando este suculento novelón.
Eso sí, la primera novela de Kike Cherta (Vinaroz, Castellón, 1982) brilla espectacularmente en su trama, como digo, pero deja algunas dudas con su lenguaje. Entiéndanme: está maravillosamente escrita, con soberanía incluso, con meticulosidad y precisión, con un gran dominio de los tiempos…, pero optar de forma tan constante (y a lo largo de tantísimas páginas…) por lo coloquial (o en ocasiones, incluso, por lo vulgar) tiene consecuencias sobre la paciencia de un lector al que le gusta mucho el humor, pero a quien pueden acabar fatigando tantas confianzas y, nunca mejor, dicho, tantas familiaridades. Si esta ópera prima fuera una casa, creo que la estructura interna, las escaleras, el minucioso cableado, las sólidas vigas o las eficacísimas tuberías serían de mejor calidad que la fachada: quiero decir que es flamante y vistosa, sí, pero por dentro, más en sus intenciones que en sus palabras.
Quiero decir que el tono elegido, probablemente necesario, hace que no se note tanto el inmenso mérito de esta disparatada saga levantina. Las mismas situaciones, como de sitcom, que hacen que se revele no sólo el argumento sino todo aquel pasado que lo apuntala y lo justifica provocan también que el placer lector se tambalee. Para decirlo claro, Kike Cherta ofrece mucho en Los Miralles, muchísimo, pero también pide demasiado: se hace un poco cuesta arriba enfrentarse a un chiste de seiscientas páginas, incluso cuando, como es el caso, se trata de un buen chiste, y de un chiste además nada superficial, sino todo lo contrario.
Los Miralles, al cabo, es una gran alegoría de las crisis de los valores, de las consecuencias del fanatismo (no pienso exactamente en el fanatismo religioso, sino en la lealtad irracional a una supuesta encomienda que no se puede negociar), de cómo el tiempo pasa también por encima de lo supuestamente inmutable, de lo supuestamente eterno, de lo que no tiene vuelta de hoja. Y el resultado, insisto, es muy satisfactorio, digno de todo aplauso, pero por aquí habríamos preferido leer una versión un poco (sólo un poco) más seria.