Felipe Toro Franco
Atlas. Un mapa literario del deporte (1888-1940)
Editorial Cuarto Propio
210 páginas
«La nueva pleamar filosófica», escribió Ortega y Gasset en el diario argentino La Nación, «revela que un nuevo tipo de hombre inicia su dominación. Yo he procurado reiteradamente y desde distintas vertientes sugerir su perfil: es el hombre para quien la vida tiene un sentido deportivo y festivo». Si no me engaño, este audaz mapa de lecturas de Felipe Toro contribuye a entender desde un nuevo punto de vista aquel perfil intuido por Ortega en 1925. Pues el ejercicio crítico desplegado en Atlas no solo aborda un posible cruce entre deporte y letras hispanoamericanas, sino que corre paralelo al colapso histórico consumado en 1940. Por lo demás, la utilería analítica de Toro coincide con la de los mejores ensayistas: sabe ver lo general y lo particular sin perderse en contradicciones, exhibe una prosa clara, tensa y despierta, sabia tanto en la pausa descriptiva como en la duda atenta. Entre sus muchos méritos se cuenta el de convertir la close reading en una especie de cámara lenta. Su efecto es el mismo: un impacto.
En lo esencial, el libro de Toro –docente e investigador en la Pontificia Universidad Católica de Chile– articula dos asombros finiseculares, a partir de los cuales traza su particular cartografía. En primer lugar, descubrimos que la idea de incluir la maratón en el programa de atletismo en los Juegos Olímpicos le fue sugerida al barón Pierre de Coubertin por Michel Bréal, el impulsor de la semántica, esa nueva ciencia de la significación consolidada a finales del siglo XIX. En otras palabras: la maratón –la única carrera a pie en ruta de los Juegos– como fantasía de filólogo. En segundo lugar, asistimos a un atractivo entrelazamiento de olimpismo y escrituras que marca el momento en que la literatura hispanoamericana comenzó a plantearse su modernidad literaria en términos atléticos.
El arco temporal analizado por Toro se abre durante la época de la restauración de los Juegos Olímpicos. Debe recordarse entonces que la primera edición de la era moderna tuvo lugar en Atenas en 1896, poco después de que el barón de Coubertin fundara el Comité Olímpico Internacional. Aunque parezca que siempre han estado aquí, los Juegos son un fenómeno contemporáneo: he ahí la impronta de esos acontecimientos y prácticas que, gobernados por reglas de naturaleza simbólica o ritual, afloraron en especial entre 1870 y 1914, esa encrucijada histórica repleta de aquello que Eric Hobsbawm identificó como «tradiciones inventadas», desde el culto a la bandera en los Estados Unidos a la edición de sellos conmemorativos. El olimpismo no parece ajeno a este clima social y político, atravesado por un angustioso aceleramiento histórico que requirió la inculcación de valores y de ritos mediante los que denotar una automática continuidad con el pasado.
Y, de repente, la cámara crítica de Felipe Toro enfoca, entre los espectadores de este revival olímpico y atlético de Coubertin, a dos figuras fundamentales de la literatura hispanoamericana: Rubén Darío y Horacio Quiroga. Para entonces, «el deporte todavía se llamaba sport». En verdad, el sport fue para Darío, principalmente, una jerga, una semiótica capaz de mediar entre el mundo anglosajón y el mundo hispanoamericano, «contorsiones destinadas a desplazar el eje peninsular del idioma y a multiplicar el repertorio disponible de gestos retóricos». Sin duda, acabaremos entendiendo un poco mejor la labor periodística de Rubén Darío, esa gimnasia del estilo. Las virtudes críticas de Toro sobresalen en su aproximación a Horacio Quiroga: gravitando en torno a la pasión ciclista del autor uruguayo, Toro logra hacer el fidedigno retrato de quien siempre se ocultó tras dos máscaras: la del hombre de acción (como escritor y periodista) y la del letraherido (como ciclista). Apasionante capítulo, además de un merecido elogio de la bicicleta, a la que Quiroga transformó en una especie de máquina solipsista y nietzscheana. Como afirmó Marc Augé, «la bicicleta es un humanismo».
Los casos de Enrique Larreta y Gabriela Mistral culminan el análisis de Toro: mientras Larreta parece estar «disputando, desde Latinoamérica, el patrimonio de Olimpia a los Juegos de Coubertin», Mistral invierte en su poesía la leyenda de Filípides aludiendo al atleta finlandés Paavo Nurmi, al tiempo que levanta un stadium en su escritura, recinto que por esos años se había convertido en uno de los escenarios predilectos de la liturgia totalitaria. Al cabo, la imaginación del deporte ilumina una parcela esencial del canon hispanoamericano en el esclarecedor y amenísimo libro de Felipe Toro. Pero también eleva una reflexión necesaria y, a su modo, nos invita a seguir su línea de pensamiento: por alguna razón, nos acordamos de la isla de W en W o el recuerdo de la infancia de Georges Perec, publicado en 1975. Sin duda esa isla forma parte del mismo mapa que ha trazado el autor de este magnífico Atlas.