Christopher Domínguez Michael
Maiakovski punk y otras figuras del siglo XXI
Taurus
480 páginas
«Los críticos escribimos para dos clases de autores imaginarios, los que podían leernos o aquellos definitivamente que no lo harán», dice Christopher Domínguez Michael (Ciudad de México, 1962) en uno de los artículos, titulado «¿Qué hacer con César Aira?», de este libro de título tan llamativo y que atiende sobre todo a autores y obras de los últimos veinticinco años. Título que parte de su lectura de la novela de Juan Bonilla Prohibido entrar sin pantalones, acerca de la vida del poeta futurista Vladímir Maiakovski, que surgía en estas páginas como un «antihéroe punk», a ojos del crítico mexicano.
Esa afirmación es especialmente interesante en un mundo copado por lo audiovisual y en que los campos que giran en torno a la crítica literaria merecen una mirada que los cuestione. Y es que hoy en día el crítico literario es alguien demasiadas veces acrítico, un comentarista de libros en la prensa complaciente, atado al autobombo de la literatura anglosajona. Su intrascendencia social, unida a la degradación de las universidades de filología y humanidades, vendidas a lo políticamente correcto y hasta a la cultura woke, hace realmente muy pesimista el panorama actual y futuro en nuestro ámbito.
Domínguez Michael, a lo largo de su trayectoria, se ha ido ganando un gran respeto en el mundo de las letras hispanoamericanas con diversas obras que exploran la literatura de la última centuria, sobre todo, y este Maiakovski punk y otras figuras del siglo XXI viene a complementar tales indagaciones ya colocado en nuestro tiempo. Lo hace con un sentido, sí, crítico, que se agradece, si bien en bastantes pasajes tal vez se extienda demasiado en mostrar el mero contenido de los libros que comenta.
Se trata de una reunión de artículos y ensayos que tuvo una primera edición chilena, en el 2020, antes que esta, mexicana, revisada y modificada, y que responde a textos que aparecieron en dos publicaciones. Tras un escrito dedicado a las ruinas de Palmira, siguen una serie de páginas que glosan la andadura de apreciados colegas suyos o de otros autores recientemente desaparecidos. En ese sentido, se muestra admirativo en grado sumo ante el pensamiento y los libros de Juan Goytisolo –cuyos libros no están llamados a perdurar, me atrevería a decir, disintiendo de lo que afirma–, o ante su amigo el «súper poeta» Gonzalo Rojas, si bien sí tiene palabras más punzantes en torno a Benedetti, con su poesía simple y popular y su querencia por la dictadura cubana.
Sea como fuere, el actualmente profesor visitante en la Universidad de Chicago suele demostrar un espíritu despierto y una gran profesionalidad a la hora de encarar la obra de aquellos por los que se interesa. Muy especialmente, ha escrito, como se ve en el libro, sobre autores en lengua española, aunque a mi modo de ver destacando en demasía a algunos de obra con más suerte publicitaria que calidad artística.
En todo caso, siguiendo con el enfoque que apuntábamos al abordar estas páginas, debemos decir que Domínguez Michael equilibra bien sus juicios de valor, expresándose con sinceridad a la hora de hablar de lo más defectuoso de la prosa de Aira, de la decreciente carrera de un componente del grupo del Crack, del arte contemporáneo –muchas veces toda una farsa crematística–, o de lo que él denomina la «decadencia francesa».
En una recopilación tan extensa y con tanta variedad de textos, resulta difícil poner unos en valor frente a otros, y el listado de referencias es en sí mismo jugoso: Piglia, Fumaroli, Parra, Christa Wolf, Lowell, Zurita, Solzhenitsyn, Simos Leys, Bloom, Steiner, Heidegger, Benjamin, Vargas Llosa… Son todos escritos más o menos cortos y para un abanico grande de público, pues el autor hace ameno y claro todo lo que expone, a veces haciendo que se asomen anécdotas personales.
Dice también Domínguez Michael que se ha «opuesto, porque está en mis deberes como crítico literario, a los excesos de los editores, a su necesidad de dar gato por liebre», cuando habla de cómo se ve ahora la obra de Roberto Bolaño. Ahí pone el dedo en la llaga, y sólo se nos ocurre que bien harían adoptar tal premisa todos los que ejercen esta actividad, que debería ser útil para el lector y para la sociedad.