José Antonio Llera
Una danza con los pies atados
Aristas Martínez
192 páginas
POR TONI MONTESINOS

Es 1911, el año en que se establece en el sanatorio suizo de Davos junto a su esposa, que se encontraba enferma, tal vez la etapa decisiva en la vida de Thomas Mann, el punto de inflexión en su trayectoria literaria. Aquella visita a un lugar aislado, en medio del espectáculo que ofrecía la naturaleza salvaje, donde el tiempo parecía detenerse y enfermos de diferentes nacionalidades vivían de espaldas a la realidad del mundo, inspirará un texto que iba a tener ocupado al escritor alemán doce años, La montaña mágica (1924). En este sentido, su traductor Mario Verdaguer, en las «Palabras preliminares» de la vieja edición de Edhasa, aseguró que el propósito de Mann había sido «hacer una obra cuyo tema fuese la seducción de la Muerte y la Enfermedad».

El lector de la obra, enfrentado a esta obra culturalista y voluminosa, podía vivir su propia formación moral e intelectual conversando, junto a Hans Castorp, con el vanidoso erudito Settembrini y el religioso Naphta, enamorándose de madame Clavdia. No era la única obra de Mann de estas características, pues en su relato wagneriano «Tristán», el protagonista (escritor) decidía residir también en un sanatorio. Y es que el motivo del Pabellón de reposo (1944), por decirlo con el título de Camilo José Cela, tiene cierta tradición literaria.

En este relato, se narraba la vida de siete enfermos en un sanatorio para tuberculosos que pasaban las horas lánguidamente. El propio autor gallego dijo de esta su segunda novela que en ella «no pasa nada».​ Pero ¿qué puede ocurrir realmente en cualquier casa de salud, donde parece que el reloj se detiene y se carece de un propósito de vida? Tal cosa recrea José Antonio Llera (Badajoz, 1971) en Una danza con los pies atados: expresión tomada del poemario Hierba respirada (2018), de Anxo Pastor, que ya refleja esa mezcla de estatismo de un lugar hospitalario y la inercia humana de seguir en movimiento, de sobrevivir. En sus páginas, un grupo de personajes muy extravagantes desenmascaran sus vivencias y pensamientos, y lo mejor en torno a ello es el estilo del autor: «Antes de la medianoche, miro al río, miro desde el puente tus ojos de ahogada, hija, y el olvido se hincha como la madera, y la madera se clava en las costillas y en las palancas del mundo (el mundo es un enfermo que se lo hace encima, ¿lo sabías?)», se lee al inicio.

La potencia de la prosa de Llera, profesor de Literatura Española en la Universidad Autónoma de Madrid, procede de su pulsión poética: ha publicado seis libros de poesía desde 1999, y cuenta con otro escrito que evoca más trasfondo de sanatorio, tal es el dietario Cuidados paliativos (2017). En el caso de Una danza con los pies atados, el texto se enriquece con puntos de vista narrativos diversos o monólogos interiores, a lo que se añade algún dibujo, alguna fotografía, y recursos textuales a modo epistolar o como diario. Así se manifiestan un viejo anarquista y su hija Magdalena, que lo visita de tanto en tanto, por ejemplo, entre otros antihéroes que ocupan el Manicomio del Carmen, entre barrotes de hierro, gramófonos que repiten la misma canción o electrodos que tratan de apaciguar a los pacientes.

Pero tal apaciguamiento será interior, demente, hasta poético: «Me calmo dando gritos y oigo un portón que se cierra a golpe de cerrojo, y un gallo, ahora lo siento, que me picotea el glande, que se espesa en su galladura, eso será, lo oigo hasta que sangro (él o yo, no lo sé), toda la mañana». La voz del padre que habla dice haber «existido en el reino de los ahogados», de lo cual el manicomio es tanto un precedente como una continuación, y que está regentado por monjas, como sor Anunciación, incapaces de vislumbrar el dolor que desgarra a cada uno de los internos. De modo que es un lugar del que, indefectiblemente, se desearía escapar, como se cuenta en el capítulo 4 en torno a un malogrado intento de fuga.

Asimismo, destacará el soliloquio de un psiquiatra que se pregunta cómo ha acabado trabajando en el sanatorio y que recuerda sus años de formación en Madrid, en la Residencia de Estudiantes. Y el de Magdalena, que se sueña ave hasta llegar donde tienen encerrado a su padre, y todo a lo largo de una narración en que, a efectos de la acción, «no pasa nada» pero sin embargo se yergue todo un mundo infinito: mental, doloroso y pleno de incertidumbres.