José Ovejero
Vibración
Galaxia Gutenberg
368 páginas
«Escribir es detenerse a medio camino
para oír cantar a un pájaro que no existe».
Elena Garro
José Ovejero (Madrid, 1958) es un escritor comprometido. Explora las diferentes aristas de la verdad –es demasiado inteligente como para conformarse con una sola–, mientras se cuela elegantemente por entre las rendijas de sus personajes como si fuera de aire o de agua. Como una emanación, como un ectoplasma. Se detiene, observa el vacío, y se adentra en lo más profundo de la condición humana con una visión desprovista de sentencias que consigue reconducir la mirada del lector hacia sus contradicciones fundamentales. Ovejero denuncia, interpela, resuena, en una suerte de estudio sociológico inmersivo que eclosiona en diferencias sociales y antropológicas. Se sacude, palpita, vibra.
Vibración es una novela poliédrica que convoca a los vivos y a sus espectros. Está poblada por habitantes que no están muertos, pero a veces sienten que lo están: «Los fantasmas, si existiesen, también se sentirían así: por un lado serían conscientes de los movimientos de su cuerpo, ese pie que avanza, esa mano que se levanta, y también de que tenían una voz aunque no siempre pudieran escucharla los vivos, sentirían la propia existencia, que ocupaban un espacio, que estaban; y al mismo tiempo el vacío por dentro del cuerpo y ese entumecimiento de los miembros…».
Tres adolescentes que combaten su soledad y su desesperanza en un cementerio donde se encuentran cada noche, una mujer que pareciera querer borrarse las palmas de las manos restregándose con la parte verde, dura, del estropajo; un hombre que recuerda el minuto exacto en que dejó de ser niño, otro que retornó al pueblo creyendo que no le debe nada. Chicos que llevan brazaletes con la bandera española y símbolos nazis, una niña que percibe una vibración que emana desde algún lugar y que la une con la tierra, con el pasado, con la historia de este pueblo en donde hay una central nuclear abandonada antes de haber estado en funcionamiento, una ciudad vacacional muerta antes de nacer, una necrópolis sumergida que solo aflora del pantano en tiempos de sequía y los ecos de un campo de prisioneros en el aire denso, viciado, del tiempo detenido.
Hay lugares que son ruina antes de llegar a ser algo. Territorios, como este pueblo, que han sido atravesados por la historia como si le dieran la espalda, pero que ahora parecen un western con códigos propios: una especie de película postapocalíptica en la que podrían aparecer personajes tan improbables como Terminator, John Wayne o Pedro Páramo, como en tantos pueblos de la España saqueada y vaciada. Capas de historia cruda, ácida, alucinatoria, que van entrando en resonancia y hacen fricción en esta inmensa novela geológica, escrita por sustratos, donde la vibración se amplifica con consideraciones como esta: «Los ricos solo conocen lo suave; los pobres, lo áspero. Es áspero el jersey y es áspera la camisa del pobre…» y un poco más adelante: «… qué aspereza la del montón de heno sobre el que descubres el amor, que ya no podrás separar del olor a establo y quizá por eso te parezca algo sucio…».
Esta no es una novela para desentenderse del mundo, sino para cuestionárselo: «Aunque él quería salir de ahí, viajar, tener encuentros inesperados y emocionantes, al mismo tiempo sentía que el pueblo tiraba de él, lo succionaba. Era como si todos estuviesen sumergidos en el pantano, en un mundo que nadie veía, un pantano lleno de algas que se te enredaban en los pies y te impedían salir a superficie». Ovejero exige del lector un pacto, un compromiso, y tiene una forma esencialmente lírica de habitar las páginas que escribe. En cada capítulo arriesga, exige, está en ebullición. Algunos parecen letanías o rezos, a otros los atraviesa una estructura que se acerca al ensayo, al cuento o al poema. Toca ingeniárselas para no quemarse con tanta rabia contenida, pero también con cada destello de ternura. Cada capítulo es como el inicio de una historia diferente, y cada historia se podría convertir en una novela donde tan importante como lo que se dice es lo que se omite. Esta narración está sostenida entre silencios. Silencios que vibran. Omisiones que son latidos y una represión que regresa en forma de perro rabioso para rasgar con sus colmillos afilados y no soltar, en capítulos tan duros como «Origen» o «Guijarros», que se leen como si dentro del pecho apretaran el corazón y lo retorcieran con las dos manos.
Los lugares se quedan con la vibración de quien los ha habitado. Esta novela también.