Para participar es requisito mínimo confiar en los jurados desde antes (no magnificarlos cuando nos premian y denigrarlos cuando nos desechan); por eso es conveniente que los nombres de los jurados se conozcan de antemano, aunque este bien conlleve su mal: que al saberse sus nombres los jurados se vean sometidos a presiones externas. Un concursante novato debe, de todos modos, moderar las ilusiones. Debe tener en cuenta que su obra no siempre será leída con toda la atención que merece, que el azar influye mucho en cualquier decisión, que los talentos nuevos, diferentes, son más difíciles de reconocer y distinguir. Si va a participar que lo haga sin ilusiones, con frialdad y distancia, casi sin esperanzas. Y para participar con frialdad y distancia lo mejor es que sepa cómo suelen ser los jurados.
Comparto mi experiencia personal: los jurados suelen ser de tres tipos y estos tres obedecen a un patrón constante. Hay un personaje acucioso y metódico que se ha leído uno por uno los ochocientos setenta y cuatro cuentos enviados, las veintiocho novelas, los mil quinientos veintiséis poemas y les ha hecho anotaciones al margen, reseña crítica a cada uno en un cuaderno aparte, les ha puesto calificación de uno a diez e incluso les ha corregido la gramática y la ortografía. Otro jurado, un poco menos prolijo y cuidadoso, ha leído con desgano la mayoría de las obras (algunas sólo hasta el tercer párrafo porque «uno no tiene que comerse todo el huevo para saber que está podrido») y ha escogido y separado un grupito de las que le gustan especialmente; su selección está en desorden, con las hojas trabadas, el papel salpicado de café, manchado de ceniza de cigarrillo y untado de yema de huevo, pero al menos hay dos o tres poemas, cuentos o novelas que defenderá hasta la sangre. El tercer tipo, casi siempre, no ha leído nada hasta tres días antes del fallo. Entre las brumas del alcohol de antier ha recordado con remordimiento su dura tarea, ha llamado a enterarse de los finalistas de los otros dos y, finalmente, ha leído algunos de ellos para saber qué pensar. Por una gripe repentina, una terrible calamidad doméstica, un orzuelo, se disculpa de presentarse el día del fallo (al menos su ignorancia no será demasiado evidente) y sólo pide que le consulten por teléfono el nombre de los ganadores a ver si está de acuerdo. La ventaja es que siempre está de acuerdo.
El acucioso, el sucio, el perezoso. Ésos son los prototipos de cualquier jurado; que, además —no se olvide—, son tipos a los que les da sueño, se distraen, odian algunas palabras, algunos temas, no carecen de fobias estilísticas, tienen manías, hijos pequeños o hijas drogadictas, esposas sumisas, amantes opresivas… Y todo, todo influye en el momento de seleccionar las obras ganadoras. Hasta la hora en que el libro cae en sus manos; hasta la dieta; hasta la digestión.
Otra confesión que tal vez les pueda servir a los escritores novatos que van a participar en concursos. Según mi experiencia, si hubo colegas jurados que escogieron y premiaron a sus amigos en los concursos en que fui inquisidor, no me percaté de ello, y más bien podría atestiguar lo contrario: casi siempre los jurados resultan enemigos cuando califican las obras de sus amigos. El riesgo más grave es otro: que los jurados bloqueen alguna obra que sospechan que es de un enemigo. Quiero decir que entre los jurados poco se da el amiguismo; mucho más el enemiguismo. Y esto es natural entre los miembros de una profesión que despierta más envidias que amores.
Termino. Lo mejor que tiene ganarse algunos concursos literarios es que uno no tiene que volver a participar ya nunca más en concursos literarios. Pero, si existen otras opciones para publicar y alcanzar algún renombre (el renombre es lo que permite publicar sin tenerse que ganar ningún premio) que no sean los concursos, aconsejo esas otras opciones. Si hay otra opción para ganarse la vida que no sea siendo jurado de concursos, aconsejo esa otra opción. Es mejor permanecer alejados de las justas literarias como jurado y como concursante. Lo confiesa alguien que ha sido participante ganador (pocas veces) y perdedor (casi siempre); el mismo que ha sido jurado justo (casi siempre) e injusto (algunas tristes e irredimibles veces). El mismo que ha fundado un par de premios literarios y casi nunca está de acuerdo con los que ganan ni con los que pierden.
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