Juan Tallón
El mejor del mundo
Anagrama
288 páginas
Raro es el escritor que en cada entrega adopta un estilo literario diferente, adecuado a la estructura narrativa de la nueva obra, en lo que pareciera una obsesión por la renovación continua y en un intento por alejarse de la imagen del escritor centrado en una sola o en pocas obsesiones. En Juan Tallón (Viladerbós, Ourense, 1975) hallamos esa característica extraña. Va ya por su noveno libro teniendo en cuenta no sólo los publicados en castellano, sino también los cinco editados en gallego, estos de variada intención. Desde un estudio de las cartas de Manuel Murguía -marido de Rosalía de Castro-, a un trabajo reivindicativo de Jacinto Santiago, nacido en Viladerbós, maestro y periodista y militante del Partido Republicano Radical Socialista y que murió de un ataque al corazón en 1936, instantes antes de ser fusilado. Cada uno de estos libros adopta unas características muy distintas entre uno y otro. Así, las diferentes voces que componen ese libro de extrema construcción coral que es Rewind comparándolo con su siguiente entrega, la celebrada Obra maestra, una incursión con visos alucinógenos escrita como una crónica novelada de la desaparición de una escultura de Richard Serra de treinta y ocho toneladas que el Museo Reina Sofía había encargado al artista norteamericano en un almacén de Arganda del Rey. Luego de esta estupenda crónica novelada, Tallón se descuelga con una novela El mejor del mundo, donde indaga en universos paralelos, en un juego de desdoblamientos que puede recordar a la película Cómo ser John Malcovich, de Spike Jonze y que si nos remitimos a nuestro cine, a La vida en un hilo, de Edgar Neville, adaptación de la obra teatral del mismo título y donde una inspirada Conchita Montes interpreta a una mujer, Mercedes que, por coger un taxi al azar de los que se le presentan, en vez de casarse con un escultor con el que haría una pareja perfecta y maravillosa, termina casándose con un ingeniero de provincias de vida estable, conservadora y aburrida. El destino, azaroso depende de un taxi como en la película de Woody Allen, Match Point, depende del lado de dónde cae la pelota de tenis. En la novela de Tallón ese universo paralelo se resuelve de manera más misteriosa aún si cabe pues acontece cuando un empresario español, Antonio Hitler, fabricante de ataúdes realiza una gran operación empresarial en México, vendiendo para los muy ricos su famoso ataúd Apolo y lo celebra con sus nuevos socios a lo largo de una noche de excesos donde es posible que haya matado a un hombre debido a la excitación que le produce saber que por fin ha triunfado: «no importa si en algún momento tuvo que hacer algo demasiado terrible para llegar hasta ahí, algo escalofriante, inenarrable, que, de vez en cuando, aún sin querer recuerda, pero se perdona a sí mismo».
De regreso de esa operación en México vuelve a su pueblo gallego, Viladerbós, se acuesta en la cama de su casa y no es hasta el día siguiente que cae en la cuenta de que aunque parece que todo sigue igual, todo es distinto porque el que ha cambiado ha sido él y, por tanto, su destino. Este argumento que al principio se me antojaba de una resolución tan compleja casi como el En Nadar-dos pájaros, la novela laberíntica de Flann O´Brien, Juan Tallón lo resuelve, aunque deja un final abierto, con escenas que resultan ser el otro lado del espejo de su vida anterior. Así, el libro finaliza en un bucle, cuando Antonio regresa al mismo lugar de aquella noche mexicana donde abrió una puerta con una manija casi mágica, «cierra los ojos, cuenta hasta tres, baja la manija y empuja la puerta; al abrirlos es como si de golpe la electricidad volviese después de un apagón».
El autor se muestra en esta novela con un dominio absoluto de los tiempos narrativos, conformando entre los dos Antonios una suerte de acontecimientos paralelos donde ejercer su enorme ironía: «La sorpresa, hasta que ya deja de ser sorpresa alcanza a los siguientes libros que coge, uno de Linda Gin, uno de Violeta Griffon, uno de Alfredo Conde, que al menos es alguien que le suena. No da crédito». Es en pasajes así donde el autor brilla con intensidad.