POR MARÍA BLANCO CONDE

La intención de este estudio es dar a conocer un reciente hallazgo documental gráfico en uno de los depósitos de la Biblioteca Hispánica de la AECID.  Se trata del Plano del Pueblo de La Candelaria que, durante el siglo XVII y hasta la expulsión de la Compañía de Jesús[i] (1767) por orden del rey Carlos III de España, fue la capital de las reducciones o «doctrinas» jesuíticas guaraníes. Nuestra Señora de La Candelaria era la «polis ideal», una planta trazada en retícula ortogonal ideada en la antigüedad clásica por Hipódamo de Mileto. Fue la misión erigida en la capital de los treinta poblados que integraban la mal llamada «República jesuítica», cuya fundación data de 1604 por el P. Diego de Torres Bollo. Unos poblados que siempre se levantaban cerca de los ríos y con unas determinadas condiciones topográficas y climáticas que enumera un destacado misionero cartógrafo jesuita de la época y buen conocedor de aquellos terrenos, el Padre José Cardiel[ii].

El Plano de La Candelaria representa la población que fue la capital de las misiones jesuíticas guaraníes del Virreinato del Río de la Plata, una extensísima provincia que está situada en los actuales territorios de Argentina, Paraguay, Uruguay, Brasil, Bolivia oriental e, inicialmente, una parte de Chile. La intencionalidad de los jesuitas y su posible simbolismo al crear el modelo de ciudad utópica o Ciudad de Dios tiene sus precedentes: desde la Utopía de Tomás Moro (1516) a La República (380 a.C.) de Platón.

El plano, de orientación horizontal, mide 51,7x75cm. Está dibujado a mano con acuarela y tinta sobre papel verjurado. Consta, además, al dorso y adherido con cola al papel, de un Mapa Geógrafo del Teatro de la Guerra entre España y Francia, publicado en Madrid 1793, y otro de las Islas Filipinas, estampados al aguafuerte y de la misma época. Este hecho nos hace pensar en la hipótesis de que, al incluir estos tres documentos, su procedencia inicial sea la de un viajero que hiciera la ruta en el llamado galeón de Manila, que cada primavera partía desde España en busca de todo tipo de mercancías, entre las que se incluían objetos de lujo demandados por las clases altas de la sociedad. Esta Flota de Indias llevaba a menudo religiosos de distintas órdenes que iban a las misiones de ultramar para evangelizar por mandato de sus superiores. Dentro de las distintas órdenes religiosas, los franciscanos, mercedarios, capuchinos, dominicos y agustinos gozaron de una mayor influencia en Filipinas, pero fueron los jesuitas, desde su llegada a América en 1585, quienes sobresalieron sobre las demás hasta su expulsión de España por parte de Carlos III en 1767[iii].

El plano aparece enmarcado perimetralmente con una orla laureada neoclásica de finales de la época de Carlos III. La misión simula estar rodeada de una superficie arbolada, vegetal y con pequeñas elevaciones. En la parte superior, dos cartelas que enmarcan el edificio ‒dibujado en el centro‒ de la iglesia y anexos. En el primero, situado en la esquina superior derecha, una cartela sostenida por dos angelitos muestra una inscripción en guaraní y en castellano: «Tumpa ci Candelaria Reta / Pueblo de la Candelaria». En el segundo, situado en la esquina superior izquierda, otra más sencilla enmarca un texto manuscrito en dos lenguas y a dos tintas: sanguina para el guaraní y negra para la traducción en castellano, que incluye la numeración arábiga que identifica los lugares representados:

  1. Tumparog – Iglesia
  2. Teongue – Cementerio
  3. Payog – Casa de los Padres
  4. Corá – Patio
  5. Aba apohara Cora – Patio de las Oficinas
  6. Corapi – Huerta
  7. Ocárucu – Plaza
  8. Tumparog miri Teongue reheguara – Capilla a donde se llevan los difuntos
  9. Cotiguazu – Casa de Recogidas.

 

En primer lugar, la iglesia, de tres naves, con cubierta de teja a dos aguas, presenta una fachada con triple arcada de medio punto, la central mayor que las laterales, que simbolizan la Trinidad y tres puertas. En la parte izquierda del templo, separado del mismo ‒como solía ser su costumbre‒, una torre que remata en campanario cuyo dibujo deja ver la escalera interior. Esta edificación incluye la Casa de los Padres, un patio, el huerto y, por último, el cementerio A su lado, una construcción independiente: la Casa de Recogidas. Ya en la parte central del plano se sitúa la plaza, cerrada y flanqueada por cuatro cruceros, más otro de mayor tamaño rematado con una imagen de la Virgen que a menudo se utilizaba para celebrar fiestas y procesiones. Dispuestas simétricamente y en paralelo, se sitúan las edificaciones ‒todas idénticamente rectangulares‒, rodeadas por vegetación y con tejado a dos aguas, con lo que la plaza queda cerrada por estas barracas destinadas a las viviendas de los indígenas, en perfecto orden y cuya disposición crea entre ellas calles absolutamente rectas. Frente a la fachada de la iglesia y separadas por la plaza, dos capillas «a donde se llevan los difuntos», que se diferencian de las viviendas por estar rematadas con unas pequeñas torres con cruz.

En cuanto a las fuentes documentales sobre la arquitectura urbanística de estas misiones jesuíticas, destacamos como principal la aportación del que fuera geógrafo, naturalista y cartógrafo en aquella región, el misionero Padre Cardiel, que a través de sus escritos dio a conocer el estado de estos pueblos. La crónica y descripción que lleva a cabo en uno de sus trabajos realizados ya durante su exilio en Italia, supone uno de los más completos compendios sobre la vida en las famosas reducciones jesuíticas del Paraguay. Acerca del trazado urbano señala:

«Todas las calles están derechas a cordel, y tienen de ancho diez y seis o diez y ocho varas. Todas las casas tienen soportales de tres varas de ancho o más, de manera que cuando llueve, se puede andar por todas partes sin mojarse, excepto   al atravesar de una calle a otra. Todas las casas de los indios son también   uniformes: ni hay una más alta que otra, ni más ancha o larga; y cada casa consiste en un aposento de siete varas en cuadro como los de nuestros colegios, sin más alcoba, cocina ni retrete. En él está el marido con la mujer y sus hijos: y alguna vez el hijo mozo con su mujer, acompañando a su padre. Todos duermen   en hamaca, no en cuja, cama o suelo. Hamaca es una red de algodón, de cuatro o cinco varas de largo, que cuelgan por las puntas de dos largas estacas, o pilares, o de los ángulos de la pared, levantada como tres cuartas o media vara de la tierra: y les sirve también en lugar de silla para sentarse o conversar. Y es cosa tan cómoda, que muchos españoles, aun de conveniencias, las usan. Si es verano,   es cosa fresca. Si hace frío, ponen encima de ella alguna ropa. En este aposento hacen sus alcobas con esteras para dormir con decencia. No quieren aposento mayor para toda su familia, ni aun para dos. Gustan mucho de lo pequeño y          humilde. Nunca se pasean por el aposento. Siempre están sentados o en su hamaca o en una sillita (que siempre las hacen muy chicas), o en el suelo, que es lo más ordinario, o en cuclillas. Si a ellos los dejan, no hacen más que un         aposento de paredes de palos, cañas y barro como un jeme de anchas, con cuatro horcones más recios a los cuatro lados para mantener el techo, y cubiertas de paja; y de capacidad no más que cinco varas en cuadro. De esto gustan mucho: y en sus sementeras todas las tienen así: que además de la casa del pueblo, tienen otras en sus tierras. La del pueblo es de paredes de tres cuartas o vara de ancho, de piedra o de adobes: y los pilares de los soportales también de piedra; y de una solo cada uno en muchas partes; y todas cubiertas de teja. Estas se las han hecho hacer así los Padres, por meterles en mayor cultura, de que hay Cédulas Reales; que, por su genio, no hicieran más que la de paja. Y en el pueblo de la Santísima Trinidad, son las casas de piedra de sillería, de piedras grandes, labradas en            cuadro: y los soportales, de arcos de la misma piedra y labor. Y encima de cada puerta hay alguna piedra laboreada con alguna flor por ser piedra blanda, fácil de labrar. Los demás pueblos que hay en el Paraguay y otras partes a cargo de clérigos u otros religiosos, son de casas de paja y paredes de barro y palos, como    las de las sementeras de nuestros indios.