Cuando el sol se eleva sobre el horizonte, se dice más adelante, canta para las criaturas, disipando la oscuridad y el temor. Quien sabe esto está libre de miedos y de sombras, pues el aliento vital que sostiene la vida y el sol de allá arriba son una misma cosa. Si éste es cálido, aquél también. Por eso se venera a ambos. La inspiración y la expiración son el canto que se funda en la sílaba sagrada. Tras añadir que uno puede refugiarse en el canto, en el poeta que compuso sus versos o en el dios al que van dirigidos (protegerse con el tono, las palabras o su destino), se añade otra genealogía de la sílaba sagrada. «Hubo un tiempo en el que los dioses, temerosos de la muerte, se refugiaron en el conocimiento triple. Se escudaron en el metro de los versos: por eso sus estrofas se llaman chandas (de la raíz sánscrita chad, cubrir). La muerte los sorprendió allí, como a pez en el agua, agazapados tras los versos, melodías y fórmulas mágicas. Al verse descubiertos, se alzaron sobre las estrofas, su música y encantamientos, y penetraron en la entraña del sonido. De ahí que al final de un verso, una melodía o una frase, se diga «Oṃ». Una sílaba rotunda e inmortal. Penetrando en ella, los dioses conjuraron sus miedos. «Quien la pronuncia, consciente y sin temor, comparte la inmortalidad con los dioses que habitan en ella» (Ch.U. 4. 1-5). El canto y las palabras que lo componen son una protección, pero más seguro es el refugio en la entraña misma del sonido, que es Oṃ.

Tanto el control de la respiración como la pronunciación y audición de la sílaba Oṃ constituyen un acceso a bráhman. La Māṇḍūkya se inicia con una reflexión sobre los cuatro elementos que componen la sílaba: los tres fonemas A, U, M y el conjunto de ellos. La sílaba sagrada se identifica con toda la creación, con bráhman y ātman. Los tres fonemas se corresponden a su vez con los tres mundos que constituyen el universo védico y con los tres estados de conciencia: vigilia, sueño y sueño profundo. A ellos se añade un cuarto, inefable e impensable, mokṣa. Algunos comentadores posteriores como Saṃkara asociaron esos cuatro elementos con las cuatro eras cósmicas. Todas estas razones hacen que la sílaba sirva de enlace o puente entre este mundo y otros ámbitos de existencia. Desde muy antiguo, la contemplación auditiva ocupa un papel importante en las técnicas meditativas de la India. Uno es el ātman, el que experimenta los tres estados de conciencia, pero sólo se experimenta la liberación si se logra trascender esos tres. Con ello se constata la secreta unidad de todas las cosas y se sugiere que la aparente multiplicidad y diversidad del mundo es una ilusión creada por una conciencia sin desarrollar o poco evolucionada. Empieza a atisbarse aquí la importancia de la experimentación con el propio cuerpo, mediante prácticas basadas en la contención y el ardor interno. Un enfoque que se inscribe de lleno en una metafísica del cuerpo vivo, que podemos llamar, a falta de encontrar un término mejor, «fisiología metafísica». Una trasformación del propio cuerpo que aspira a convertirlo en cuerpo cósmico (de acuerdo con las correspondencias entre microcosmos y macrocosmos), en el que las venas, las arterias y los órganos de la sensibilidad se encuentran supeditados a otros centros de energía interna que albergan fuerzas cósmicas o divinas. Una fisiología sutil que, poco a poco, irá ocupando el lugar del ritualismo sacrificial y que culminará en la tradición del yoga.

 

CORRESPONDENCIAS OCULTAS

Según la Bṛhadāraṇyaka, para algunos, brahman es el habla, para otros, el aliento vital, el ojo, la mente y el corazón, pero en realidad es el sostén último de todos estos fenómenos. Aunque ciertos pasajes lo asocian con el poder inherente de la entonación de los salmos (el sonido sagrado), su significado, con frecuencia, se amplía al de una energía cósmica inherente a todo lo creado, que impregna el espacio y el tiempo e impulsa la evolución del mundo. La afinidad entre brahman y el lenguaje sagrado confirió a la pronunciación de las sílabas un carácter teúrgico y las letras del alfabeto sánscrito pasaron a personificar diferentes aspectos del cosmos. Algunos himnos védicos conciben el universo primordial como sonido puro. Antes de la luz y la materia, el sonido habitaba y configuraba el espacio, se hacía sitio. El sonido precursor de la luz, la música madre de la astronomía y la biología: estamos hechos de armonías, por eso la música nos conmueve. ¿No habría de ser entonces oral esta tradición de pensamiento? ¿No habría de descansar en dicha transmisión sonora la esencia de su entendimiento del mundo? El habla (vāc) no es meramente un principio de inteligibilidad, sino el proceso mediante el cual el mundo se hace inteligible (y en este sentido es pariente del logos griego). Y se dirá que vāc es, al mismo tiempo, el hablante, la palabra, lo nombrado y el receptor del significado. Siendo además la herramienta indispensable que permite conocer los textos de la tradición, los antiguos relatos y ritos y las diferentes ciencias. Sin ella no podría distinguirse el bien del mal, la verdad de la falsedad, lo justo de lo injusto.[1]

El habla es una diosa que hace sabios a los hombres. La vía entre el Uno (brahman) y la diversidad del mundo se establece a través la sílaba Om. Del mismo modo que todas las hojas se juntan en el tallo, todos los sonidos, todas las palabras, se funden en esta sílaba sagrada. Vāc es la «palabra original», de ahí que pueda ser, al mismo tiempo, el hablante, la palabra que nombra, el significado de la palabra, el objeto nombrado y el receptor del significado. La Kena-upaniṣad se inicia preguntando: «¿Impulsada por quién se cierne la mente sobre su objeto? ¿Dirigido por quién brota el primer respiro? ¿Incitados por quién pronunciamos estas palabras?» Y la Chāndogya añade: «El habla es la esencia del hombre, el verso (védico) es la esencia del habla. […] El habla y el aire vital forman una pareja, cuando se acoplan en la sílaba Om, los dos satisfacen su mutuo deseo».

Esa correspondencia entre la estructura del mundo y la estructura de la mente, que se sirve del lenguaje para diversificar y unificar, se encuentra relacionada con otra idea de importancia cosmogónica: la identificación del sacrificio con el sacrificador y la víctima. Ya en los himnos tardíos del Ṛgveda tomó forma la idea de que el universo había surgido de un sacrificio primordial. De ese sacrificio primordial, surge el tiempo; de él, los seres vivos y con ellos, los ritos y los metros poéticos que harán posible la reintegración a la unidad original. Encontramos aquí una de las primeras manifestaciones del vínculo secreto que ata la creación del mundo con la liberación del individuo. La celebración periódica del ritual del sacrificio es, al mismo tiempo, la regeneración y la revitalización de las energías cósmicas, constituyendo la oportunidad para la reintegración a la unidad original. La idea de la regeneración cíclica del tiempo y del regreso periódico de todas las formas a un origen indiviso, permite contrarrestar la erosión de la existencia, el cansancio metafísico cuyo devenir va agotando la sustancia ontológica. De este modo, se recupera el entusiasmo de lo potencial frente a la melancolía de lo realizado.

 

DESARROLLOS POSTERIORES

La idea del poder creador de la palabra será desarrollada posteriormente y encontrará su máxima refinación en el śivaísmo de Cachemira. La idea central es que la palabra es la medida del mundo. Todavía no hemos llegado a las concepciones modernas de la medida, en las que el metro y el segundo se convierten en la regla del espacio-tiempo. La vibración luminosa original (suscita una imagen y vibra cuando se la pronuncia), pura energía sonora, extremadamente sutil, da paso a la manifestación del mundo. Las cosas del mundo provienen del sonido luminoso de la palabra. No sólo los seres conscientes, también las plantas y los minerales, o cualquier otra cosa, por nimia que sea, que se manifieste en el cosmos. No estamos ante un logos ordenador, el asunto de la creación tiene aquí un fuerte componente mágico y energético, musical, si se quiere. Por eso es posible la sintonía, resonar con el otro y con el mundo, componer entre maestro y discípulo una melodía armónica. Toda la erótica de la trasmisión del conocimiento se encuentra aquí presente. Además, ese magnetismo natural hace que unas cosas se asocien unas con otras, se unan en una causa común y generadora, cuando son capaces de compartir o armonizar una misma vibración.

La condición sonora de lo manifiesto es la principal contribución de la cultura védica a las civilizaciones del mundo. Es posible que los pitagóricos se inspiraran en ella, no lo podemos saber. Con el tiempo, la palabra sagrada se convierte en la síntesis, la píldora dorada, entre la inmensa diversidad de lo creado. Es material e inmaterial al mismo tiempo (o de una materialidad tan sutil que admite esa última calificación). Se puede escuchar pero no se puede asir. Vuela como el viento y alcanza todos los rincones del mundo. Puede manifestarse en el canto, en la orden del soberano, en la oración del devoto y en el concepto del filósofo, pero está también muda en todas las cosas, en el sonido del viento y el crecimiento de la planta, en el fruto del árbol y en la esperanza del desdichado.

 

 

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Total
2
Shares