POR JUAN ARNAU

Entre los dioses me muevo, guío al soma,

el elixir fecundo,

y soy quien acapara los dominios,

la reina que reúne las riquezas.

Muchos son los lugares, infinitos,

que los dioses me asignan, incontables

los símbolos e imágenes

en los que puedes verme, muchas son

las moradas que habito.

Ṛgveda, 10.125

 

La idea del origen del mundo como la vibración sonora es uno de los fundamentos del pensamiento védico. El Ṛgveda dedica algunos himnos a la palabra original, de los cuales el más célebre es el 125 del libro décimo. Allí se dice que todos los seres residen en la palabra, aunque pocos alcancen a saberlo. Y se añade que los sabios encuentran en la palabra su luz y su alimento. «A mis amados hago poderosos, y doy sabiduría al perspicaz». La palabra crea contradicciones, pero éstas sólo confunden a los hombres desatentos. La palabra ha nacido pura en las aguas primordiales, y, desde esas aguas, ha llegado al seno de cuanto alienta y está vivo. Palabra y vida son una misma cosa. La palabra tiene además una dimensión cósmica, se encuentra entrelazada con la estructura misma del universo: «he penetrado en el espacio azul y circundado la Tierra, he puesto al Padre en la cúspide misma del mundo». Y el himno concluye:

Ululo, como el viento, en toda forma.

designo cada tiempo y su lugar,

de toda vida y soplo me hago dueña,

en el cielo, en la tierra y más allá.

¡Quién sabe dónde llega mi grandeza!

 

Desde la perspectiva védica la palabra (vāc), que es voz y grafía, es energía creadora (śakti). Pero su cualidad sonora es la que la convierte en fuerza que impulsa y sostiene el universo, pues es eco de la vibración primordial cuya difusión crea gradualmente las cosas de este mundo. Mientras que la palabra escrita es el cadáver o sedimento de aquella vibración creadora original. Por eso, se dice que todo lo que está vivo posee una vibración interna que rememora aquel origen. Y los sabios son aquellos que salen a la caza, expectantes, de esa vibración fósil que yace en todo lo vivo, pues están convencidos de que es posible escuchar el «sentido» de la naturaleza.

Las metáforas visuales y los matices de luz son inferiores en la tradición védica a los del sonido. La palabra original hace el oído que la escucha y la imagen que suscita. De esa vibración surge la creación y en ella será reabsorbida. Un camino de ida y vuelta. Por eso, el acto creativo es, sobre todo, pronunciación sonora; y la entonación, una ciencia. Cuando el sacerdote entona el Canto Alto reproduce ese gesto original, y la palabra es, al mismo tiempo, la conciencia, el aliento vital y la energía que recorre el mundo natural. Todo su recorrido, toda su evolución es humana y cósmica. Ocurre en el seno mismo de la criatura y en el paisaje que la rodea. De ahí que ambos, criatura y paisaje, puedan sintonizar y armonizarse.

La energía que se mueve en el interior del cuerpo humano (kuṇḍalinī), que las prácticas del yoga y del tantra intentan despertar, es precisamente una energía fónica. Los fonemas del sánscrito, la lengua sagrada, junto con su gramática, estructuran el mundo y fungen de umbral hacia la liberación. La gramática no sólo constituye una visión del mundo (darśana), también es una vía soteriológica. La pronunciación de las fórmulas sagradas (mantra) permite abrirse camino en el intrincado mundo de las transformaciones, asediado por la fugacidad y las continuas pérdidas. La palabra sagrada permite, en cierto sentido, situarse en el punto de vista de la eternidad. Pues en la palabra original la forma y el significado se encontraban unidos. Aquella palabra «absoluta» ha evolucionado hasta convertirse en la palabra humana, convencional, donde forma y significado se encuentran disociados. Desandar el camino recorrido por la palabra, que es de la evolución cósmica, es la tarea del sabio. La palabra no sólo es un medio válido de conocimiento, sino que constituye un modo certero de aproximación a lo real. Además, la entonación de la palabra sagrada es uno los dos asideros, junto a la respiración, de la mente, que con frecuencia se compara con un elefante salvaje, tan peligroso como poderoso, cuyo ímpetu puede acabar con la vida del entendimiento.

La especulación en torno al poder mágico de la palabra es un aspecto fundamental tanto del Atharvaveda como del Yajurveda, que contienen numerosas oraciones y fórmulas de carácter mágico para todo tipo de remedios. Y no sólo palabras, también sílabas singulares se encuentran dotadas de ciertos poderes mágicos y trascendentes. También se lista toda una serie de correspondencias entre los diferentes alientos vitales y las diferentes fórmulas, etimologías y sílabas mágicas. Tanto la cosmogonía como la fisiología de la vida se fundan en la palabra.

De hecho, el término que hace referencia a la «forma» de la palabra es el neutro «bráhman», que denota un aspecto fundamental de lo verbal, la fórmula ritual. Esta palabra, en manos del poeta, se encuentra sujeta a estrictas reglas de eufonía. Bráhman es el enigma, la palabra más misteriosa y críptica, la llave que abre todas las puertas. Una palabra inmortal, como el sonido mediante el cual se manifiesta. El acto de nombrar y el acto de ser son, en el origen, la misma cosa. Dar un nombre, en el pensamiento mítico, es dar el ser; percibir es ser percibido. El himno 71 del décimo mandala del Ṛgveda está dedicado a Bhṛhaspati, el señor de la palabra. Cuando emitió en el origen la primera palabra y las cosas recibieron sus nombres, se reveló lo que había en ellas de más puro. Con el tiempo, los sabios abrieron su cuerpo a esa palabra original, la depuraron como se criba el grano, y en su lenguaje se imprimió la belleza. Esa palabra resonaba entonces, como en un concierto, en el interior de los sabios. Y gracias a esa música ha llegado hasta nosotros. «A esos poetas la palabra les abre el cuerpo, como la mujer a su amante». La palabra es el amigo fiel y quien la escucha aprende el camino del rito. Cuando los brahmanes ofician juntos, el aliento de sus voces da su fruto, mientras que los que no han recibido la palabra son incapaces de crear. La palabra ensalza el ánimo y todos se alegran cuando el amigo regresa triunfante del concurso de los oradores. Un sacerdote recita los versos del sacrificio, otro los canta, el tercero ejecuta el rito, mientras el cuarto atiende al cumplimiento de la ley. Otro himno, el 190 de este mismo libro, relata lo que sucedió después. El orden cósmico la verdad (ṛta y satya) nacieron del ardor llameante (tapas) y de ellos nació la noche y el «océano ondulante» del espacio. De éste, nacieron el tiempo y el año con sus días y sus noches. después vino el sol, la luna y las estrellas, el firmamento y el reino de la luz. La luz está presente en la creación original, pero es un efecto del sonido. El Cielo y la Tierra son dos divinidades de origen indoeuropeo que en el Ṛgveda aparecen juntas. Son dioses de carácter benéfico y los poetas celebran su fecundidad y los dones que otorgan. Permanecen separados y firmemente establecidos (6.70) por orden de Varuṇa. Su fecundidad es beneficiosa para el hombre. «Copas enfrentadas», el sabio les rinde homenaje pues sabe que de su enlace nacen los seres y las infinitas cosas e este mundo, destilan miel, gloria y vigor. Cielo y Tierra son nuestro Padre y nuestra Madre, termina diciendo el himno, realizan lo que es bueno y garantizan nuestra riqueza y abundancia.

Ya hemos mencionado que el principio activo de la creación es una vibración sonora. De ahí que algunos pasajes identifiquen a bráhman con Vāc, diosa suprema y, en ocasiones, padre de bráhman. Una energía creativa, femenina, brillante e intuitiva. El péndulo de las filiaciones oscila y no siempre el juego de las identificaciones permite establecer una jerarquía clara. Bṛhaspati aparece como un antiguo soberano que mora en el interior de las cosas, pero siempre hay una porción de la creación que permanece inexpresada. Prajāpati, padre de las criaturas, se unión a la palabra para hacer surgir la creación. Otras veces es su energía y poder internos, y ella es el río de la elocuencia, la mejor de las madres. Puede ser la consorte de un dios o su energía.

 

LA SÍLABA PRIMERA

En las colecciones de himnos védicos encontramos otro término que se refiere tanto al absoluto como al fundamento imperecedero del habla y la creación. Se trata de la sílaba Oṃ, que se define como akṣara. El término hace referencia a lo imperecedero y, al mismo tiempo, a la sílaba ceñida a la métrica del verso: un sonido eterno cuya pronunciación hace posible el ascenso al mundo de los dioses. Según la etimología tradicional, «na kṣarati» es aquello que no es efímero, aquello imperecedero y eterno. De hecho, ya en el Ṛgveda aparece akṣara asociado con la palabra sagrada. El rastro que ha dejado esa palabra original es, de hecho, el mundo manifiesto. En este punto el pensamiento védico exhibe un decidido humanismo. La palabra, y no el hombre, el metro o el minuto, es la verdadera medida de todas las cosas.

En la literatura posterior, sobre todo en las upaniṣad, la importancia de la sílaba OM es incuestionable. «Como hojas ensartadas por un alfiler, así se hallan todas las palabras en OM», dice la Chandogya upaniṣad, y la Maitri concluye con estas palabras: «OM es la forma de éter que habita en el espacio, ella sustenta y alienta el culto a bráhman». OM es el origen del mundo, el estallido original y la morada de los dioses. Por eso se dice que el sonido es eterno (uno de los principios incuestionables del pensamiento védico) y que las sílabas son los átomos del mundo. Pero hay entre ellas una, la primera, la sílaba OM. Es la sílaba eterna (akṣāra) y, paradójicamente, la expresión del brahman inexpresable, la manifestación de lo inmanifiesto. En ella radica la unidad y el poder sagrado del mundo, el canto al unísono de la creación. En ella converge toda la creación, los tres mundos, el de aquí abajo, el aéreo donde habita Indra y otros dioses, y el firmamento. Los tres ámbitos son la expresión del sonido primordial y a él deben su existencia hasta los dioses. Todas las energías y poderes del mundo se concentran en la sílaba OM. Por eso, el adepto, cuando la pronuncia, vibra al unísono con el cosmos. Pues el hombre, el cuerpo y la mente, es también un universo y la sílaba su origen. En ella se afirman las aguas; en las aguas, la tierra; y en la tierra, los mundos. Los tres mundos se encuentran entrelazados, cosidos por la sílaba sagrada, cuya primera manifestación es el espacio (ākāśā), que es el despliegue de su impulso original. de la palabra proceden el viento, el fuego y el sol, los tres vedas.

Puede reconocerse a la sílaba sagrada en el ritmo de la respiración y en el calor que desprende, «como el humo ascendente o el árbol que despliega sus ramas». Así reverdece quien medita y cultiva ese calor interno. La misma Chandogya se inicia con una reflexión sobre esta sílaba, símbolo y origen del Canto Alto. La melodía del canto, que es la esencia última del habla, del agua, de la tierra y de todo lo que vive en ella, tiene su origen en Oṃ. Es esa sílaba se funda la triple ciencia védica y el rito sólo resulta eficaz si se corresponden esas filiaciones. Quien sabe esto ve cumplidos sus deseos.

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