Fernando Castillo
Los años de fuego. Europa. Episodios y personajes. 1914-1991
Renacimiento, Sevilla, 2020
524 páginas, 24.90 €
POR MARIO MARTÍN GIJÓN

 

Si España, hasta la llegada del coronavirus, podía presumir de estar a la cabeza en la recepción mundial de turistas, también su cultura e historia han sido muy acogedoras del extranjero: la figura del hispanista, especialmente anglosajón, pero también holandés, alemán o francés, tiene una larga tradición, y algunos capítulos de nuestra historia han visto su interpretación claramente fijada, muchas veces para bien, por la mirada de fuera. Esa importación no era compensada por una exportación de investigadores españoles sobre otros territorios: muy pocos compatriotas, filólogos o historiadores, han destacado hasta el punto de ser referentes para los nativos de, digamos, Francia, Gran Bretaña, o Estados Unidos.

Por eso, para empezar, es refrescante la obra de Fernando Castillo Cáceres (Madrid, 1953) que, desde hace un par de décadas, viene indagando con solvencia en la historia y cultura de muy diversas naciones europeas, con una especial predilección por Francia, de manera paralela a sus trabajos sobre historia cultural española. Entre esos trabajos, destacan sus obras sobre el París ocupado por los nazis, en libros como Noche y niebla en el París ocupado (2012) o Españoles en París 1940-1944. Constelación literaria durante la Ocupación (2017).

El libro que nos ocupa aquí muestra en toda su amplitud el gran espectro de intereses y conocimientos del autor madrileño, que se mueve con soltura en una historia cultural sin las rigideces de la filología y la historiografía más habituales. Centrada en el amplio tramo de 1914 a 1991, abarca lo que el británico Eric Hobsbawm llamó el «corto siglo xx», y que iría desde el estallido de la Primera Guerra Mundial, pasando por la Revolución soviética y las contrarrevoluciones fascistas que llevarían a la Segunda Guerra Mundial, hasta la larga Guerra Fría que terminó con la caída del Muro de Berlín y dejó paso a un mundo de amenazas mucho más diseminadas y de ideologías menos claramente definidas. De esa última larga etapa de paz armada se ocupa la parte más escasa del libro, pues el grueso de los dieciséis ensayos que lo componen (algunos inéditos hasta ahora, muchos publicados en distinta forma en revistas, libros colectivos o catálogos) se ocupa de lo que historiadores tan distintos como Ernst Nolte o Enzo Traverso han denominado «la guerra civil europea».

El primer panel del tríptico en que se estructura el libro se titula «El comienzo del incendio», que sitúa las semillas de la Segunda Guerra Mundial, como no podía ser de otra forma, en la primera, la Gran Guerra que se quedaría pequeña dos décadas después. La Primera Guerra Mundial que, si alimentó en no pocos excombatientes, desde Ernst Jünger a Adolf Hitler, una nostalgia por la idealizada «experiencia del frente», despertó también toda una ola pacifista, en realidad mayoritaria, que dio lugar, en los dos bandos contendientes, a novelas como El fuego, de Henri Barbusse, o la celebérrima Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque. Menos conocida fue Guerra, de Ludwig Renn, cuyo verdadero nombre era el aristocrático Arnold Friedrich Vieth von Golßenau (1889-1979), sobre el que versa el primer ensayo, «Las armas y las letras de un noble sajón del siglo xx», que reelabora el prólogo de Fernando Castillo a la edición de Guerra hace unos años en la editorial Fórcola. El escritor alemán dejó como testimonio «un relato desapasionado, incluso ponderado» de su experiencia bélica, filtrada por la distancia (se publica en 1928) y por su evolución política: su negativa a disparar a los manifestantes de izquierdas que protestaban contra el finalmente frustrado putsch del ultraderechista Kapp lo terminaría llevando al Partido Comunista Alemán, en el que veía el baluarte más firme contra la contrarrevolución conservadora.

Lo que fue la Gran Guerra para los fascismos italiano y alemán lo fue la guerra del Rif marroquí para los futuros golpistas españoles: escuela de pacifismo para unos, que dio lugar a una tendencia «rehumanizadora» con obras como El blocao, de José Díaz Fernández, o Imán, de un joven Ramón J. Sender, y de belicosidad para otros, desde el Diario de una bandera, del entonces comandante y futuro generalísimo Franco al mucho más valioso estéticamente Tras el águila del César. Elegía del Tercio, de Luys Santa Marina, a cuya «guerra colonial» dedica Fernando Castillo un necesario capítulo, en el cual resalta varias veces lo «original» del estilo (modernismo y barroquismo en llamativa síntesis) de esta rara avis santanderina que fe a fijar su nido en Barcelona, donde fundó, con Max Aub, la revista Azor, y cuyo impetuoso falangismo no le impidió ser amigo de escritores izquierdas, que a su vez lo salvarían durante la guerra civil española. Centrado este ensayo en su libro marroquí, deja con ganas de leer sobre la trayectoria posterior de este escritor al que Aub inmortalizó bajo el nombre de «Luis Salomar» en su saga El laberinto mágico.

En el amplio ensayo «Dos verticalidades enfrentadas. El Madrid moderno y la Sierra de Guadarrama», Castillo trata la llamativa polaridad que suscitó el desarrollo urbano de la capital (con tanto retraso, por otra parte, respecto a otras capitales europeas), algo que el autor ya había analizado por extenso en su libro Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid en la literatura y la sociedad, del 98 a la postguerra (Polifemo, 2010) y que compara, con la fascinación que la sierra de Guadarrama despertó en tendencias tan distantes como el regeneracionismo de Giner de los Ríos, las concentraciones falangistas en las cercanías del Escorial con resonancias de imperio vertical y las excursiones populares a la sierra madrileña, que despertarían el rechazo del clasismo falangista, que nunca fue integrador de lo popular.

Muestra de la amplitud de intereses del autor, se incluyen también en esta primera parte dos ensayos sobre artistas plásticos, «La guerra abstracta de Félix Vallotton», que analiza los grabados que este pintor suizo realizó de la Batalla de Verdún, y «La ciudad aborrecida de Frans Masereel» que vuelve al menosprecio de corte desde la perspectiva de los distópicos (se diría hoy) grabados urbanos del artista belga.

El segundo bloque del libro se titula «El conflicto central», y lo componen cuatro ensayos relacionados con la guerra civil española, que si bien suele ser considerada como un conflicto aparte de la Segunda Guerra Mundial, con buenas razones (y no pocos historiadores van optando por ello) podría ser considerada el primer acto de la conflagración global, pues en ella se enfrentaron por primera vez las fuerzas fascistas con la democracia apoyada por el comunismo. Tesis que sin duda suscribiría Ludwig Renn, que reaparece en el ensayo «El oficial armado con un lápiz», a propósito de su libro Der Spanische Krieg (La Guerra Civil española), publicado dos décadas después de su participación como brigadista, reeditado por Fórcola en 2016 con una introducción de Fernando Castillo, retomada aquí.

Renn, que lideró varias operaciones militares a pesar de que rondaba el medio siglo de edad, no fue (aunque a veces se le designó así) comisario político, un cargo aparecido durante la Revolución francesa y retomado durante la Revolución rusa, de donde lo tomó la República en la reorganización que fue encuadrando las milicias en el Ejército popular. En «El comisario político, un mito de la guerra civil española», Castillo describe con detalle las motivaciones de una institución que, como en los casos ruso y francés, surgió con un gobierno a la defensiva necesitado de mediadores que ayudaran a superar la división interna. Una división que nunca se superó del todo, porque además la República «dejó en manos de los partidos lo que en la Francia y la Rusia revolucionarias había sido competencia exclusiva de un Gobierno», con lo que los nombramientos de comisarios serían motivo de fricciones.

Por supuesto, ese mito moderno del comisario coexistía con una mucha más amplia reivindicación como propios de los mitos nacionales, como se desarrolla en «Agustina de Aragón en los dos bandos. Propaganda y nacionalismo en la Guerra Civil». La contienda española fue el momento del «apogeo del cartelismo político», sobre todo en el bando republicano, desde el que cada vez más se fue presentando la contienda como una «guerra de independencia», dado el abrumador apoyo de las potencias fascistas a Franco.

Muy distinta era, por supuesto, la visión fomentada por los adictos al caudillo, de la cual el mayor empeño fue la Historia de la Cruzada, analizada en un capítulo aparte como una iniciativa lujosa y mastodóntica que preveía una treintena larga de volúmenes, y de la que lo más valioso serán las ilustraciones de Joaquín Valverde y Carlos Sáenz de Tejada, dentro del estilo realista pero idealizado, un tanto sorollista, del tradicionalismo.

La tercera y última parte, «Europa, año cero», reúne ensayos situados sobre la Segunda Guerra Mundial, especialmente en la Francia ocupada, y sobre el complejo pulso, con múltiples escenarios, que mantuvieron los gigantes estadounidense y soviético, que conocemos como Guerra Fría y que comenzó antes de que callaran las armas de la guerra en la que habían sido reticentes aliados.

Los capítulos más largos se dedican a un hombre y una mujer que se movieron en ese espacio ambivalente y anfibio de colaboración entre dominadores alemanes y sumisos franceses. En «Heller, ese curioso teniente de la Propaganda-Staffel», ensayo que sirvió como prólogo a la traducción española de las memorias de Gerhard Heller, Un alemán en París (Fórcola, 2012), se describe la labor de este teniente adscrito a los servicios de propaganda alemana, de quien dependía en último término la censura y la concesión de papel para la edición. En buenos términos tanto con colaboradores como Drieu La Rochelle como con resistentes como Jean Paulhan, Heller fue ejemplo, como Ernst Jünger, de lo que los franceses veían como los «buenos alemanes» (no en vano se dio a los invasores la consigna de ser korrekt con los invadidos; en Polonia no se anduvieron con esos miramientos, no digamos en la URSS), que el resistente Vercors inmortalizó en el personaje de Werner von Ebrennac, el oficial enamorado de la cultura francesa acogido por un francés y su hija, que resiste castamente y en silencio la atracción de su inquilino. Esa «corrección» cegó a los franceses hasta el punto de que Vercors tardó en creer la realidad de los campos de exterminio nazis y en la prensa resistente se negaba a creer que «la Alemania de Bach, la Alemania de Goethe» hubiera cometido semejantes atrocidades.

En buenos términos con los ocupantes nazis estuvo también Louisa Colpeyn (nacida Colpijn, apellido flamenco que adaptó al francés o recuperó según las circunstancias), la madre de Patrick Modiano, y «personaje modianesco», mujer a la que Fernando Castillo había dedicado algunas páginas en París-Modiano. De la Ocupación a Mayo del 68 (Fórcola, 2015) y que aquí ensancha en un ensayo biográfico que sigue sus pasos como actriz en busca del éxito a través de productoras belgas, alemanas y francesas, en connivencia cada vez más estrecha con los ocupantes, aunque sin llegar a dar el salto, que habría sido fatal, a Berlín.

Los cuatro últimos ensayos abordan los múltiples pulsos entre el gigante con cabeza en Moscú y el de Washington, casi siempre por actores o peones interpuestos. De especial interés son las páginas que, con apoyo en el libro Operación impensable de Jonathan Walker, valoran qué visos de realidad tuvieron los planes elaborados por Churchill para un posible ataque sobre la URSS para prevenir su posición dominante en el Este de Europa. En esos momentos, parafraseando a Norman Davies, Polonia fue el «corazón de Europa»: su dominio por Stalin era tan inaceptable para los aliados occidentales, sabiendo del nulo arraigo del comunismo en ese país (el comunismo histórico polaco había sido purgado por Stalin en la época del pacto con los nazis) como imprescindible para una Rusia que, al contrario que Estados Unidos o el Reino Unido, ha visto su política siempre condicionada por lo permeable de sus fronteras.