Agustina Espasandín
Que pase algo pronto
Sigilo
176 páginas
Como desde hace algún tiempo hablo con el fantasma de Levrero, no he tardado en hallarlo en estas páginas de Agustina Espasandín. Me ha venido a saludar cuando la narradora de Que pase algo pronto anuncia que deja el trabajo para vivir de unos ahorros —la beca de La novela luminosa— y va a filmar el balcón de enfrente —sus ejercicios de escritura—, y me ha confirmado que es él cuando la protagonista ha detenido su mirada en unos halcones indefinidos —que no son palomas levrerianas, asegura, pero sí pueden ser caranchos— como símbolos relevantes de la narración.
La primera novela de Espasandín es un homenaje a esa literatura del aburrimiento que Levrero acuñó irónicamente en El discurso vacío. El texto, narrado en primera persona a modo de diario personal sin fechas, avanza al ritmo de la lentitud de una vida que se desprende de todo lo innecesario: la protagonista deja el trabajo, no contrata internet, decide observar la vida como si de un documental se tratase —no son arbitrarias las muchas referencias al cine documental que hay en la obra—. La ausencia de Internet es un guiño claro: alejado de lo virtual, el relato se alía con la verdadera vida. La gran virtud de Espasandín es construir un estilo que se acompasa a esa quietud. El tono es familiar; la frase, depurada. Es el estilo sencillo que recomendaba Séneca para hablar con el amigo; el que recogía Montaigne en sus Ensayos; el que intenta pulir perfectamente Iñaki Uriarte a lomos de esa sprezzatura renacentista.
Tanto género como estilo, por otro lado, llevan a preguntarse por la identidad de esta narradora. ¿Es Agustina quien habla? Esta tiene, sin embargo, la elegancia de romper el pacto autobiográfico cuando afirma cumplir treinta y tres años (nacida en 1992, la autora tiene, como máximo, treinta y dos cuando publica la obra), lo que permite abandonar la lupa manoseada de la policía montada de los diarios y asistir con placer al desarrollo de los temas principales de Que pase algo pronto. A los expuestos antes se suman los propios de una novela generacional: la crítica del capitalismo voraz, el elogio de la desnudez material a lo Byung-Chul Han —tal vez en contradicción con lo anterior— o el diálogo con la cita que abre la obra: «la lentitud es una afrenta para el sistema nervioso del capital».
Si he aludido a algunos elementos periféricos, la muerte es el gran tema que cruza la obra y que, nuevamente, invoca el fantasma de Levrero. En La novela luminosa, el misterio está encarnado en la figura de la paloma; aquí hay una carne que desaparece un día y un carancho que va ganando presencia. En La novela, la realidad se problematiza por medio de antidepresivos; en la obra de Espasandín, por medio de drogas domésticas —MDMA, marihuana, cocaína—. Así es como cierra la primera de las cuatro partes de la novela, con la protagonista, que acaba de fumarse un porro y asumir que la chica con la que está quedando no le corresponde, leyendo en una pared de una exposición artística un letrero en luces de neón: Que pase algo pronto.
La muerte protagoniza las tres últimas partes por medio de un personaje amigo que es sepulturero y el espacio, cada vez más familiar, del cementerio. Dios no tarda en aparecer, esta vez mediante la entrevista de una amiga a un poeta, lo que acerca la experiencia luminosa ya prefigurada en las luces de neón. Hay también una vuelta a la vida ordinaria, que termina confirmándose en la tercera parte, cuando retoma su trabajo; momento en el que, además, el sepulturero ingresa en el hospital. Este último suceso, culminado en la muerte del sepulturero —solo, con la única compañía de ella—, va a determinar la actitud final de la protagonista, que poco a poco parece rodearse de los suyos nuevamente —la chica que conoce, un padre que aparece—. La última entrada de este no-diario está protagonizada por la vuelta del carancho, que, como la paloma, marca el tono espiritual y trascendente de la obra.
Me alegra corroborar que la obra levreriana tiene una continuidad en la narrativa hispánica joven, y que la apuesta de ciertos autores por esa literatura plebeya de la que habla María Moreno tiene un claro relevo. Espasandín sigue esta línea con una correcta novela, un libro todavía lejos de la grandeza literaria, pero que representa, en su carácter de ópera prima, un cálido debut.