Ajeno a la televisión, hombre de escenas y escenarios, contraparte de Sadel (en los términos más nobles), prodigio del canto lírico, voz de letales resonancias, profesional asido a su arte y jamás desviado de él, está Pedro Liendo en las páginas de Balza. Diversas menciones y un texto lo otorgan al presente y a la posteridad. Se lo califica de grande, porque en verdad lo es. Se nos hace reparar que con Liendo estamos en presencia de un sacerdocio secreto. Como Sadel, sale de la nada y un buen día su presencia está allí y gana su permanencia. Si Sadel nos trae la gran música a nuestras localidades, Liendo llevará nuestro élam nativo a la culta Europa musical. Rectilíneo, su carrera será astral. Meridiano, su gloria no lo descompondrá: «De fibra criolla en el humor, gran lector de poetas, su figura sobria aparece con frecuencia en teatros, galerías de arte y librerías. Caraqueño y vienés, posee la macerada discreción de quien mucho sabe del vivir, de los espejismos, de la difícil aura proporcionada por el arte. Todo esto le permite ser un astro de primer rango con sindéresis». Qué precioso saldo, anhelo y ambición del artista verdadero el que se diga sobre él que no que es un representante de su país, sino que su país «se convierte con él en una alta jerarquía intelectual».

Ensayos de bravura vienen a completar el volumen, en su faceta de filosofía de la música venezolana. Al menos, tres de ellos ya entonan su urgencia (queda en gravitación, como un discreto manifiesto, «La canción escrita»): «Intercambio de siglos (música actual de Venezuela)», «Lo transfigurable (fragmento)» y «Nuestra música: elaboraciones literarias». A riesgo de error, se asume que el último de estos escritos es corona de los anteriores, que en algún momento lo anticiparon (lo soñaron cortazarianamente). Discurso de ingreso como numerario en la Academia Venezolana de la Lengua, Balza determina en esta pieza de calidades programáticas el cruce de identidades entre nuestra música y nuestra literatura: sus vínculos expresos, sus deudas compartidas, sus acuerdos no explicitados, sus trasvases continuos, sus miradas amorosas, sus contactos de tratos nobles. Sin que pretenda ser la historia de un amor correspondido, las correspondencias quedan anidadas como lo más perdurable en esta historia de amor. Historia de amor por la música a la que el escritor-músico se asoma para determinar cómo fue percibida y pensada por los escritores. Una historia de la literatura musical o una historia de la música desde el pensamiento literario. El sentimiento conduce al pensamiento y es en estas parcelas en donde finalmente el texto cobra dimensión y gana su asiento final. «Busco testimonio y pensamiento», nos dirá. Traza su proyecto y lo declara con honestidad admirable. Primero: «Comenzaré por revisar imágenes: escenas o sucesos ficticios que, sin embargo, poseen hondas raíces en la realidad y que, desde ella, han permitido a los autores pensar, calibrar y revelarnos algunos rasgos de ese arte»; segundo: «Haré, después, un recorrido de otro nivel: la posición consciente, analítica, de los ensayistas y musicólogos que tratan el tema y sobre él proponen causas, efectos y hasta clasificaciones»; tercero: «Intentaré mostrar ciertas constantes o continuidades que, a mi entender, unifican el cuerpo poderoso de lo musical entre nosotros». Interesado por las continuidades, logra explorar tres muy visibles (audibles): la de los individuos con talento que hacen de la música su vida, la de los residuos de sonoridades del mundo indígena y la del carácter expansivo del alma musical (la paráfrasis sólo permite reconstruir con exactitud los tres procesos): «La inexorable o azarística creatividad personal, primero; un proceso de refinamiento instrumental y de conocimiento, paralelo a aquélla; la circulación mental de la música en los seres y el mundo: tales serían las tres continuidades que originan, acogen y difunden el hecho musical entre nosotros». Propósitos y resultados aparecen encadenados (o concatenados). El detalle de nombres, obras, escuelas y grupos queda en la rica lectura de este texto conclusivo y le da su forma más reveladora (o provocadora).

El prólogo ha sido escrito por el músico y musicólogo Juan Francisco Sans, erudito y maestro donde los haya, y en sus afirmaciones encontramos líneas nutricias para comprender al escritor-músico y para aferrarnos a sus redes auspiciosas de fraternidades estéticas. Sin que se lo señale, en una de ellas se lo quiere ver sentado cerca del gran Edward Said, en su compañía en la sala de conciertos, escuchando música como él desde la apertura que ofrecen las almas puras y los corazones sensitivos, descreídos de la idea cerrada de las culturas. Como Said, Balza se entromete en el terreno de las ortodoxias musicales para aniquilarlas. Como Said, Balza se desentiende del dañino rigor de los especialistas y les echa en cara sus lecturas chatas y soporíferas (otro tanto ocurre en los informes de los lingüistas y en sus concepciones terminológicas y descriptivistas del lenguaje frente a la novela de la lengua que ofrecen los escritores; algunos escritores). Como Said, Balza vaticina nuestra música del futuro.

Lo que quiso para el maestro Estévez, cuya presencia recorre todas las páginas de este libro, recuerdos de nuestra música y nuestros músicos que este texto nos hace evocar a cada lector de manera preciosa y diferente (el día en que conocí al unísono a Estévez y a Gerbasi, la figura fuerte de Ángel Sauce en el conservatorio y su marcación del compás con rudos pisotones en el pódium al dirigir las marchas de El príncipe Ígor, mi expectación tras celosía de Antonio Lauro en una clase en el Conservatorio Nacional de Música Juan José Landaeta, mi imagen de Pedro Liendo en algún Rossini en El Municipal, el tímido escucha de las óperas con Sadel en la Universidad Central de Venezuela (UCV), mi veneración por el maestro Calcaño en sus libros y en sus programas de radio, mis lecciones con Lina Parenti y su grabación del trío de Felipe Larrazábal), es la mejor definición de la obra de este sensible escritor para quien la música es, como la novela, el mundo mismo: «Lo múltiple extenderá su cuerpo para convertirse en música: cada hallazgo visual, cada sensación, amores y lecturas, el sueño, la comida, los viajes, sonido tras sonido, todo será visto nuevamente en la abstracción, equidistante: en el pensamiento musical». Múltiple, su cuerpo ya se ha convertido en música.

 

[1] José Balza, Observaciones y aforismos, Caracas, Fundación Empresas Polar, 2005.

[2] José Balza, Pensar a Venezuela, Caracas, Bid & Co., 2008 y Los siglos imaginantes, Caracas, Bid & Co., 2014.

[3] José Balza, Fulgor de Venezuela, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 2001.

[4] José Balza, Cuentos. Ejercicios narrativos, Sevilla, Paréntesis Editorial, 2012.

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