Aixa de la Cruz
Las herederas
Alfaguara
324 páginas
POR JOSÉ MARÍA POZUELO YVANCOS

Aixa de la Cruz ha concebido Las herederas como una pieza de cámara en la cual cuatro mujeres, como si fuesen instrumentos musicales de un cuarteto, van pautando una obra concebida como microcosmos, reducida a un tiempo y espacio reducidos. La partitura es la locura, pero no como punto de partida, sino como ingrediente no dicho, que se desarrolla mejor a modo de desequilibrio psicológico situado en el límite, pues aparentemente todo queda por desarrollar. La novela afronta al menos tres desafíos, bastante bien resueltos. El primer desafío, que es el externo, nace de la propia limitación del escenario. Una casona familiar en el campo es heredada por cuatro nietas de una abuela que acaba de suicidarse. Dos de ellas, Erica y Lis, son hermanas; las otras dos, Olivia y Nora, primas. De ese espacio rural poco se dice, salvo que está rodeado de un campo en que crecen distintas hierbas y plantas con propiedades alucinógenas. Sabemos de la afición a las experiencias alucinógenas de la abuela, de cuya relación con las nietas apenas se dice nada. He calificado de desafío esa limitación espacial que redunda con la del tiempo, apenas unos días. Esas cuatro mujeres encerradas son dueñas de historias precedentes de las que apenas se cuenta otra cosa que la precariedad económica y sentimental de tres de ellas. Solamente Olivia, la mayor de las nietas que es cardióloga, resulta excepción en la penuria económica.

El segundo desafío ha sido eludir la novela saga, es decir dejar a las cuatro nietas unas frente a las otras sin que tengamos que acudir a los precedentes familiares. Limitada a alguna remembranza de relaciones infantiles la situación argumental, como desarrollo de trama, es mínima, por lo que Aixa de la Cruz evita la que habría sido salida más fácil para sostener el interés, es decir el nudo de luchas familiares con precedentes en el pasado, que ha sido la preferencia de Lluvia fina de Luis Landero, edificada sobre vida familiar. Tampoco ha seguido Aixa de la Cruz la opción que Sara Mesa eligió en su reciente novela La familia, sostenida sobre la influencia que sobre los hijos tiene un padre autoritario. Podría decirse que lo principal de Aixa de la Cruz, y de ahí que su novela resulte novedosa, es que la familia no es tomada en sus relaciones, sino en la idea subterránea que gobierna toda la trama: la herencia como determinismo genético, es decir los vínculos que anudan a las cuatro nietas son su dependencia hacia las drogas, medicinas en el caso de Olivia, hacia las experiencias alucinógenas en Nora, como resultado de una terrible soledad. Lo curioso es que entre las cuatro mujeres encerradas en la casona, con salidas muy reducidas a la farmacia o al campo, no hay apenas relación. Y desde luego no hay amor. Son raros los diálogos entre ellas. Podría decirse que el desarrollo de los capítulos reproduce el esquema de celdillas, en que cada suceso ocurre a cada una. Únicamente Erica y Lis, las dos hermanas, tienen relación, causada por el cuidado que Erica presta a Peter, el hijo de Lis, un niño de pocos años con el que tiene mejor relación que con la madre, posesiva y celosa de que el niño sea educado por la hermana o pueda ser influido por ella. La otra relación posible es la queja de Olivia, que al ser la mayor y de más posibilidades económicas, toma por así decirlo el mando de organización de la convivencia, y reproduce roles maternos respecto a las primas.

Con estos planteamientos organizativos de la trama la novela de Aixa de la Cruz alcanza a desarrollarse el que podría denominarse tercer desafío: la elaboración de un discurso predominantemente interior. Son bastante menos importantes las cosas que van ocurriendo en el día a día de las herederas como la vivencia que cada una de ellas va teniendo, vivencia traducida sobre todo en angustia ante el futuro. Únicamente Olivia, que tiene un trabajo fijo, carece de ella; las otras primas viven la angustia de una situación económica precaria. La que más desarrolla esa inquietud es Nora, porque es la que más dependiente se halla respecto al consumo de drogas. Esa dependencia es la que le hace imaginar la alternativa de alquilar la casa a su camello como depósito para sus actividades, línea argumental que es planteada en las etapas iniciales de la novela, pero que se ve desechada y no desarrollada posteriormente.

Al ser una novela de vivencias psicológicas es enormemente importante el estilo de la percepción de cada estadio psicológico. Así comienza por ejemplo el capítulo dedicado a Olivia: «Sordo, palpitante, punzante, lacerante. Que va y viene, que quema, que agujerea. Olivia conoce todas las metáforas que se utilizan para describir el dolor, y sin embargo cuando está en su compañía −porque el dolor crónico acompaña, es una dimensión del cuerpo, un inquilino de larga duración− se olvida de ellas. De las metáforas y de las palabras. El dolor la deja muda porque antes la ha dejado en blanco. Ya lo decía Emiliy Dickinson “Pain – Has Element of blank”»(p.67). En Olivia son jaquecas crónicas, en Nora es el mono de la abstinencia, en Lis es el temor a ser descubierta por Erica. Todas van desarrollando una enfermiza dependencia de los remedios químicos medicinales que en la novela se suplantan por vías alternativas tomadas de las plantas. No escribe sobre ellas Aixa de la Cruz al bulto, pues uno de los puntos más desarrollados de la novela es la indagación sobre los efectos de diversos remedios alucinógenos proporcionados por la Naturaleza.

De las relaciones entre los personajes la pareja más desarrollada la forman las dos hermanas Lis y Erica, en las que se produce una situación de dependencia psicológica, dado el desequilibrio de Lis, quien ha sufrido anteriormente un internamiento psiquiátrico narrado precisamente por la hermana. Pero no lo ha hecho de modo directo. Porque otro de los ingredientes estilísticos que pone en juego Aixa de la Cruz es el ocultamiento de los detalles que el lector precisaría conocer y de los que únicamente tiene atisbos, que le obligan a suposiciones. Aixa de la Cruz ha huido de la explicación realista, y prefiere crear ámbitos de ambigüedad, que si bien dejarán a muchos lectores fuera, por el esfuerzo al que se verán obligados si quieren comprender el fondo real de cada situación, para otros lectores más minoritarios servirá de aval de una calidad literaria que ha huido de las obviedades y camina en procesos de ocultación/mostración muy medidos.

Como novela psicológica exenta de detalles externos suficientes quizá el género con el que mejor se relaciona sea con el cuento. Podría decirse que la categoría freudiana de lo ominoso, de lo que resulta amenazante por invadir la escena cotidiana con atisbos de irracionalidad es el elemento estilístico que concede mayor interés a la acción. Por ejemplo, el pequeño ardid de trama que supone que Lis se pierda y deje al hijo descuidado, lleva a su hermana Erica quien sale en su busca a rememorar los episodios infantiles a los que ambas jugaron al terror al esconderse. Lo único y principal que Aixa de la Cruz ha hecho en el trazado de una escena semejante, ha sido sustituir la inocencia por el fondo amenazador que constituye la psique enferma de Lis, lo que la hace imprevisible. No es ingrediente menos desarrollado el de la dependencia entre las dos hermanas, y la necesidad de que, pese a los celos enfermizos de la madre, sea Erica la que vaya introduciendo al niño Peter episodios y juegos acordes con su edad. La idea de la crianza, la de haber sido solo y fundamentalmente hija y no saber ser madre es otra de las líneas de fuerza que predominan en los conflictos que Aixa de la Cruz pone en juego. La idea de maternidad se proyecta sobre el futuro de Erica, quien se encuentra embarazada, pero que tiene en blanco las circunstancias de cómo pudo ocurrirle y cuyo fondo atisbado, no desarrollado, es resultado de una violación. Aixa de la Cruz, ante un tema como este de la violación, que ha sido objeto de otras novelas que lo desarrollan como conflicto social, prefiere el rendimiento literario del abuso en condiciones de no voluntad por el consumo de droga.

Muchas hijuelas de la novela quedan sin desarrollo, como la crisis matrimonial de Lis con su marido Jaime, el mencionado conflicto de la violación o incluso el futuro o desenlace que tendrá la casa, bien económico de difícil reparto entre las herederas. Considero que esos flecos sueltos no nacen de impericia sino que dependen de una opción consciente de su autora. Ha concebido una novela en que resulta fundamental que la idea de dependencia psicológica del fármaco o del opiáceo de plantas sea también una herencia, al modo de una maldición genética paralela a la falta de amor que sufren las cuatro mujeres. Aixa de la Cruz, por la vía de un lenguaje narrativo muy creativo, ha logrado que una historia tan reducida mantenga la atención del lector culto.