Resultados del encuentro: Variedades… y Ocios de los españoles…

La primera publicación de Ackermann en español fue, como ya se ha dicho, la revista Variedades o mensajero de Londres, cuyo primer número, dirigido y escrito en solitario, como todos los demás, por José María Blanco White, vio la luz el 1 de enero de 1823. Blanco, elegido y contratado por Ackermann con ese fin, era elección casi obligada, pues llevaba ya casi diez años en Inglaterra y se había dado a conocer prestigiosamente con la publicación de El español (1810-1814). Por lo demás, él no quiso ser autor único de la revista, pero intentó compartir la autoría con don Leandro Fernández de Moratín y con don Juan Antonio Llorente, y ambos rehusaron.

El primer número de Variedades… ofrece en su página inicial un retrato del «Presidente General Bolívar» y va seguido de una noticia biográfica del mismo, sacada –según una nota a pie de página– de un manuscrito en inglés comunicado a Ackermann por alguien vinculado a Colombia. Ford, el estudioso de la vida y de la obra de Ackermann, al cual Blanco se refiere siempre como el propietario del periódico, supone que el autor de aquella biografía bien pudiera ser Andrés Bello, llegado a Londres en 1810 como secretario y traductor de una misión diplomática formada por Bolívar y López Méndez como principales figuras. Buscaban el reconocimiento de la Junta de Caracas por el Gobierno inglés. Fracasada dicha Junta como expresión de gobierno independiente, Bello se quedó sin empleo y hay constancia de que en una ocasión, al menos, su amigo Blanco le proporcionó eficaz ayuda en forma de clases de español dadas a los hijos del subsecretario del Foreign Office, William Richard Hamilton.

La imagen de Bolívar no fue la única aparecida en Variedades… En números posteriores aparecen las de Francisco Javier Mina, el militar español que luchó por la independencia de México y fue capturado y fusilado por sus compatriotas, y las de varios héroes militares y civiles de la independencia mexicana: los generales Prado y Victoria, los señores José María Morelos y Miguel Ramos Arizpe. Todas ellas impuestas, probablemente, por Vicente Rocafuerte, el ecuatoriano llegado a Londres el 24 de junio de 1824 como miembro de la misión diplomática de México. A las imágenes de los personajes citados acompañaba una biografía altamente laudatoria en la que Rocafuerte, sin duda, trataba de convertirlos en héroes epónimos del país que representaba.

Variedades… duró unos tres años: de enero de 1823 a octubre de 1825. Aunque se titulaba Periódico trimestre, no siempre lo fue. En 1823 se publicó un solo número. En 1824 y 1825 aparecieron ocho. La nacionalidad inglesa del propietario y el hecho de que Londres fuera el lugar de la edición están representados en Variedades… por magníficas reproducciones en color de monumentos ingleses, de grandes edificios públicos y de mansiones rurales, así como por las «Cartas sobre Inglaterra» en las que Blanco daba a conocer a su amigo don Alberto Lista («mi amado L.») las excelencias del país y de sus gentes.

La literatura española, por otra parte, se hace presente en Variedades… en forma de ediciones corregidas y mejoradas de obras clásicas, tales como las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre o los Romances antiguos castellanos. En otros casos, tales como La Celestina, El conde Lucanor o El testimonio vengado de Lope de Vega, se recogen amplios extractos acompañados de jugosos juicios críticos. Ahora bien, dado que la nueva revista estaba dirigida preferentemente a lectores hispanoamericanos, a ellos, como es natural, iba dirigido, en su mayor parte, el espacio informativo. En uno de los primeros números pueden leerse unas supuestas memorias de Cristóbal Colón aparecidas en Génova. En otros números posteriores se publica el convenio firmado tras la batalla de Ayacucho entre los generales Sucre y Canterac (9 de diciembre de 1824), o el primer tratado de comercio estipulado entre Inglaterra y las Provincias Unidas del Río de la Plata. Igualmente están reproducidas las Constituciones recién promulgadas entonces de Chile (1823) y México (1824). De los discursos pronunciados en el Parlamento inglés se recogían aquellos que tenían que ver con el reconocimiento deseado por los hispanoamericanos, y en ellos queda muy claro que el principal objetivo de la política inglesa era asegurarse y acaparar el comercio con los nuevos estados, y con ese objeto, se nombraron cónsules en los principales puertos americanos sin que hubiera mediado reconocimiento alguno. El reconocimiento en cuestión se demoraba a la espera de que se aclarara la gobernabilidad de las recién proclamadas repúblicas y de que pudiera llevarse a cabo sin que originara indeseados conflictos con España o con las potencias de la Santa Alianza.

La llegada a Londres a través de Gibraltar –y en algunos casos también de Tánger–, a partir del otoño de 1823, de un puñado de hombres de letras o de ciencia españoles que, a fuer de liberales, huían de la represión desencadenada por el absolutismo de Fernando vii, reinstaurado y reforzado por los Cien Mil Hijos de San Luis, fue una bendición impagable para los proyectos editoriales de don Rodolfo Ackermann. Ya no estaría solo don José María Blanco White, a quien el tono medio frívolo de las láminas de modas femeninas que imponía Ackermann a su revista no satisfacía en modo alguno. Entre los recién llegados bien podría encontrársele un sustituto. Los recién llegados, no en tropel, supongo, sino individualmente o en pequeños grupos, fueron, por citar a los más importantes, José Joaquín de Mora, Pablo Mendivil, los hermanos Jaime y Joaquín Lorenzo Villanueva, José Canga Argüelles, José Urcullo, Evaristo San Miguel y José Núñez de Arenas. En la estimación personal y profesional del editor Ackermann fue seguramente Mora el preferido. A él, en efecto, se le encomendó nada más llegar la dirección de una nueva revista –Museo universal de Ciencias y Artes– y él fue quien asumió, aunque cambiándole el nombre, la redacción de Variedades… cuando Blanco quiso dejarla alegando motivos de salud. Variedades… pasó a llamarse Correo literario y político de Londres (1826) y duró tanto como la estancia de José Joaquín de Mora en aquella capital; estancia, sin duda, muy bien aprovechada, pues según se dice en Ocios de los españoles emigrados, periódico-revista ya citado, y del que enseguida se hablará, Mora publicó en la primera mitad de 1824 siete u ocho obras. Todas bajo los auspicios de Ackermann. Los miembros de más edad del grupo español recién llegado a Londres, los hermanos Jaime y Joaquín Lorenzo Villanueva, así como José Canga Argüelles, todos con más de cincuenta años, empezaron bien pronto la edición del citado periódico o revista titulado Ocios de españoles emigrados. Periódico lo llamaban ellos. Revista, por su formato, lo llamaríamos nosotros. Fue primero mensual y luego trimestral. Duró desde abril de 1824 hasta octubre de 1827, es decir, más de tres años, y esa duración relativamente larga se explica por el patrocinio de Rocafuerte, el representante mexicano del que antes se habló.

Ocios…, en la intención de sus autores, estaba destinado a los españoles que vivían en Inglaterra y a los ingleses que se interesaban por las cosas de nuestro país. La influencia de Rocafuerte, que disponía de importantes medios económicos y que conocía a Joaquín Lorenzo Villanueva y a Canga Argüelles por haber participado con ellos, como representante de Guayaquil, en las Cortes españolas de 1814, modificó esa orientación introduciendo temas americanos en el contenido de la revista. Así, en el número 3 de junio de 1824, apareció ya una nota dedicada a Iturbide, el malhadado emperador mexicano, y desde entonces no dejaron de publicarse estudios o comentarios relacionados con las nuevas repúblicas. Por ejemplo: «¿En dónde reside la anarquía, en la Península o en las Américas?» O rápidas ojeadas sobre las repúblicas de Colombia, México y Chile. La influencia del político guayaquileño, metido a diplomático al servicio de México, se basaba no solo en sus buenas relaciones personales con los redactores de Ocios…, sino también en razones más prosaicas: Rocafuerte compraba todos los meses doscientos ejemplares de la revista, es decir, la quinta parte de toda la edición, que era de mil ejemplares.

Los catecismos y otras obras instructivas

La publicación más exitosa de Ackermann y probablemente la más positiva para los jóvenes escolares de América fue también una feliz iniciativa de Rocafuerte. Él fue, en efecto, quien puso en práctica una idea que también a Blanco White se le había pasado por la cabeza: la publicación de los famosos catecismos, pequeños libros de texto en los que de manera breve y sencilla, y en forma de preguntas y respuestas, se exponía lo que había que saber de aritmética, geometría, geografía, historia griega y romana, literatura, lengua española, mitología, economía política, química, industria rural y doméstica, música, etcétera. John Ford calcula que fueron editados unos treinta y en su redacción encontraron trabajo casi todos los liberales españoles de la «escudería» de Ackermann. Mora escribió los de economía política y los de gramática castellana y latina. Núñez de Arena, los de álgebra y trigonometría. Esteban Pastor, el de agricultura; Urcullo, los de astronomía, historia natural, mitología y retórica; Joaquín Lorenzo Villanueva fue autor del catecismo de moral. A Pablo de Olavide no se le atribuye ninguno, pero seguramente fue autor de algunos de los varios cuyos autores se desconocen. Son éstos los de geografía, historias de Grecia y de Roma, música, química… Como se ve, los catecismos comprendían todos los campos del saber y estaban destinados a dar a sus lectores una completísima educación. Para los liberales decimonónicos, la educación y la ilustración general eran base indispensable para el buen gobierno de los pueblos.

Rocafuerte, por lo demás, en su fervor americanista, promovió también una serie de obras destinadas a las élites hispanoamericanas para que crearan instituciones y organismos de gobierno tan buenos como los mejores de Europa. A este respecto hay que citar los Elementos de la Ciencia de Hacienda y el Diccionario de Hacienda preparados por don José Canga Argüelles, Los elementos del arte de la guerra, que escribió el general español don Evaristo San Miguel, y Las cartas de un americano sobre las ventajas de los gobiernos federativos, obra iniciada por el propio Rocafuerte y completada por su amigo Canga Argüelles. Blanco, por su parte, contribuyó a los fines antes indicados con la traducción de la obra de Cottu, De la administración de la justicia criminal en Inglaterra y del espíritu del sistema gubernativo inglés.

Como diplomático al servicio de México, Rocafuerte se ocupó también de alimentar el orgullo histórico de los mexicanos, promoviendo primero la traducción de una obra en la que se exponían las raíces prehispánicas del país y sus riquezas naturales, y dando después a conocer en otra sus luchas por la independencia. La obra traducida era la Historia antigua de México, escrita en italiano por el jesuita Francisco Javier Clavigero, expulsado de la Nueva España en 1767 y refugiado en Bolonia, al igual que algunos otros correligionarios suyos. El traductor fue José Joaquín de Mora, y Rocafuerte, en agradecimiento, le facilitó a través del editor Ackermann la publicación de unos «Cuadros de la historia de los árabes desde Mahoma hasta la conquista de Granada». Mora se la dedicó a Rocafuerte por el «celo incansable […] con que favorece y promueve […] cuanto pueda contribuir a la historia de las nuevas repúblicas americanas». Ese celo «le da derechos eternos a la gratitud de aquellos pueblos». El relato abreviado de la lucha de México por su independencia, Rocafuerte se lo confió a Pablo de Olavide, encargándole un «Resumen histórico de la revolución de los Estados Unidos Mexicanos», sacándolo del «cuadro histórico» que en forma de cartas había escrito don Carlos María Bustamante.

Todo lo dicho hasta aquí sobre Rocafuerte justifica, creo, a más no poder, la consideración que merece al profesor Jaime E. Rodríguez como el más grande de los hispanoamericanistas (véase El nacimiento de Hispanoamérica). Sin duda tiene razón; en lo que quizá se pueda discrepar, como más adelante se verá, es en su concepción algo restrictiva del hispanoamericanismo. No sólo Rocafuerte fue un grande, inmenso hispanoamericanista, también lo fue don Andrés Bello, el caraqueño llegado a Londres en 1810 al tiempo que don José María Blanco White, y convertido con los años en insigne chileno tras ser captado para Chile por don Mariano Egaña.

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