POR JAVIER SERENA
Director Cuadernos Hispanoamericanos

Sucede en todas partes: en las mesas de novedades, en la programación de las ferias y festivales literarios, y en todos los demás mercados editoriales: la pregunta acerca del tema de un libro —que es al fin y al cabo una pregunta sobre cómo reclamar interés añadido para un texto— ha superado a la inquietud por los logros formales de una obra, pese a que la eficacia y la profundidad de cualquier asunto abordado en una novela dependa en exclusiva de la excelencia de sus decisiones más artesanales.

Es una contradicción que parece ir en aumento. Si la escritura de un libro ya es en sí la negación de que todo lo dicho en cientos de páginas pueda resumirse en un molde acotado, y que la escritura es por tanto una manera de pensar distinta a la simple reflexión abstracta, toda su complejidad y toda su riqueza queda anulada al tratar de incorporarla a alguno de esos temas previos que se presentan como máquinas de etiquetar del mismo modo propuestas que no guardan relación alguna entre ellas. Quizá esta sea, también, una de las razones por la que pueda existir una cierta resistencia hacia algunos textos escritos en primera persona, una crítica que a su vez correría el riesgo de catalogar un conjunto de libros muy diversos como meros testimonios, cuando hay una amplia experimentación y aportación literaria en cantidad de obras con ese carácter autorreferencial, tal como se trató de explicar en el dossier de esta revista titulado Experimentos con la vida y coordinado por Carlos Pardo.

Nada de esto pretender negar la necesidad de que algunos libros exploren conflictos que antes eran silenciados. Al contrario. Se trata justamente de señalar cómo ese proceso de organización de los libros por su tema, de reducción a grupos homogéneos y bien diferenciados, puede volver inocentes algunos de estos discursos, pues faltos de la contundencia del artefacto literario, sí pueden resultar tan planos y previsibles que convierte su lectura en una experiencia poco relevante.

Basta con echar la vista atrás, cuando algunos de estos temas no lo eran, o aún peor: cuando eran temas prohibidos, y sus autores hacían esfuerzos de ingenio para hacer posibles libros que sí ponían sobre el tablero realidades que podían agitar el pensamiento de una época. Es lo que ocurre, por ejemplo, con novelas como El lugar sin límites, del chileno José Donoso; o La vida perra de Juanita Narboni, del español Ángel Vázquez. En ambos casos, estos libros publicados en la década de los sesenta o los setenta del pasado siglo, los autores proyectan su angustia personal por su identificación u orientación sexual en las mujeres o travestis que protagonizan sus relatos, y la prueba del horror de ese vida enclaustrada, del ocultamiento íntimo que sufrieron, es la intensidad de unas obras atrevidas y novedosas, incapaces de ninguna simplificación, y en que la vanguardia literaria se presenta como el único mecanismo válido para trasladar ideas que todavía también eran difíciles de ser escuchadas. Leyéndolos, resulta evidente el sentido último de la creación literaria: decir las cosas de otra manera, sintetizar un impulso verdaderamente genuino de acuerdo a las casillas de un tema prexistente, hubiera sido imposible, y la literatura y sus posibilidades más sutiles fue el único lenguaje que les permitió hablar con una honestidad que les estaba vedada en el idioma más común y limitado al que estaban obligados cuando abandonaban la escritura de sus libros.

Aludir a la necesidad de las formas en la literatura no es, por tanto, negar la importancia de ningún tema, sino justamente recordar el cuidado que merecen: no por frivolidad ni por sofisticación, sino porque sin una escritura que supere el señuelo de un tema previo, no habrá otra aportación que un libro más añadido a unas categorías ya digeridas por el mercado editorial.

O dicho de otro modo: cualquier tema logra serlo por primera vez porque hay una invención de la escritura, una manera de pensar nueva y que no ha sido aún etiquetada, y es en esa libertad y esa audacia y esa atención a la artesanía de los textos cuando lejos de perderse en arabescos o ejercicios ornamentales los libros aspiran a decirnos algo con algún tipo de efecto.