Jacobo Bergareche
Los días perfectos
Libros del Asteroide
184 páginas
POR MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

Lo mejor de Los días perfectos de Jacobo Bergareche (Londres, 1976) es que ofrece una imagen bastante más humana de William Faulkner que aquella que muestran las entrevistas que diera en vida el autor fallecido a los 64 años en 1962. Lo hace a través de la referencia a las cartas que envió a Meta Carpenter, su amante. Allí aparece como un enamorado menos inquieto por lo que escribe que por el juego de la seducción. Faulkner conoció y sostuvo una relación con ella entre las décadas de los años treinta y cincuenta, cuando vivió en Hollywood trabajando como guionista; era la secretaria de su amigo Howard Hawks, el director de la popular película Scarface (1932). Carpenter misma se refirió a esto en el libro de memorias A Loving Gentleman [Un caballero enamorado], el cual escribió a cuatro manos con el publicista Orin Borsten y publicó el mismo año en que Bergareche nació.

El problema es que las cartas de Faulkner no pasan de ser un dato anecdótico en la trama sin complicaciones de Los días perfectos. En su nouvelle de 184 páginas, Bergareche cuenta la historia de un periodista español llamado Luis que está aburrido de todo, en especial de su matrimonio. Su única emoción es la perspectiva de encontrarse durante un congreso en Texas con su amante, una arquitecta mexicana. Cuando ella le informa que viajará con su marido y que mejor corten la relación, su mundo afectivo se desmorona. Como él ya no puede cancelar el viaje ni tiene excusa para no asistir a la conferencia, aprovecha el tiempo para revisar la correspondencia entre Faulkner y Carpenter en el archivo Harry Ransom Center de la Universidad de Austin. Es entonces cuando decide hacer algo insólito en una época de redes sociales y de constante conexión digital: escribir dos extensas cartas a mano. La primera es para su amante, la arquitecta mexicana llamada Camila; la otra, para su esposa, Paula, con quien tiene tres hijos: Carlos, Sergio y Carmen. «Lo que se solicita de quien nos escribe [una carta] es que cuente cómo ha estado, cómo está y qué piensa hacer», según justifica Luis el anacronismo en su epístola: «En definitiva, que nos ponga al día, que nos cuente qué es de su vida. Algo que jamás perdonaríamos que nos detallara en un email».

A través de las cartas de Faulkner, Luis pretende darle sentido a la ruptura de su relación extramarital y a su crisis de la mediana edad. Pero nada en en el material seleccionado anticipa al ganador del Premio Nobel de Literatura de 1949. Por eso, para los fanáticos del autor de Mientras agonizo (1930), el interés en Los días perfectos podría terminar allí. Bergareche utiliza la anécdota del enamoramiento del célebre escritor sureño para darle un poco de profundidad a un protagonista que de otra manera habría resultado completamente anodino.

Si Los días perfectos no está dirigida a los amantes de Faulkner, sí que puede interesar a quienes todavía creen en las relaciones de pareja. La apuesta de Bergareche por el amor romántico parece arriesgada en una época cuando el tema se encuentra en intensa revisión, principalmente desde la perspectiva de la crítica de género. «La historia ha de ser contada para que haya algo que uno pueda quedarse, lo contrario es vagar hacia el olvido, y olvidar es entregar nuestra vida a la nada», escribe Luis a Camila: «Lo dice en otra carta el propio Faulkner». Su reflexión sobre el olvido tiene resonancias a la frase final de Las palmeras salvajes (1939): «Entre la pena y la nada, elijo la pena». Allí Faulkner cuenta dos historias en paralelo, la de una pareja de enamorados que huyen del marido de la mujer y la de un preso que después de escaparse de la cárcel pone en peligro su libertad por ayudar a una mujer embrazada. Los días perfectos también ofrece una estructura dual, pero no se alterna en capítulos como la otra. La cita de Las palmeras salvajes solo sirve para que Luis especule sobre aquello que la relación con Camila añade a su vida: le espanta que todo lo que quede para él sea la inercia del matrimonio.

Luis se ha encontrado con Camila por espacio de tres o cuatro días durante los dos últimos años en Austin, con la excusa de un congreso de periodismo digital. El recuento de esos días compone la primera carta a partir de la referencia a otras dos escritas por Faulkner en el año 1936, una fechada en abril y otra en junio. En una hay dos extensos párrafos cuya entrada señala dos horas: las ocho de la noche y las diez y media. La otra ocupa dos páginas pero solo tiene tres líneas escritas, el resto son viñetas, una colección de ilustraciones en donde resume lo que parece un día perfecto para dos enamorados. «Es ahora, al ver esta carta, que cuento los días que pasé contigo, siete en total, y se me aparecen como días que podría dibujar, días perfectos, días no solo memorables, sino memorizados que podrían engendrar fácilmente un morning paper, como el de Faulkner», señala Luis antes de dibujar las viñetas correspondientes a su relación con Camila. En la novela hay un total de veinticinco imágenes, entre dibujos y fotocopias de sobres y cartas manuscritas.

También la carta que Luis escribe a su esposa toma como referencia a Faulkner. Allí Bergareche muestra un atisbo de su verdadero drama. «Hemos olvidado cómo hacer juntos un día perfecto, somos incapaces de arrancar espontáneamente con esa vieja melodía sobre la que improvisar a dúo, nos salimos de la canción todo el rato, estamos tocando sin escucharnos, la intensidad se pierde pronto y todo parece previsible y recitado a media voz como recitan las viejas en misa», escribe. Su problema es que no sabe cómo encontrarse dentro de la relación con su esposa. No queda claro si todavía le queda el amor, lo único seguro por las anécdotas contadas es que la convivencia ya no le resulta para nada estimulante. Visto de esta manera, la pequeñez del personaje emerge. Como es Luis quien escribe ambas cartas no se sabe cómo Camila y Paula lo ven a él, así que su discurso egoísta se tiñe de androcentrismo. Cabría preguntarse por qué prefirió el tópico de la infidelidad al autoexamen y el rescate de los momentos felices con su pareja. La carta a la esposa expone una lista de desencuentros y poco más; es la amante a quien quiere conservar en el recuerdo, porque entre «la pena» de perderla y «la nada» de nunca haberla conocido, elige «la pena», como ocurre en la novela de Faulkner.

No solo la infidelidad se presenta como lugar común en Los días felices. Camila y Paula no aparecen como personajes de carne y hueso, sino como proyecciones de los deseos del narrador protagonista. Esto las convierte en estereotipos: la amante y la esposa. Si esta sirve para que Luis forme parte de la sociedad a través de la institución del matrimonio, aquella es la distracción que le permite mantener la cordura dentro de la rutina, una cana al aire para hacer llevadera la inercia. Tópica y todo, esta novela ha estado entre las más vendidas del stand de Libros del Asteroide en la Feria de Madrid y ha cosechado alabanzas de importantes figuras literarias o críticos de distinguidos periódicos. Es como si la historia del hombre que por tedio busca aventuras fuera del matrimonio no se agotara nunca ni se hubiera contado ya miles de veces en la literatura, el cine o la televisión. Y es que los tópicos son tópicos por algo: la gente los adora. Quizá aquí lo trivial lo fuera menos si las cartas las hubieran escrito Camila o Paula. Queda la duda de cuáles habrían sido los días felices de la amante y la esposa de un hombre que cita por encima a Faulkner.