Nayeli García Sánchez
Araneae
Editorial Barrett
160 páginas
El sello editorial Barrett invitó a la librería Lata peinada a participar en su iniciativa «Editora por un libro», emisión 2023. El resultado de esta colaboración fue el lanzamiento de la novela Araneae, el debut literario de Nayeli García Sánchez (Ciudad de México, 1989). El volumen inicia con fichas biográficas de la autora, Lata peinada y Atenea Castillo Baizabal, la diseñadora de portada, y con dos breves prólogos de los editores invitados. Ahí esbozan conclusiones de la novela que me desconciertan, pero antes que polemizar con una librería, prefiero abordar el texto.
Natalia García Sánchez, una joven bióloga con inclinación por la aracnología, está buscando algún rastro de su papá, el profesor David Bocanegra García. Nunca vivió con él y solo lo vio una vez de pequeña porque su madre, una auténtica viuda negra, lo «mató» en vida. Una mañana, por curiosidad, pone el nombre de su padre en el buscador de Google y descubre que lleva cuatro años muerto. Esto la empuja a desplazarse a Irapuato, lugar de nacimiento del difunto, para tratar de averiguar algo de él y, por ende, de ella. El viaje es un poco absurdo, ya que el señor Bocanegra había dejado la ciudad en su juventud y poco de él podría sobrevivir ahí, pero Natalia se empecina en realizarlo a pesar de las sensatas recomendaciones de su mamá y de su pareja. Al final, por una casualidad un tanto inverosímil, entiende que su familia no es la de ese desconocido que le dio la vida, sino la que ha podido construir en su relación con las arañas.
Araneae (Arañas, en latín) es una novela de obvias resonancias rulfianas –«Estoy en Irapuato porque leí en internet que mi padre había muerto»–, cuya tentativa es delimitar la silueta de un fantasma recopilando un archivo. A más documentación, menor vacío y, por ende, un mayor conocimiento de ella misma:
Una de mis razones para este viaje era hacerme un archivo sobre mi papá. Lo que fuera, los boletos de autobús, la nota de bienvenida, las envolturas de los chocolates, los avisos de «Se busca perro». Era mi manera de amueblar mi espacio emocional. Quería sustituir lo faltante. Poner el sonido de los carros en una avenida en Irapuato donde debería estar su voz. El olor a pasto recién cortado de la terminal de autobuses en lugar de su humor corporal. Era eso: ponerle límites al cuerpo de mi papá. Comprimir su infinita lejanía para poder visitarlo cada tanto. Necesitamos dibujarles fronteras a los muertos porque es insoportable que habiten todo… Si logro reunir a mi papá en un puñado de documentos, quizás pueda aplacar la incertidumbre, acariciarle el lomo a la pregunta de quién soy.
Como puede observarse se trata de un texto convencional: cuenta el viaje de una joven de 24 años que, en su trayecto, descubre algo sobre ella misma y se transforma –o, en términos arácnidos, «cambia de piel»– en la adulta que estaba destinada a convertirse.
No tengo prejuicio alguno contra los viejos relatos, a final de cuentas siempre estamos narrando las mismas historias; pero estas se repiten con fortuna cuando echan mano de un lenguaje revitalizado o cuando son capaces de renovar las formas, y este no es el caso de Araneae. La prosa de García Sánchez llega a ser descuidada, en ocasiones inconsecuente e, incluso, confusa, y aunque esto parezca justificarse con la avasalladora personalidad de la narradora –«Lo único que tengo son mis propias palabras. Nada más que un flujo indómito de ideas, conversaciones, recuerdos que organizo y vuelvo a ordenar en distintas carpetas, archiveros mentales repletos de repeticiones»–, lo cierto es que su estilo no logra articular una propuesta estética definida. Este mismo «flujo indómito» provoca que la narración «se enrede», tal como el pelo de la protagonista, quien acepta que «igual me pasa con las ideas, con los recuerdos». No digo que lo caótico y enmarañado carezca, en sí mismo, de una poética –los nudos pueden ser una propuesta estética–, pero el texto tendría que proporcionarnos las claves para comprender su propio embrollo, y eso no sucede aquí.
Araneae tiene, por supuesto, sus hallazgos. El sueño donde Natalia mata a su madre a golpes es particularmente plástico, con una estética de anime que García Sánchez bien podría explorar; y la emulación onomatopéyica de la alerta sísmica –uno de los sonidos más estresantes en el paisaje sonoro de la Ciudad de México– me provocó taquicardia de solo leerla. No dudo que, como toda araña tejedora, García Sánchez ya esté urdiendo un nuevo y más cuidado libro.