MILUSKA BENAVIDES
Tus preguntas invitan a la reflexión sobre el acto de contar y su dimensión política. Me concentraré en nuestras circunstancias históricas compartidas y en tu reflexión sobre cómo escribimos en relación a otras narrativas.
El “hombre pequeño” vive en la historia que diseña con sus propias manos. ¿Por qué hoy interesa?, ¿qué existe en su circunstancia que motiva nuestros actos de contar? Son búsquedas, como has señalado en tu caso, de las emociones. Un referente es Svetlana Alexiévich, cuya obra es también un trabajo de arqueología. En mi caso particular, me interesan los vestigios de las cosmovisiones, en el sentido que encuentra en la microhistoria el historiador Carlo Ginzburg. Tanto ficción, crónica e historia comparten ese interés por lo humano en su versión de lo pequeño, que es realidad escala de una dimensión colectiva. Optamos por contar el “hombre pequeño” desde nuestra situación histórica, y esa es una postura. Y es paradójico porque no se nos educó para mirar “atrás”, adonde los abuelos, sino para ser occidentales. Aclaro sobre nuestra situación histórica porque parece redundante, pero en una sociedad como el Perú donde el discurso del mestizaje es un instrumento de asimilación y borramiento, definir una identidad es un gesto político.
Tanto ficción, crónica e historia comparten ese interés por lo humano en su versión de lo pequeño, que es realidad escala de una dimensión colectiva. Optamos por contar el ‘hombre pequeño’ desde nuestra situación histórica, y esa es una postura
Por esta razón suelo hablar del poder público del acto de contar, en cómo puede transformar. Esa fue, de alguna forma, su función social primigenia, en tanto mito. Se resiste a un uso, se escapa de la maniobra de quien incluso la crea. Siempre me ha sorprendido la capacidad movilizadora de contar historias, no tanto por la reacción interna o íntima del lector/oyente, sino por la capacidad de hacer que las personas cambien sus vidas, tal como lo veía Rilke –tras el consejo de Rodin de hacer y hacer–: como una transformación hacia la reafirmación vital. Por ello contar implica revelar nuestra versión de los hechos, y sobre todo, reafirmar lo acallado, lo anónimo. De allí la importancia de los materiales, estructuras y formas narrativas, que tejen las historias, lo `ilegible´ del “hombre pequeño” con esa macrohistoria que es el devenir humano. Cada nueva generación que accede a la escritura tendría que hacerlo.
Me hubiera gustado que podamos conversar más sobre las nuevas Limas, que se siguen gestando, un movimiento que ha contribuido a que podamos forjar identidades y preocupaciones específicas. He aprendido de tus respuestas no solo una visión del país, sino cómo se construyen las poéticas desde la crónica. No he podido responder sobre mi formación en la escritura. Quizá por el tiempo en que vivimos, he encontrado urgente responder sobre las narrativas “maestras” sobre las que tenemos que escribir. Solo podría contarte que me interesa trabajar en contar historias como las escuché de niña, historias de otras personas, como si no tuvieran autoría o como si llegaran desde lejos. Y ese “no saber” que busco contrasta mucho con lo que cuentas sobre la verificación de los hechos. De hecho, después de leerte y pensar en Svetlana Alexievich valdría la pena en mi caso estudiar la crónica moderna para indagar sus métodos, me parece fascinante.
Disculpen que haya tomado tanto pensar una respuesta. Esta semana ha sido tan difícil que no pude tener la mente despejada. He aprendido mucho de este proceso. Estoy segura, Joseph, que seguiremos conversando. Queda mucho aún de qué hablar.
Un abrazo,
Miluska
JOSEPH ZÁRATE
En mi caso, la crónica es política porque intenta, a través de una historia particular, dar cuenta de las relaciones de poder que existen en la trama de realidad que vivimos a diario, y que a veces no queremos mirar porque nos resulta incómodo.
Me acuerdo que, en octubre del año pasado, publiqué una pequeña historia en el New York Times sobre la pandemia en la Amazonía peruana, Durante la primera mitad de ese año, mientras millones de personas permanecíamos confinados en sus casas, aparentemente protegidos del virus, en la selva del Perú, ocurrieron catorce derrames de petróleo que contaminaron las chacras y el río de cientos de familias indígenas. Este hecho, por supuesto que sorprende e indigna, pues vemos como además de la falta de medicinas, de atención médica, estas naciones están a merced de cualquier enfermedad. Me acuerdo que conversé con un líder kichwa, llamado Elmer Hualinga, un chico de nuestra edad que dedica su vida a vigilar su territorio para detectar nuevos derrames. Le pregunté si creía en que en algún momento esta situación iba a cambiar para él y su pueblo. Y me dijo: “eso cambiará cuando la vida de un indigena y un occidental valgan lo mismo”.
Esa frase me quedó resonando hasta ahora. Porque siento que esa desigualdad histórica no solo contamina nuestra política, nuestra economía, nuestros afectos, sino también lo que entendemos por literatura. ¿Me pregunto cómo sería mi escritura ahora si la lengua originaria de mi abuela se hubiera mantenido en mi casa? ¿Cómo sería mi escritura? ¿Cuántos relatos fundamentados en una tradición oral se han perdido porque no entraban en el canon literario? Cuando se pierde o muere una lengua mueren también un modo de mirar el mundo y de nombrarlo. Por eso me parece tan poderoso, Miluska, que estés estudiando quechua -¡espero seguir pronto tu ejemplo!- y que continúes construyendo tu literatura sobre esas bases, sobre esa búsqueda. Es algo que me anima y me hace entender la magnitud que una literatura consciente de sus orígenes. Allí está, pienso, el poder y la frescura de tu voz narrativa.
Tengo muchas ganas de leer tu novela una vez la termines. Espero que pronto podamos conversar en persona, con un café o una cerveza de por medio, cuando todo esto pase.
Un fuerte abrazo,
Joseph
Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El País, The Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés.
Miluska Benavides. (Lima, Perú, 1986). Publicó el libro de cuentos, La caza espiritual (2015) en Celacanto. Como traductora se especializa en poesía. Publicó la traducción de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud, en 2012. Después de vivir seis años en Boulder, Colorado, volvió a Lima, donde se entrena en la observación de las aves y el litoral. Es doctora en literatura latinoamericana y trabaja como docente. Su nueva novela, Hechos, saldrá el próximo año. También se reedita este año La caza espiritual.
Joseph Zárate. (Lima, Perú, 1986). Es periodista y editor. Recibió el Premio Gabriel García Márquez en 2018 y el Premio Ortega y Gasset en 2016. Se ha desempeñado como subeditor de las revistas Etiqueta Negra y Etiqueta Verde, y obtuvo la Beca Ochberg 2018 del Dart Center de Periodismo y Trauma por la Universidad de Columbia en Nueva York. Su primer libro, Guerras del interior -traducido al italiano, inglés y polaco- fue nombrado entre los mejores libros de no ficción de 2018 por el New York Times en Español y por Deutsche Welle.