Coordinado por Valerie Miles

@ Nina Subin y @ Mario Segovia

VALERIE MILES

Queridos Miluska y Joseph,

Hay resonancias y correspondencias en vuestra obra y me pareció interesante explorar cómo os acercáis a estos materiales desde dos géneros diferentes, la narrativa y la crónica. Os oponéis a la explotación del mundo natural como mera mercancía y revindicáis una mirada nueva, pero a la vez antiquísima, de los pueblos originarios en Perú. Y lo hacéis utilizando como oriente histórico las experiencias de la generación de vuestros abuelos; historias de la migración desde la Amazonía, o la costa o la sierra, a Lima y a la pérdida de una identidad. Aunque también indagáis en la aventura de forjar una identidad nueva en un lugar nuevo. ¿Es una casualidad que los dos os dediquéis a una misma área de interés o se trata de una tendencia generacional?

En la crónica, la incorporación de la persona que observa es una parte fundamental del texto, aunque describa el mundo real. La ficción permite una mirada interna, y el uso de la imaginación. Pienso en Montaigne y su noción de debris, la permanente actualidad de su ensayo “Caníbales”. Os pregunto si la manera en que abordáis estos temas ya no está provista de una mirada antropológica o etnográfica o de “exploración”, sino que más bien se trata de arqueología literaria, de una recomposición. ¿Creéis que en vuestra generación se reivindica a los pueblos originarios, pero desde el respeto y en seno de los propios pueblos? 


MILUSKA BENAVIDES

Me ha servido últimamente la metáfora de los “papeles rotos” del Inca Garcilaso para pensar la escritura a partir de fragmentos, ecos y silencios heredados. Podríamos considerar nuestro “archivo” heredado como “papeles rotos”. Por este “archivo” entiendo aquellos textos y silencios que trajeron los migrantes. En mi caso, la componen sobre todo relatos de un “allá”: el trabajo de la tierra, los Andes sur, la vida de las abuelas y mi madre, los relatos orales, saber leer los sueños, escuchar cierta música. En la ficción, recurrir a ese “archivo” es para mí la forma que considero necesaria para desandar el lenguaje de las narrativas oficiales. También reviso los procedimientos de las crónicas coloniales, indígenas y mestizas, que se produjeron precisamente en el violento desfase entre mundos y lenguajes. Guerras del interior, por ejemplo, indaga en la denominación “materia prima” como este desfase entre el lenguaje impuesto por el Estado y el mercado, y su verdadero carácter: el de una materia viva, cuya experiencia el texto se plantea recuperar.

Me ha servido últimamente la metáfora de los ‘papeles rotos’ del Inca Garcilaso para pensar la escritura a partir de fragmentos, ecos y silencios heredados. Podríamos considerar nuestro ‘archivo’ heredado como ‘papeles rotos

JOSEPH ZÁRATE

Me dejaste pensando en la frase que citaste, la de los “papeles rotos”, en cuáles son los míos.

Mi abuela materna nació en una comunidad kukama kukamiria y siendo muy chica migró a la capital para estudiar. Pronto supo que, para sobrevivir en una sociedad profundamente racista con los indígenas, debía volverse una “chica de ciudad”, tanto que llegó a sentir vergüenza de su origen. Gracias a mi trabajo como cronista pude recuperar esos papeles rotos, ocultos por la vergüenza familiar. Mientras viajaba por las selvas y montañas del Perú y escribía sobre los pueblos indígenas, su vínculo con la tierra, sin proponérmelo escribía también sobre el lugar de dónde vengo, sobre esa herencia que me constituye.

Siento que en tu trabajo hay fuertes resonancias de esa búsqueda también. Retratas con empatía la violencia del sistema representada por el extractivismo minero (una forma de pensar el progreso), y a la vez el impacto emocional que esto tiene en tus personajes, en los resquicios de su vida cotidiana y de sus afectos; un impacto que atraviesa generaciones hasta llegar a la nuestra: hijos y nietos de migrantes, que hoy -ya sea con las armas de la ficción o de la no ficción- se atreven a contar esos relatos históricamente marginados. Voces que nombran el mundo desde la periferia, ya no desde el centro.

Por eso, mientras te leía, me preguntaba también si, como a mí, nombrar esos asuntos humanos desde la literatura te ha revelado algún aspecto de ti misma o de tu familia que desconocías y que hoy son una veta a explorar en tu propia escritura. 

MILUSKA BENAVIDES

Tu pregunta es crucial porque apunta a cómo una tecnología como la escritura puede producir además de sentido, identidad. En mi caso, el silencio de las generaciones precedentes y las ausencias han jugado un rol fundamental. Mis dos abuelas provienen de dos pueblos andinos; mi abuela paterna de los Andes centrales, mi abuela materna de los Andes Sur. Quizá la búsqueda de sentido en una ausencia, aunque un signo vivo en mi familia y en mí misma, haya sido motivación de muchas decisiones en mi escritura. Y quizá no lo asumía sino hasta esta pregunta. La ficción me ofrece un camino para la reconstrucción de ausencias, de esos saberes idos, y me permite hacerlo no a nivel personal, sino comunitario, en que se reconozcan diversas capas de historia.

En ese caso, la ficción no es una elección deliberada sino quizá mi posibilidad o el mejor mecanismo, para mí, de darle vida a esos materiales. Nuestro esfuerzo, a diferencia de la ciencia, no es dar respuestas, sino excavar, mostrar y conservar vivo, en la escritura, el mundo que se nos ha dado. En ese aspecto veo la ficción como arqueología viva. 

En la narrativa veo una afiliación elemental con el “mito”: permite invocar una presencia del pasado en el presente. He allí el rol de la ficción de “animar”, en el sentido de dar vida, a objetos y experiencias que aparentemente están vacíos de sentido. 

Un ejemplo de cómo la escritura no solo lee el presente sino produce un futuro es el caso de Arguedas. Me resulta más evidente ahora último que su obra no se dirigía, en sus propias palabras, a “los doctores”, sino a lectores futuros, y que hoy crean sus propias redes de escritura. Porque la escritura en nuestro país es cuestión de ser visibles, de existir. Arguedas es pionero en recoger en su poesía, escrita en quechua, la Lima transformada por las migraciones. En su novela póstuma, captura ese español en el proceso de hablarse desde el quechua. No como cuestión ornamental, como me recordaba una poeta peruana, sino como vehículo de una cosmovisión. Es etnógrafo para atender sus materiales y novelista en su capacidad de amalgamar en un texto su agonía, con los procesos de la migración, persistencia y aculturación. Pienso en su obra bajo la noción de precursores, también en la lógica de Borges, porque hizo posible la legibilidad de las escrituras pasadas y presentes, tanto de nosotros como de los escritores en lenguas originarias. Seguro también tienes en mente a otros precursores.

Por eso, también me pregunto por la relación de tu escritura con la historia. Suelo leer trabajos periodísticos o crónicas de aliento histórico como libros de historia. Y la ficción también tiene esa ambición, lateral, digamos. Los historiadores suelen esperar a veces años en armar una interpretación de la realidad. Los cronistas lo pueden hacer de inmediato. 

JOSEPH ZÁRATE

En mi caso, yo como cronista nombro el mundo exterior ciñéndome a la rigurosidad de los hechos y cumpliendo el pacto de lectura propio de la no ficción: es decir, no inventar. Y también utilizando los recursos literarios para transmitir emociones, elaborar ideas, hacerme preguntas y, sobre todo, adentrarme en el mundo de las personas sobre las que escribo. Sigo, en cierto sentido, algo que Julio Ramón Ribeyro decía del acto de escribir sus cuentos: registrar la historia psicológica de una decisión humana.

Para mí, entonces, escribir crónica se trata de abrir una ventana hacia el mundo de otra persona, una realidad ajena a la mía. Y dejar esa ventana abierta para que el lector se asome desde la empatía. En mi trabajo he intentado registrar el mundo del ‘hombre pequeño’: de gente que, frente a los grandes poderes económicos y culturales, es aparentemente minúscula, pero que es extraordinaria en sus detalles y conflictos. Vidas que, como escribió Svetlana Alexiévich, no son fijadas por la Historia (con mayúscula), sino que desaparecen sin dejar huella. Tú y yo, me parece, somos herederos de ese mundo. En ese sentido, pienso que mi función de “contar” es más la de ser un historiador del presente que vivimos, pero también intentar ser -como dice de si misma la Nobel bielorrusa- un “historiador de las emociones”. En ese espacio es donde quisiera construir una voz y una mirada.

A propósito de las coincidencias de nuestras aproximaciones, de cómo la novela y crónica se vinculan entre sí, me acordaba que Vargas Llosa explicó alguna vez que la literatura de ficción en América Latina levantó cabeza en un momento en el que los discursos antropológicos y periodísticos no existían, o no estaban tan presentes como ahora. De ahí que le exigían a la literatura de ficción una carga de temas que no le correspondía necesariamente: la denuncia social, contar la miseria, señalar una injusticia. Los escritores de ficción escribían para revelar una zona conflictiva de la realidad, que es hoy, sobre todo, el trabajo de los periodistas. Pero creo que si, por ejemplo, Manuel Scorza o José María Arguedas hubieran conocido más del formato de la novela de no-ficción o de crónica la hubieran aprovechado para hablar de temas sociales. En ese momento tal vez -y corrígeme si me equivoco- no se les ocurrió esa posibilidad y escribieron Redoble por Rancas y El zorro de arriba y el zorro de abajo, respectivamente. Ambas novelas poderosas sobre el despojo y la agonía.

Creo que, ya a comienzos de la década del 2000, con la aparición de revistas especializadas en no ficción, la crónica latinoamericana contemporánea despegó aún más. Porque las historias, por más locales que pudieran ser, tocaban temas universales, hablaban de nuestra condición humana. En esa escuela -desde que cumplí 17, en un aula de San Marcos- comencé a formarme como escritor sin darme cuenta.

Pero bueno, aquí me detengo. Cuéntame, por favor, ¿cuál fue tu escuela de escritura? ¿qué fue lo que disparó en ti la urgencia de escribir?

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