Timothy Snyder
Tierra negra.
El Holocausto como historia y advertencia
Traducción de Paula Aguiriano, Inés
Clavero,Irene Oliva y David Paradela
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015
528 páginas, 24.90 € (ebook 17.38 €)
POR MANUEL ARIAS MALDONADO

Para quienes operan en el mercado global de la divulgación académica, cuyo vehículo es la monografía especializada pero accesible al lector culto, la producción de argumentos originales es una obligación que no puede dejar de existir. Sin embargo, es fácil imaginar la dificultad que comporta cumplir con ese deber cuando se escribe, como es el caso que nos ocupa, sobre el exterminio nazi de los judíos europeos. Se ha escrito tanto sobre el particular, con tal grado de sofisticación en el manejo de las fuentes, que queda poco por decir. Naturalmente, las nuevas generaciones de historiadores se acercarán al tema con renovado ímpetu, deseosos de participar en la conversación especializada y dispuestos a aportar el punto de vista de su época. Pero dado que la materia prima del historiador son los hechos revelados por los documentos o registros orales existentes, no parece que el Holocausto deje hoy en día espacio para revelaciones capaces de modificar sustancialmente los puntos de vista dominantes en la literatura. Claro que, si los hechos no cambian, siempre pueden hacerlo nuestras interpretaciones de los hechos. Así, por ejemplo, en ausencia de una orden escrita, es imposible saber cuándo adopta Hitler la decisión política de acabar con los judíos, problema cronológico nada marginal si tomamos en consideración la diferencia que media entre hacerlo cuando se está ganando la guerra y cuando se está perdiendo. Ya que no es posible resolver esa incógnita, el historiador se inclinará por una de esas dos hipótesis, presentando un relato (story) asentado sobre los hechos probados (history), denidamente recombinados: una interpretación cualificada derivada del análisis experto.

Es en ese género, la filosofía del Holocausto, donde habría que ubicar el libro de Timothy Snyder, que sigue a su también exitoso Tierras de sangre (Galaxias Gutenberg, 2015), donde estudiaba la masacre humana cometida al alimón por Hitler y Stalin fuera de los campos de exterminio. En Tierra negra, nuestro autor quiere llamar la atención del público sugiriendo que las interpretaciones tradicionales del Holocausto son incorrectas: «Puesto que el Holocausto es un acontecimiento axial de la historia moderna, su malinterpretación dirige nuestras mentes hacia la dirección equivocada» (p. 380). Su obra, faltaría más, permite corregir ese error colectivo presentando una tesis novedosa sobre el significado de la Solución Final, que incorpora como propina una reevaluación de su actualidad. Y es que como entendíamos mal el Holocausto, lo habíamos relegado a la condición de episodio irrepetible cada vez más lejano en el pasado histórico. Pero la interpretación de Snyder demostraría que no hemos cambiado tanto, ni estamos tan lejos de propiciar otra catástrofe: «La combinación exacta de ideología y circunstancias del año 1941 no volverá a producirse, pero tal vez sí algo parecido. […] El Holocausto no es sólo historia, sino advertencia» (p. 17). Hitler, en otras palabras, es nuestro contemporáneo.

Para consolidar esta impresión, Snyder enfatiza la dimensión ecológica de la ideología nazi, dando especial relieve a las formulaciones del pensamiento hitleriano –por ejemplo en su escrito Raza y destino (1928)– que con más claridad revelan sus preocupaciones de orden malthusiano. Para el historiador británico, Hitler era un pensador ecológico porque razonaba desde la escasez (como hace el movimiento medioambientalista contemporáneo) y concebía las razas como especies. De acuerdo con esta premisa general, la única moral válida es la fidelidad a la propia raza, siendo la piedad un error ecológico que permite la propagación de los más débiles. Por consiguiente: «La lucha contra los judíos era ecológica, ya que no incumbía a un territorio o a un enemigo racial específico, sino a las condiciones de vida en la Tierra» (p. 27). De ahí la importancia del hábitat específico de cada raza, el Lebensraum o espacio vital al que Alemania, humillada en Versalles, tenía derecho. Un país como Ucrania, granero de Rusia, representaba así el fin del hambre alemana. Deduce de aquí Snyder que una explicación de la masacre de los judíos debe ser forzosamente planetaria, colonial, internacional y contemporánea: «Debe permitirnos experimentar lo que queda de la época de Hitler en nuestras mentes y en nuestras vidas» (p. 17).

Sin embargo, que el ideario hitleriano contiene una explosiva mezcla de malthusianismo y darwinismo social no era precisamente un secreto. Se trata, además, de una influencia intelectual que dista de ser exclusiva del nazismo; constituía más bien un rasgo de su tiempo que no podía sino influir sobre un movimiento tan agresivo como el hitlerismo. Por eso, el problema es convertir esta faceta del mismo en la preponderante, minimizando las demás, arguyendo de paso que quien sea incapaz de reconocerlo así estará tomando un falso camino analítico. Otros reproches que Snyder dirige a los demás historiadores son la minusvaloración del papel de los no alemanes en el exterminio (aunque Hannah Arendt herself ya lo subraya en su libro sobre el juicio a Eichmann), la distorsión del sentido de los campos, una desacertada mirada sobre el papel del Estado (Snyder cree que su destrucción allí donde llegaron Hitler y Stalin facilitó los asesinatos, aunque quizá sea al revés: la burocracia francesa fue de ayuda para la deportación masiva de los judíos de ese país) e incluso el papel jugado por la ciencia. Y lo hace en un tono algo arrogante, sin aportar pruebas de sus aserciones más allá de oscuros testimonios individuales (como el de Abraham Stern, cabecilla del grupo paramilitar sionista en Palestina conocido como Lehi) y el conveniente apoyo de citas textuales del magro corpus hitleriano. De paso, incurre a menudo en el molesto vicio del apotegma banal («Los Estados deberían invertir en ciencia para poder contemplar el futuro con serenidad», escribe en la página 385). La seguridad aparente de sus aseveraciones, en definitiva, deja una extraña sensación de debilidad argumental.

El libro está estructurado de forma peculiar. Si el primer capítulo es un análisis algo convencional del pensamiento hitleriano que –como se ha insistido– subraya los aspectos ecológicos de su cosmovisión, después vira hacia las relaciones germano-polacas en la segunda mitad de los años treinta, cuyo nivel de detalle delata la especialización del autor. A continuación, se ocupa de las políticas desarrolladas por Alemania y Polonia respecto de Palestina, con obsesiva atención por el sionismo polaco de derechas. Su tesis sobre la destrucción del Estado y las ocupaciones nazi y soviética de Polonia y los países bálticos preceden una notable descripción de los Einsatzgruppen y la policía nazi como agentes de destrucción en los países ocupados, sin desatender la siniestra ayuda prestada por la población local en el asesinato de los judíos allí establecidos. Snyder no abandona esta zona y se detiene en la ocupación nazi y soviética del Este (Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Polonia), dedicando un capítulo a Auschwitz (un «emblema del Holocausto» cuya evocación mítica crea el peligro de que desvinculemos el exterminio judío de las acciones humanas), antes de trasladarse al resto de Europa con el objetivo de asentar su discutible tesis según la cual a menos Estado, más exterminio. Antes de desembocar en la conclusión, relata con brío historias individuales de valerosos hombres y mujeres que ayudaron a salvar de la muerte a muchos judíos en Polonia, como el conocido Jan Karski: «salvadores grises» que debían colaborar con los nazis para poder engañarlos y unos pocos «justos» que lo arriesgaban todo en ese noble empeño.

Finalmente, Snyder vuelve su vista al presente y retoma el tema insinuado al comienzo: si pasamos a comprender el Holocausto como el producto de un ideario ecológico que a través de los medios estatales persigue agresivamente garantizar la propia supervivencia en un contexto de escasez global, su vigencia no puede ofrecer dudas ahora que el cambio climático llama con fuerza a nuestra puerta. A su juicio, no demasiado fundado, la revolución agrícola de los años sesenta ha agotado su potencial y las élites futuras podrían volver a preocuparse por las provisiones alimentarias. Más aún: «El planeta está cambiando de tal forma que las descripciones hitlerianas de vida, espacio y tiempo podrían volverse más verosímiles» (p. 367). El genocidio ruandés es invocado como prueba de cargo, se estudia la amenaza latente en China y África entera es presentada como una bomba de relojería que los efectos del cambio climático podrían detonar en algún momento del futuro próximo. Y si nuestro autor ha insistido durante todo el libro en la importancia que tiene el mito judeobolchevique como creación de un enemigo para Alemania, insinúa ahora, en un libre ejercicio de futurología, que colectivos como los musulmanes o los homosexuales podrían ser elegidos como nuevos chivos expiatorios a escala mundial. La advertencia contenida en el Holocausto debe ser atendida a fin de que nada de esto llegue a suceder. Y su libro, afortunadamente, está aquí para ayudarnos.

Sucede que el paralelismo histórico planteado por Snyder resulta algo forzado. Depende, en primer lugar, de que aceptemos que la principal motivación hitleriana era ecológica; también, de ignorar que el control de los recursos no es una preocupación estatal nueva, sino una que atraviesa la historia universal de punta a cabo. Si el cambio climático confirma su amenaza en las próximas décadas, podemos padecer las consecuencias en forma de guerras civiles y migraciones masivas, como ha profetizado Harald Welzer. Pero también es posible que la combinación de constitucionalismo democrático y desarrollo tecnológico logre, como ha sucedido en las últimas décadas, redefinir socialmente los límites ecológicos. Sea como fuere, no parece que los problemas medioambientales contemporáneos necesiten del Holocausto para ser discutidos y abordados, aunque quizá algunos ecologistas políticos se alegren de disponer de un nuevo argumento favorable a sus advertencias. Más bien se tiene la impresión de que Snyder está creando un argumento original que le permite presentar la actualidad del Holocausto bajo una luz distinta de la habitual.

Desde luego, no sería justo despachar este libro como la inesperada frivolidad de un historiador experto. Pero tampoco sería razonable ver en él una historia definitiva del Holocausto que incorpora de paso una tesis renovadora sobre su significado. Estamos ante una obra de interpretación que se apoya en la historia, no ante un relato histórico que mediante el acceso a nuevas fuentes o la adopción de un punto de vista inédito modifica nuestra visión de los hechos. Su valor reside sobre todo en el conocimiento que el autor tiene del caso polaco y en su discusión sobre el papel del Estado. En cuanto a su énfasis en la dimensión ecológica del pensamiento de Hitler, constituye un interesante recordatorio del papel que las ideas malthusianas y socialdarwinistas jugaban en la ideología nazi, pero el empeño del autor por crear una revolución historiográfica, tomándola como base, se antoja infundado y en ningún momento, pese a sus esfuerzos, coge vuelo durante la lectura. Aunque, bien mirado, reseñas como ésta vienen a probar que este tipo de apuestas monográficas suelen salir bien en un mercado editorial regido por el principio de la novedad sensacional en el marco de una atención escasa.