EL DIARIO COMO GÉNERO

A ello dedica Piglia la «Nota del autor» que encabeza el primer volumen. Aporta una curiosa reticencia: «Por supuesto, no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Uno se convierte automáticamente en un clown», dice atribuyendo la creencia a Renzi. Sin embargo, la matiza al añadir su convicción en el alcance biográfico total de esa escritura: «Por eso hablar de mí es hablar de ese diario». Y dos largos pasajes, los titulados «En el bar» y «Sesenta segundos en la realidad», que abren el tomo segundo y tercero, respectivamente, contienen una auténtica teorización sobre el peculiar género del diario.

Por medio de píldoras sueltas, Renzi irá perfilando el sentido y las características de los diarios. Éstos no fijan su interés en inventariar la vida cotidiana, sostiene en una ocasión, pero en otra los compara con una cámara, con «una máquina registradora de acontecimientos, de personas y de gestos. Vivir para ver, esa sería la consigna». Los diarios, explica también, carecen de construcción deliberada, «a la vez la virtud y el sentido de un diario»; están hechos de pequeños rastros, situaciones aisladas, nada espectaculares, con «un desequilibrio narrativo por el cual no parecen existir tiempos muertos».

De resultas de estos criterios, los diarios llegan a proponerse como la novela verídica de una vida. Lo dice Renzi de un libro ajeno que cita con admiración y que sirve como norte a Piglia, El oficio de vivir, de Cesare Pavese. Merece la pena parafrasear su comentario: «Él [el narrador italiano] es ese libro» y cuando no quede memoria del autor y de sus circunstancias, «habrá de ser visto» como el hombre que escribió esa obra «casi» perfecta. Dicha novela de la vida combina «los hechos, los personajes, los lugares y los estados del alma» con la particularidad de que todo eso está presente al mismo tiempo que se narra un día tras otro, en lo cual «un diario se parece a los sueños». De este modo, se logrará una novela peculiar; una novela donde proliferan «las tramas microscópicas»; un relato que contenga «mi vida escrita», que describa «la historia de un alma cautiva» y refleje «la serie de los encuentros con la realidad».

 

EL GÉNERO NOVELESCO

El conjunto de los trescientos veintisiete cuadernos de Renzi permite entenderlos como «una novela del puro presente», según Piglia observa en una ocasión, la cual, según señala en otro momento, plasma «la experiencia confusa, sin forma y contingente de la vida». Estos planteamientos conllevan emparejada una reflexión sobre el género novelesco, que es otra gran aportación de Los diarios de Emilio Renzi.

Tal asunto constituye una de las preocupaciones principales de Piglia, le ha dedicado no pocas páginas ensayísticas y ha dado lugar a un libro muy interesante, todavía reciente pero de indebida escasa resonancia: Por un relato futuro (Barcelona, Anagrama, 2015), transcripción de unas conversaciones públicas entre Juan José Saer y Piglia, donde ambos narradores argentinos pasan incisiva y beligerante revista a la trayectoria de la narrativa posjoyceana. El mismo afán hilvana un rosario de apuntes de los diarios bajo un espíritu común. En ellos subraya el fracaso o el sinsentido de la novela como relato de una historia, la vieja aspiración de la narrativa decimonónica, y baliza los pasos que la han convertido en la historia de un relato, por decirlo con la añeja fórmula del lingüista Émile Benveniste.

Piglia se refiere a los nombres capitales de ese proceso (en cabeza Faulkner) y se apoya en una extensa biblioteca de referencias (Joyce, Kafka, Camus, Hemingway, Borges, Scott Fitzgerald, Pavese, Gide, Conrad, Macedonio Fernández, Arlt, Musil, Brecht, Chandler, Tolstoi). Con semejante bagaje, desgrana las grandes opciones de la narrativa surgida con posterioridad al modernismo anglosajón. En telegráfico recuento, se hallan observaciones muy personales, y por tanto discutibles, hechas siempre por un lector atento y perspicaz, sobre numerosos aspectos: el peso y exigencias de la técnica narrativa, la peculiaridad de narrar («quiere decir centralmente cuidar la distantica entre el narrador y la historia que cuenta»), el tiempo y el manejo del recuerdo, el valor de lo autobiográfico, el testimonialismo (se opone a mostrar la vida tal cual es, sin artificios, cuando —subraya— la gramática ya es por sí misma un artificio), la elección del punto de vista del narrador (reniega del «fluir de la conciencia que hace estragos en mis contemporáneos»), el diálogo («una música» en escenas fuertes), el tono («antes que la anécdota, los voces interiores antes que la trama»), los personajes («resisto la tendencia actual a narrar sin personajes»), los registros orales (que reivindica con énfasis) o la tensión entre la forma breve y la novela (le gustaría «llevar a la novela la velocidad y la precisión de la prosa del cuento, tratar de trabajar múltiples microrrelatos que se combinen y se expandan a lo largo del libro»).

Al anterior listado ha de añadirse, destacándola, la atención que Piglia presta a un ingrediente narrativo, los contenidos intelectuales. La novela policial le parece un buen marco para reflexionar dentro del relato y ve positivo que se incluyan en ella ideas o pensamientos para «complejizar las motivaciones». A los materiales ensayísticos, les profetiza un papel eminente en el porvenir del género. Aunque la novela actual, dice, tiende a la poesía desde el surrealismo, ve en el ensayo «el camino de renovación» y, aún más «la novela, para mí, —sostiene— aspira a integrar el ensayo, es decir, aspira a la interpretación narrativa». Ningún aspecto de la novela moderna queda libre de la atención de Piglia, al punto de trazar en los diarios de Renzi su deriva a lo largo de la pasada centuria. A la vez, y en cierta medida, los diarios valen por una teoría de la novela y por un manual de narratología sin la jerga disuasoria de esta disciplina académica.

 

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El laborioso trabajo de escritura de los cuadernos de Renzi alcanza su sentido cabal como la respuesta de Piglia a la pregunta acerca de qué manera definir la vida real. Se convierten en el vehículo para lograr la «autoconstrucción de la vida (como obra de arte) con sus oficios (de vivir, de escribir, de pensar), con sus técnicas y sus reglas». Este hombre caviloso, con una existencia no fácil y hasta dura en bastantes momentos, también con periodos felices por el éxito y el confort material, entregado con una fe cercana al fanatismo a la determinación de vivir para escribir, se vuelca en su biografía para dar cuenta de un destino contemporáneo. Podría haberlo fabulado y haber escrito una ficción. Pero prefirió el camino indirecto de convertirse en «historiador de sí mismo». El resultado es una magna obra memorialística que agrega los dilemas de un creador y una amplia estampa de época a una lúcida experiencia existencial.

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